Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus: una historia que merece ser recordada
Por Mariano Pacheco*
Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus, los nombres que desde el 7 de septiembre de 1970 simbolizan esa experiencia generacional que, a través de un nombre como el de Montoneros, logra enlazar los aires insurreccionales de los años setenta con el peronismo resistente tras ser desalojado violentamente del poder, y también, con los derrotados en la guerra civil que dio como resultado ese Proceso de Organización Nacional (la conformación de la Moderna Argentina Liberal, integrada de manera dependiente al Mercado Mundial Capitalista).
El Día del Montonero no sólo recuerda a esas dos grandes figuras fundacionales, sino que de algún modo rescata ese esfuerzo generacional por reactualizar esa lucha que ya venía desde antes, pero que tras el Cordobazo del 29 de mayo de 1969, acelera el proceso, en Argentina, y también en Nuestra América y el mundo, marcado por rebeliones de los pueblos que protagonizan procesos de liberación nacional y luchas por gestar una nueva humanidad. Tal como puede escucharse de manera breve en la “Cantata montonera” de Huerque Mapu, son los años atravesados por referencias emblemáticas, como la del cura-guerrillero Camilo Torres en Colombia (máxima expresión del compromiso de los sacerdotes que en el Tercer Mundo pelean por hacer terrenal la justicia enunciada en el Evangelio) y Ernesto Che Guevara, que tras el triunfo de la Revolución cubana buscó expandir “dos, tres, muchos Vietnam” por el continente, por no hablar del propio caso del pueblo vietnamita, que tras expulsar al invasor francés enfrenta con tenacidad al invasor yanqui, repudiado en su propio suelo por ciudadanos que reclaman la paz, el mismo suelo en donde las minorías negras cobran cada vez más notoriedad. Las pancartas con el rostro de Guevara en las calles de París, en pleno “Mayo Francés”, son un ejemplo claro que da cuenta como ese 68 que atravesó a Europa y otros sitios del mundo, son signos claros de que la lucha en estas tierras cuenta con apoyos y simpatías de juventudes que en el “primer mundo” también quieren cambiar su realidad, a la vez que piden explicaciones por la propia acción colonial de Estados que enarbolan banderas puertas adentro, y luego masacran pueblos del tercer mundo sin ruborizarse, como hizo Francia con Argelia.
En nuestro país Montoneros sintetiza ese aire mundial en la clave de un plebeyismo que expresa a su vez una paradoja: no sólo los hijos que en 1955 vieron a sus padres y madres luchar contra la dictadura fusiladora que derrocó con bombardeos al peronismo se incorporan a la lucha por la justicia social y la liberación nacional, sino que incluso –y de manera masiva— son los hijos e hijas de quienes salieron a las calles a aplaudir que las morachas desde entonces se callaran, y los morochos agacharan la cabeza (la famosa “peronización” de los sectores medios se pone en marcha de manera acelerada). ¿Pero realmente hubo silencio y resignación? ¡No! Lejos de eso, y con sus mesetas, sus avances y retrocesos, el pueblo peronista –y fundamentalmente amplias franjas del proletariado argentino—hicieron su experiencia política de radicalización, de los métodos de lucha (sabotajes y guerrillas se suman a las huelgas y movilizaciones) pero también de sus postulados y reivindicaciones, expresados de manera clara en programas obreros como los de La Falda y Huerta Grande, o de la CGT de los Argentinos.
El peronismo partió en dos la Argentina, pero también, la lucha de clases partió en dos al propio peronismo, y entre 1970 y 1975 eso se expresó de manera muy dinámica (y a veces, de manera descarnada, con episodios cruentos como la “Masacre de Ezeiza”, en 1972, o el accionar criminal de la Triple A, entre 1974 y 1975).
La experiencia de Montoneros --que ayer se recuerda en el 50 aniversario de la muerte de Ramus y Abal Medina como el “Día del montonero”—marca el momento más alto de lucha política en el país por parte de los sectores populares, los años en que las trabajadoras y trabajadores pudieron trazar alianzas con el pueblo humilde organizado en villas y barrios, y con los sectores medios, que profundizan una dinámica de organización que lleva al peronismo a ser –al menos por un instante—hegemónico en las universidades, colegios secundarios, agrupamientos de profesionales. Una experiencia que más allá de sus errores –cómo toda experiencia popular puede contar en su haber—supo estar a la altura de las circunstancias que presentó la historia, junto a otras corrientes del peronismo y de ciertas izquierdas. Una experiencia que vale la pena ser recordada, no sólo porque en el botín del vencedor se borronean o se enchastran los nombres de quienes dieron la vida antes por causas similares a las nuestras, sino porque en ese archivo podemos encontrar varias de las pistas que hoy nos permitan pensar cómo volver a tener otra vez, como pueblo, una estrategia integral de poder, capaz de hacer que de una vez por todos se de vuelta la tortilla, y no pelear por mejorar nuestra situación, sino por cambiar radicalmente las condiciones que dan origen a nuestras desgracias. Es decir, volver a cobrar la confianza necesaria para saber que es necesario, y deseable, construir otro tipo de humanidad.
*(Director del Instituto Generosa Frattasi, autor del libro “Montoneros silvestres”)