La guerra en Ucrania vista desde Oriente Medio, por Santiago Montag
Por Santiago Montag
La invasión de Rusia a Ucrania coincidió con mi llegada a Oriente Medio. Es imposible pensar la realidad actual de esta región por fuera de la crisis internacional abierta en Europa del este donde las principales potencias mundiales están interviniendo de una u otra forma. El destino de Ucrania pende de un hilo. La diplomacia internacional fortalece las esperanzas de un acuerdo negociado, pero el fantasma de una guerra total aún recorre los pensamientos del mundo.
Las tropas rusas están asediando Kiev y otras ciudades importantes como Kharkóv. El presidente ucraniano, Volodymir Zelensky, aparece en videos de redes sociales intentando mostrarse con determinación a resistir pero su mirada indica miedo y desconcierto por los titubeos de Occidente (o sea Estados Unidos y Europa). La incursión militar de Putin sorprendió al planeta entero, una respuesta a la avanzada de 30 años de la OTAN sobre su espacio de influencia. Evidentemente hizo un cambio de fichas en el tablero reacomodando las próximas jugadas. El objetivo ruso en estos momentos parece ser golpear y negociar en posición de fuerza.
Más allá del escenario ucraniano, las repercusiones de la iniciativa militar rusa son de escala global e histórica. Escribo, en este momento, desde la Palestina ocupada e intento pensar cómo podrían extenderse los efectos de este enfrentamiento sobre Medio Oriente y el Norte de África. Seguramente revelará nuevos alineamientos geoestratégicos, profundizará la crisis alimentaria en curso y además podrían estallar renovadas confrontaciones militares, étnicas y sectarias. Las noticias sobre Ucrania abren nuevos dilemas, pero también oportunidades para las élites políticas y económicas de esta región para rediseñar y renegociar la relación con EE. UU., Europa y Rusia. Al mismo tiempo los enfrentamientos entre clases podrían desencadenar nuevos levantamientos sociales como los que hemos visto desde inicios de siglo en esta región, cuyo máximo esplendor fue la Primavera Árabe en 2010-2011 y su bis a partir de 2017. Un proceso que al mismo tiempo generó reacomodamientos geopolíticos a gran escala y nuevas intervenciones imperialistas a partir de las guerras civiles en Yemen, Libia y Siria.
Lo geopolítico
La situación mundial de enorme interdependencia económica y política hacen que las posiciones de los estados en una crisis de este tipo sean contradictorias o que se intente sacar algún tipo de tajada. En este sentido, algunos países aliados a EE. UU. han adoptado posturas ambiguas con respecto a la agresión rusa denotando el reflejo de la nueva estrategia de las potencias regionales para permanecer alineadas con Estados Unidos, pero al mismo tiempo evitar una confrontación con China o Rusia. Esto está motivado por el alejamiento del país del norte, cuyos objetivos estratégicos apuntan al Asia Pacífico, del Medio Oriente y Norte de África.
Por esa razón es que Rusia ha logrado entablar nuevas relaciones con esta región. En cuanto a las alianzas geoestratégicas regionales, Irán y Siria adoptaron posturas antioccidentales como era de esperarse. Bashar al-Assad dijo que Siria reconocería la independencia de dos regiones separatistas (Lugansk y Donetsk) del este de Ucrania, y el ministro de Relaciones Exteriores de Irán dijo que la crisis está “arraigada en las provocaciones de la OTAN”, mientras que el líder supremo Jamenei dijo que en “Ucrania, estamos a favor de detener la guerra”, mientras que apuntó a “la mafia de EE. UU.”.
Los principales aliados de Estados Unidos en la región han sido cautos. El primer ministro del Estado de Israel, Naftali Bennet, no condenó el ataque ¿Por qué? Para Israel, Rusia es un socio importante, y los emigrantes rusos son un electorado fuerte israelí, además desde la retirada de EE. UU. de la región necesita de Rusia para bombardear posiciones iraníes en Siria. Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Qatar ven a Rusia como un importante productor de energía con el que no buscan confrontar, además de ser una fuente potencial de compra de armas, inversiones y otros bienes e incluso como aliado en guerras como la de Libia. También es un interlocutor en los conflictos con Irán. Estos países evitaron culpar a Rusia, donde, además, internamente las situaciones de derechos humanos son repudiables. Arabia Saudita mantiene las incursiones en Yemen, mientras que el Estado de Israel está asesinando al menos un palestino por día.
El caso de Turquía puede ser el más complejo. Pertenece a la OTAN, pero no ha condenado la invasión, probablemente por depender de varios arreglos con Rusia. Tal es el caso de los acuerdos en el norte de Siria, venta de armas como los sistemas antimisiles S-400, o la construcción de una planta nuclear, además de las importaciones de trigo y gas. Aunque, por otro lado, chocan en escenarios como en Libia o disputan influencia en otras regiones del continente africano, o el reciente enfrentamiento entre Armenia y Azerbaiyán en Nagorno Karabaj. Aunque Turquía también depende de la relación con Occidente por ejemplo en la compra de armamento, defensa y tecnología de motores.
Quizás Turquía juegue un rol importante en el conflicto, pero no a cambio de nada, exigirá concesiones. Estas consideraciones han empujado a Ankara a buscar un delicado equilibrio entre Ucrania y Rusia. Por ahora ha insinuado la posibilidad de impedir que los buques de guerra rusos ingresen al Mar Negro a través del estrecho del Bósforo y los Dardanelos invocando el artículo 19 de la Convención de Montreux, que permite negar el paso a las potencias beligerantes en estado de guerra.
