Desmalvinización: el mito de "la plaza de Galtieri"
AGENCIA PACO URONDO, en su firme compromiso con la causa de Malvinas, realizó un interesante reportaje a Aldo Duzdevich, con quien he polemizado –siempre por su iniciativa- y suelo estar en desacuerdo.
En esta ocasión, sin embargo, comparto su rescate del contexto geopolítico, particularmente su énfasis en la ubicación del sur argentino como paso interoceánico alternativo al Canal de Panamá. O su crítica a la absolutización y parcialización de la gesta malvinense –centrada en la violación de los derechos humanos, que sin duda existieron—enfoque interesado que –también es cierto- penetró en sectores del campo nacional y popular.
Rescato estos planteos, advierto que no se reducen al “progresismo” que tanto lo desvela, pero entiendo necesario sumar elementos del aspecto geopolítico y de la relación dictadura, democracia y la campaña de desmalvinización, impulsada por el imperio y potenciada por los grandes medios de prensa nativos, tan obsecuentes con la dictadura cívico-militar como hoy portavoces de los intereses corporativos, además de motorizadores y sostén de la actual revancha neoconservadora.
La campaña desmalvinizadora, a mi juicio, consiste centralmente en maniobras políticas y discursivas que vacían la memoria colectiva del pueblo argentino de la lección anticolonial y antiimperialista de aquellos días, y niegan también el balance de la lucha antidictatorial de nuestro pueblo.
En un análisis (“El mito de la plaza de Galtieri”) para el libro Malvinas, una memoria abierta, editado por LaTecl@Ñ, apunté tres ejes de esa campaña:
-
Reducir las atrocidades de la dictadura a aquellos actos que llevaron a cabo los militares y grupos parapoliciales, ocultando el modo en que estos actores estuvieron inspirados y sostenidos por las grandes corporaciones --varias con origen en Washington y las capitales europeas-- cuyos intereses propiciaron y decidieron el resultado de la guerra de Malvinas. Se trata de las mismas corporaciones que se enriquecieron entonces y siguen enriqueciéndose en nuestros días.
-
Ocultar el modo el posicionamiento de la OTAN. La alianza aprovechó la guerra para fortalecer su posicionamiento militar en el Atlántico Sur, así como los intereses militares y económicos que llevaron a EE. UU. y, en general, a los países de la OTAN, a apoyar a Gran Bretaña, perjudicando decisivamente a Argentina. Esta faceta refuerza el olvido de las lecciones anticolonial y antiimperialista que dejó Malvinas con un paradójico “endiosamiento” mediático de esas naciones.
-
Reducir la masiva movilización popular por la soberanía en Malvinas a una marcha de apoyo a la dictadura, o a Galtieri, ocultando que también fue la expresión de resistencia acumulada desde 1976, la cual acorraló a un régimen en crisis interna hacia 1982.
Dictadura y democracia a través de la “desmalvinización”
Los juicios a los crímenes del terrorismo de Estado y la infatigable investigación de los organismos de derechos humanos y familiares de víctimas profundizaron las denuncias de la mítica Carta de un escritor a la Junta Militar, que Rodolfo Walsh escribió horas antes de su asesinato. Así, contribuyeron a esclarecer la verdad histórica y las responsabilidades de los actores de la dictadura.
Sin embargo, parte de la campaña de “desmalvinización” busca ocultar que el plan de exterminio no fue exclusiva responsabilidad de los militares, sino también de actores civiles, como corporaciones nacionales e internacionales: Ledesma, Acíndar, Techint, Mercedes Benz, Ford, Celulosa, Bunge y Born, Soldati, Pérez Companc, Fortabat, entre otras.
Los gobiernos neoliberales en democracia, los “grandes” medios –Clarín y La Nación a la cabeza– y buena parte de la justicia silenciaron estas responsabilidades civiles, ya sea por complicidad o por ser protagonistas directos.
