El desafío de proponernos un sueño
Sólo el entusiasmo barroco del periodismo deportivo durante la vigencia del libro de pases, eso que ocurre antes de que la pelota lo interrumpa, resulta equiparable al hartazgo que produce el foco puesto sobre los cierres de listas electorales bonaerenses y porteñas.
Paulatinamente se ha ido transformando en una medida para estimar la distancia entre los sectores sobregirados y el común de la sociedad, que nunca fue mayor a la de esta ocasión. La cinta que la medía ha pasado a ser kilo-métrica.
Sin embargo, buena parte de la prensa no cesa en su afán de presentar la primicia que nadie espera y la especulación que a todos aburre. En el mejor de los casos, la porción del electorado que aún conserva vocación de urna espera tranquila la hora en que los equipos salgan a la cancha y se vean camisetas y dorsales, y por allí circula lo importante: informar quiénes serán los y las postulantes. Igual de necesario, aunque deliberadamente incumplido, es que se indaguen las plataformas electorales.
Tanto la representación política con sus roscas como el periodismo que las sigue o incide por filia o fobia han cavado la zanja que aleja al Pueblo de las decisiones de candidaturas, obsequiándole un rol pasivo que es mansamente aceptado, porque está asumido que nada más se puede hacer. La noticia de las listas llega a electores e incluso militantes como un folleto de supermercado bajo la puerta o en el correo spam. Esto -anuncia- es lo que habrá para elegir. El agravante es que los medios nacionales no asumen su pertenencia municipal o provincial, y obligan al resto del país a tomar por suyas bancas sobre cuya ocupación no podrá decidir.
Fuera del radar periodístico y político permanecen problemas concretos, algunos añejos, que unos deberían explorar o denunciar y otros, tratar de remediar. La discusión de formas y nombres, omite que
- desde el periodo independentista que nos parió, permanece sin resolución la organización del territorio que hace de la Argentina uno de los países más extensos del mundo;
- la madre de los problemas actuales, la deuda externa con que el ministro Luis Caputo financió fuga de capitales en dos gobiernos distintos, no es eje primordial de debate; y
- la defensa de lo público tiende a erosionarse con el tiempo, licuada por simplificaciones y la opinión de los fantasmas que conceden que Javier Milei mató la inflación, omitiendo que fue mediante el procedimiento de eliminar el dolor en una uña con la amputación de todo el pie.
De la Justicia, para qué hablar. Se colocó por voluntad propia en el centro de la escena: el rol monárquico que asume, concentrando en cargos vitalicios no electivos toda última palabra, quedó en evidencia cuando cedieron a las más vulgares presiones mediáticas –“laburen”, los apuró un gritón televisado- para proscribir a Cristina Fernández, convalidando un rosario de arbitrariedades que algún día la Historia rezará con voz propia.
De todos modos, debajo de esa sacra última palabra de togas y birretes, subsisten los problemas en los espacios de representación que sí le deben alguna explicación al voto.
Sin un conjunto ordenado de ideas, que ilustre en qué se diferencian líneas internas o partidos, es difícil despertar el entusiasmo que la democracia aletargó en el camino de sus cuarenta años.
No todos los ciclos políticos de esas cuatro décadas fueron iguales o equivalentes, pero no ayuda que el kirchnerismo haya alojado profesionales de la silla que hoy se postulan por una fuerza antagónica en formas y fondos. Para el militante que recorrerá timbres será sumamente difícil de explicar cómo en 2015 Florencio Randazzo era el kirchnerista puro, Daniel Scioli el candidato del proyecto y Sergio Massa el traidor con el que se iría el resto sin que pasara nada, y diez años después uno es bienal serrucho de votos, otro es funcionario y exégeta de Milei, y el tercero es el leal. El desconcierto agrega que la interna feroz del presente sea con Axel Kicillof.
Esos enredos no son propiedad exclusiva del kirchnerismo, y esa transversalidad del problema marca el clima de época. El oficialismo actual ya ha tenido que jubilar sus jóvenes apologías y rechazos sin tomarse la molestia de explicar por qué. Se da por sentado que es por el juego de la silla, ante el que todos sus participantes fingen demencia.
Las internas de la actual Fuerza Patria persisten en un error con factura recurrente en las urnas: son disputas posicionales que, en el mejor de los casos, exponen divergencias sobre la táctica. No se exponen visiones de la estrategia, que traducido sería la postulación de horizontes de futuro con los que soñar.
Esa tara ya la aprovechó Mauricio Macri en 2015 y lo está haciendo Milei ahora: propone un sueño, desordenado y con rasgos nítidos de pesadilla, pero sueño al fin. Ese es uno de los elementos que lo distinguen de Carlos Menem, que fluctuaba entre la promesa de un progreso radiante y el posibilismo a la hora de las disculpas. Sin embargo, el horizonte de Milei ya comenzó a mostrarse amenazante y los pasos en dirección a él, erráticos y previsiblemente perjudiciales para las mayorías.
La respuesta frente a tales desconciertos la tendrá el electorado, que amenaza con el peor remedio: la abstención, una renuncia al derecho democrático nunca practicada en los periodos en que en la Argentina se pudo votar. En los años previos a 1912, 1943, 1973 y 1983 el país reclamaba por el derecho del que ahora prescinde. Ni siquiera en 2001, cuando floreció el “que se vayan todos”, se alcanzó tal extremo: los votos en blanco e impugnados fueron la estrella, pero la militancia por la abstención -con los viajes de porteños a Sierra de la Ventana, distancia precisa para justificar el faltazo- no quebró el 25%. Alrededor de la mitad de lo que vienen expresando los comicios provinciales, excepción hecha de Formosa.
La discusión sobre si se trata de un nuevo síntoma de despreocupado analfabetismo político o una expresión de la sacralizada sabiduría popular no exime de la preocupación por los peligros que la resignación del derecho conlleva, mientras aquellos charlatanes que acaso la desean se ocupan de fatigar la paciencia con rumores de nombres y tachados.