El imperio contrataca: sobre "comunismos" y derechas, por Ricardo Tasker

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El imperio contrataca: sobre "comunismos" y derechas, por Ricardo Tasker

11 Febrero 2022

Por Ricardo Tasker | @Ricardo_blogger

"Qué nos dirán por no pensar lo mismo
Ahora que no existe el comunismo"

Los salieris de Charly

Una amenaza fantasma recorre Latinoamérica: sí, después de 30 años vuelve el comunismo. Boric es comunista, Lula es comunista y Rodríguez Larreta es también comunista según Espert o Milei, no recuerdo.

Empecemos por nuestros hermanos trasandinos, que perdieron hace poquito en Calama: en Chile se quebró la alternancia entre la Concertación y la Derecha. Asistimos a un nuevo balance de poder dentro de la izquierda, ¿hubieron también cambios hacia el interior de la derecha chilena? De haber triunfado, Kast hubiera representado para ellos lo que Trump para los republicanos norteamericanos; probablemente no tanto como lo que Bolsonaro implicó para el sistema político brasileño. Pero la historia reciente de Brasil es otra y este año puede retornar Lula, felicitándonos por el acuerdo con el FMI y aliado al PSDB: ¿una traición a los heterodoxos postulados históricos del PT? No deben registrar que el mundo y la región no han cambiado nada en los últimos diez años, che.

—¿Y Argentina, master?

—Qué atolondrado, viejo; a eso vamos...

La Derecha representada en Juntos por el Cambio sufrió una derrota presidencial pírrica en 2019. Un triunfo simbólico o moral, dijeron, porque fueron los primeros no peronistas en finalizar su mandato desde Alvear. Es raro ganar así, pero no hay que contradecirlos cuando se están equivocando. ¿Qué ocurrió en las recientes legislativas? Que también ganaron, para tristeza de ellos.

—¿Ah?

—¿No les viste la cara de haber chupado limón la noche que ganaron?

—...

No queremos, de cualquier modo, analizar aquí el resultado electoral sino ver cómo se organiza nuestra Derecha, neo comunistas zaristas.

El Imperio Contraataca

Luego de la derrota en 2019, extraña para un aspirante a la reelección que recibió una camionada de dólares, se potenció un fenómeno poco inocente que ya se advertía en el mundo: un trasvasamiento comunicacional en la Derecha. La aparición de nuevos comunicadores, con un estilo, una apariencia, un lenguaje y, por lo tanto, un target distinto. Ya Cambiemos había representado eso, pero los globos se desinflaron rápidamente. Los nuevos voceros liberales ya no podían ser entonces los Vargas Llosa ni tampoco los viejos empresarios, que se constituían en sus propias citas de autoridad a falta de biblioteca.

Así, los Sturzenegger, los Dujovne, los Melconián no portaban ya en TV la antorcha de la razón liberal. Rápidamente las redes sociales habían sido copadas por perfiles jóvenes, veinteañeros o treintaymuypoqueros, con imagen de chicos bien, exitosos pero rebeldes. O reveldes. Avatar joven, educado, canchero y anticomunista. Antisocialistas, subidos al carro de la meritocracia como nuevo formato, micro esta vez, de la Teoría del Derrame. Si ésta pretendía explicar el beneficio social del egoísmo aynrandista, la meritocracia es su enfoque a nivel individual, el eslabón que permite luego constituir la cadena. ¿De significantes? ¿Por qué no?

¿Pero cómo podía/puede la Derecha apropiarse —¡ay!— nuevamente de la transgresión, concepto ligado al cambio —¡uy!— y un rasgo de identidad de los movimientos de izquierda? Mientras que sobre sus padres y abuelos operaban los viejos comunicadores, durante los 2000 fueron principalmente los segmentos juveniles quienes dieron soporte, cultural y electoral, a las experiencias populistas de centroizquierda en el subcontinente. No se trata de mecánica cuántica: la exclusión que los modelos neoliberales generaron afectaron siempre más a las nuevas generaciones. “¿Qué hacemos, man?”, se habrán preguntado en algún think tank a la hora del whisky hace muchos años. La respuesta no provino de un razonamiento difícil pero sí brillante: encauzar la bronca y rebeldía juvenil en beneficio del propio sistema que las generaba. Algo así como traslocar “cambio” con “retroceso a tiempos mejores”. El sistema no es zonzo, y como estrategia de autopreservación apela a la “profundización”: “no fuimos al hueso”, “no hay lugar para el gradualismo”. Para eso tiene canales de TV, diarios impresos pero, más importante aún, redes sociales y nuevos comunicadores (y ahora actores politicos) que redirigen la energía juvenil en los términos del individualismo porque, volviendo al subtítulo, debe ser más divertido ser un Sith que cargar con la responsabilidad social de un Jedi, ¿no?

¿Qué podemos esperar entonces de nuestra(s) Derecha(s) de aquí a 2023? Que actúen pragmáticamente, por supuesto. No cargan con la tara de pretender la razón antes que un triunfo. Más prácticos, entienden dónde está el poder y alinean los patitos sin alienar a nadie. En 2021 la Derecha que había perdido en 2019 cedió protagonismo para que la “nueva” vieja Derecha, embanderada en la libertad, empujara la agenda neoliberal, prometiendo “quemar el Banco Central” o terminar con “la casta”. Cumplieron un doble rol, ya que —además de decir lo que los recientemente derrotados no podían— estas nuevas opciones electorales permitían contener, para el espectro de la derecha, el voto cambiemista descontento y desilusionado con el fracaso de Macri. Mientras, con Larreta a la cabeza, Juntos pretendía quedarse con el centro electoral, comprendiendo que los “renegados”, ideologizados contra el “flan”, digo, contra el “plan”, volverían agradecidos cuando vislumbraran un proyecto de poder; el que intentarán, claro, conformar para las próximas presidenciales.