La invasión de Estados Unidos a Irak en 2003 abrió toda una etapa de profundos problemas étnicos, sociales y económicos además de políticos en todo Medio Oriente. El conflicto en Ucrania ha revalorizado las posiciones conquistadas por las potencias regionales en los conflictos abiertos donde podríamos ver nuevos enfrentamientos militares directos en esos escenarios.
Del hambre a la revuelta
En cuanto al precio del petróleo se fue por las nubes, arriba de los 100 dólares por barril por primera vez desde 2014. Para los estados exportadores de petróleo de la región, estos precios más altos pueden ser un alivio presupuestario a corto plazo luego del impacto económico del COVID-19. Pero a largo plazo, los precios de los hidrocarburos altos y sostenidos podrían acelerar la transición energética al hacer que las energías renovables y la electrificación sean más atractivas económicamente, esto está apuntando ahora Alemania, lo cual tendría un impacto directo sobre estos países que dependen de la venta energética.
El problema grave es que los precios mundiales de las materias primas se han disparado, centralmente los alimentos. Rusia y Ucrania juntas constituyen alrededor de una cuarta parte de las exportaciones mundiales de trigo, además de fertilizantes y aceite de girasol, el principal componente de la dieta de los países en esta región. La pandemia y los consecuentes problemas logísticos ya habían aumentado los precios en un 80 % desde 2020. La mayoría de los países en el Medio Oriente son muy vulnerables a estos movimientos de precios o la interrupción de suministros.
Egipto es el mayor importador de trigo del mundo y muchas de sus importaciones provienen del área del Mar Negro, y recordemos que la crisis del 2008 que dio lugar a las revueltas del pan fue producto del aumento de precios del trigo en Rusia, así como en Sudán a fines del 2018. Aunque el gobierno egipcio intentó diversificar sus suministros en el período previo a la invasión, ya son evidentes las señales de escasez de alimentos. Se cree que su reserva de trigo durará menos de cinco meses. Aproximadamente el 30 % de los egipcios vive en la pobreza y dependen del subsidio al pan para alimentarse. Mientras que dependen del agua que suministra la represa de Aswan en el río Nilo para los cultivos y para el consumo (recordemos que actualmente hay una disputa con Etiopía sobre la represa del Renacimiento).
En otras partes del norte de África, el alza de precios y los cortes de suministro coinciden con sequías graves por el cambio climático como es el caso de Siria o Irán. Los desafíos económicos llegan en un momento difícil para el presidente Qais Saied de Túnez, quien está luchando por consolidarse en el poder después de destituir el parlamento el verano pasado, y quien enfrenta un estancamiento económico cada vez más fuerte. Asimismo, Irán está pasando por una fuerte crisis de inflación y pobreza, atravesada por una crisis ambiental sin precedentes, que han llevado a rebeliones de trabajadores constantes en los últimos años en las refinerías y de los pobladores de las regiones del suroeste.
Peor aún la situación en los países como Libia y Yemen, ambos son muy vulnerables a la escasez de trigo mientras atraviesan la devastación de guerras civiles desde hace varios años y cuyas consecuencias arribaron en fuertes crisis alimentarias según la ONU. La vida en Yemen es muy difícil, la dificultad para conseguir comida hace que los yemeníes huyan del país como refugiados. La ONU estima que la cantidad de yemeníes afectados por la inseguridad alimentaria alcanzó los 24 millones, 83% de la población, en 2021, con 16,2 millones que necesitan alimentos de emergencia. La guerra en Siria ha tenido consecuencias devastadoras: más de 12 millones de sirios padecen inseguridad alimentaria, un aumento de 4,5 millones solo en 2020. Quizás veamos una nueva oleada migratoria desde esta región.
Por otro lado, la crisis económica y energética en Líbano ha erosionado los bolsillos de las clases populares para comprar alimentos. Los precios aumentaron 1.000 % en menos de tres años. Líbano importa trigo para alimentar a la población, y alrededor del 60 % proviene de Ucrania. El país tiene almacenado trigo para aproximadamente un mes al tiempo que lucha contra la escasez de combustible.
La escasez de alimentos, sobre todo el trigo, históricamente ha sido el motivo central de los levantamientos sociales en la región. En 2008 en Egipto, así como luego en la Primavera Árabe, (sumado al cansancio por la falta de derechos democráticos), y más tarde en 2018, el aumento de los precios de los alimentos funcionó como catalizador de levantamientos populares contra los regímenes de toda la región, varios de ellos estallaron por los aires. Según el Banco Mundial, al menos 55 millones de una población de 456,7 millones en Medio Oriente y Norte de África estaba desnutrida antes de la crisis de COVID-19, generando un caldo de cultivo para un próximo estallido.
El ataque a Kiev es un nuevo escalón en la competencia estratégica entre las grandes potencias, donde lo militar entró directamente como parte de los medios de solución de fuerza para dirimir diferencias. Los objetivos norteamericanos se encontraron con los muros de un orden mundial distinto al que estaban acostumbrados, o sea el unipolar. Los planes de disciplinar a Rusia y la oligarquía de Europa del Este están tomando nuevos rumbos que exceden este análisis. Para los líderes mundiales esta crisis tiene alcance global, pero que golpeará centralmente sobre los trabajadores de todo el mundo por intereses ajenos.