El neoliberalismo económico (impuesto en dictadura y renacido en democracia, bajo Menem, De la Rúa, Macri y ahora Milei) y el abandono de la causa nacional por la soberanía en Malvinas unen al Domingo Cavallo estatizador de la deuda externa privada en dictadura con el Domingo Cavallo superministro de Menem y De la Rúa. También los funcionarios de la gestión de Juntos por el Cambio, y ahora de LLA, impulsores de predicar contra conceptos como “independencia económica”, “soberanía”, “patria” o “integración latinoamericana”.
Ejemplo de ello fueron las “relaciones carnales” del canciller Guido Di Tella, que no se redujeron a las concesiones a los EE. UU., sino que se extendieron al Reino Unido, con una “política de seducción” hacia los kelpers con ridículos regalos y el reconocimiento de los ocupantes como “tercer actor” en el conflicto. O el endeudamiento de Macri-Caputo para favorecer la fuga de capitales de los mismos grupos beneficiados la dictadura, tarea que hoy completa un interlocutor de canes fallecidos, admirador de Thatcher para quien los kelpers “deben elegir a que país pertenecer”.
Esta alineación de los intereses de Gran Bretaña, Estados Unidos y las corporaciones locales – con inmenso poder político y mediático-- es una realidad que la “desmalvinización” pretende ocultar del debate público y del alcance de la justicia.
“Desmalvinización” o cómo ocultar la cara sangrienta del imperio
El gobierno de LLA también redobla el intento “desmalvinizador” al alinearnos incondicionalmente con los países de EE.UU. y la OTAN, que actuaron como enemigos durante la guerra, apoyando a Gran Bretaña con armas e inteligencia.
¿Qué clase de “amigo” propicia golpes de Estado en América Latina e invade 40 veces en el siglo XX, como parte de centenares de intervenciones en todo el mundo?
¿Qué “aliado” impone el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) –supuestamente para prevenir “agresiones extracontinentales”, pero no se usa en 1982 ante la agresión británica, una verdadera “agresión extracontinental”?
EE.UU. simuló mediar, pero luego brindó coordenadas a los británicos derribar nuestros aviones y tener la precisión necesaria para asesinar a los tripulantes del crucero General Belgrano, hundido fuera del área de conflicto, en una burla a las gestiones de paz de la ONU y Perú.
El operativo militar británico en Malvinas –el mayor desde la Segunda Guerra Mundial—reveló que su intención iba mucho más allá del enclave colonial: con sus aliados de la OTAN buscaban una posición militar estratégica en el Atlántico Sur. Tras la guerra, instalaron una gigantesca base aeronaval, de comunicaciones y espionaje electrónico, en violación de resoluciones de la ONU que declaran la zona como “de Paz y Cooperación”.
Esta base, a 400 kilómetros de nuestro territorio, nos amenaza y amenaza a Latinoamérica: es soporte para la expansión de la OTAN, acercando conflictos bélicos a la región.
Malvinas deja en claro que Estados Unidos, Inglaterra y sus aliados están muy lejos de ser nuestros amigos, como se proclama desde el poder: ellos entrenaron a nuestras fuerzas en la Doctrina de la Seguridad Nacional (útil para la represión antipopular, inútil para la defensa de nuestra soberanía) y mataron a nuestros compatriotas. Nuestros amigos, en cambio, estuvieron en la Patria Grande y en el Movimiento de Países No Alineados.
“Desmalvinización” como ocultamiento de la lucha popular durante la dictadura
La Plaza de Mayo no fue del dictador Galtieri. Muchos de los allí presentes no estábamos enceguecidos. Este mito, que repiten varios académicos, políticos y periodistas, omite que la movilización por Malvinas permitió expresar la resistencia antidictatorial acumulada desde 1976.
La resistencia civil –heroicamente simbolizada en las Madres y Abuelas, pero no reducida a ellas—tuvo como pilar al movimiento obrero y en las juventudes políticas, que convergieron en la Multipartidaria hacia el final de la dictadura, después de vencer la resistencia del radicalismo balbinista, reacio a cualquier acción conjunta por las libertades y la democratización del país.
Horas después del golpe, los sobrevivientes de las juventudes políticas comenzaron a coordinar acciones a fin de recuperar a todos los sectores del movimiento juvenil: sindical, barrial, estudiantil, artístico o de pequeños y medianos productores. De este modo, por ejemplo, se reorganizaron los centros de los colegios secundarios, en los que circulaban decenas de revistas clandestinas. Por su parte, el movimiento estudiantil universitario resistió múltiples intentos de arancelar la educación y, en 1980, logró sumar 20.000 firmas en contra de una de estas iniciativas, aun en medio de la persecución.
Asimismo, en un contexto socio-político en el que las huelgas y manifestaciones obreras estaban prohibidas, y eran pasibles de sanción, la militancia protagonizó el trabajo “a tristeza” – tristeza por la represión, las prohibiciones y la explotación–, que fue un primer cimbronazo al régimen. Peronistas y comunistas que dirigieron las primeras experiencias de esta iniciativa en las automotrices, y también trabajadores ferroviarios e integrantes del sindicato Luz y Fuerza, todavía están desaparecidos. Estas acciones de resistencia se profundizaron con la constitución de la “Comisión de los 25” –luego la CUTA– y, en 1980, comenzaron las primeras huelgas generales y las movilizaciones a la Iglesia de San Cayetano, en Liniers, en las que un abanico multisectorial enfrentó a la represión con la consigna de “Paz, pan, trabajo”, que culminaba con un contundente “la dictadura abajo”.
Por otro lado, entre 1978 y 1980, el centro de los encuentros de la juventud de la Federación Agraria fueron diversas discusiones e iniciativas para rechazar las medidas económicas del ministro Martínez de Hoz, que liquidaban a los pequeños y medianos productores.
En esos mismos años, se realizaron sucesivos seminarios juveniles de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, en los que se dio a conocer una amplia lista de desaparecidos y se hizo bandera la denuncia de “el delito de ser joven”. A la vez, en 1978, más de 80 organizaciones juveniles –políticas, sindicales, estudiantiles y artísticas– se movilizaron para pronunciarse contra los intentos guerreristas de las dictaduras de Chile y Argentina por el Canal de Beagle. En 1981 se extendieron por todo el país nuevas expresiones de resistencia como Teatro Abierto, Danza Abierta, Música Siempre, Libro Abierto y tantas más.
Como parte de estas y otras expresiones de lucha y protesta, muy brevemente resumidas, se formaron centenares de comités locales que, en 1979, marcharon –en cuadras y cuadras de hombres, mujeres y jóvenes– a denunciar los crímenes de la dictadura ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, rodeados por los tenebrosos Falcon verdes, pero también con un sistema de vigilancia y “controles” de cada comisión para garantizar la mayor seguridad posible.
Con estos antecedentes, la convocatoria antidictatorial de la CGT de Brasil, el 30 de marzo de 1982 fue masiva e hirió de muerte al régimen con una batalla campal en los alrededores de la Plaza de Mayo y en otras ciudades del país, dos días antes del manotazo desesperado en Malvinas.
El 10 de abril de 1982, fue esta acumulación de resistencia popular la que inspiró a una parte importante de quienes nos movilizamos a la Plaza de Mayo para reclamar por la soberanía, pero en nuestros términos. De este modo, nuestra movilización fue una expresión más de nuestro repudio sostenido a los crímenes de la dictadura y un nuevo pedido por la democracia.
La mala memoria, ayudada y potenciada por la permanente campaña “desmalvinizadora” puede confundir el balance, pero basta con buscar en los archivos de la época las fotos de la movilización para notar numerosos carteles, que levantaban consignas como “Con las Malvinas recuperar la democracia también” o el estremecedor “Las Malvinas son argentinas; los desaparecidos, también”, que “patentaron” las Madres en su plaza.
Ellos y nosotros --no los crédulos aplaudidores de Galtieri- fuimos quienes enfrentamos nuevamente la represión en las calles para pedirle cuentas al régimen militar a horas de la rendición en Puerto Argentino, impulsando la ola final de resistencia que derrotó a la dictadura.
La “desmalvinización” busca y logra confundir, pero la memoria persiste en archivos y testimonios: Malvinas fue, es y será lucha por soberanía y semilla de protagonismo popular.