La máscara del voto en blanco
Por Eduardo Daniel Ojeda *
Dirigentes partidarios de la autodenominada “izquierda revolucionaria” o de los sectores pseudo “progresistas” -que tienen entre sí diferencias irreconciliables- coinciden ahora con un empeño digno de mejor causa en la campaña del “voto en blanco”. En un extraña variante de la política ficción, pretenden llenar de contenido lo que en sí mismo es vacío, indiferenciado, ininteligible: un voto en blanco.
Apenas fueron acompañados por el dos o el tres por ciento de la voluntad popular, según el caso; sin embargo estos dirigentes, autoerigidos en paladines de la democracia “moderna” o de la inminente revolución proletaria, pretenden hacer del gesto de Pilatos una cuestión de dignidad republicana. Un aporte iluminado a la conciencia alienada de las mayorías que somos incapaces de discernir que los dos candidatos son idénticos, representan lo mismo y toda una indigesta cantinela por el estilo. Y, por supuesto, que los únicos esclarecidos son ellos. Lástima que el voto no los acompaña, pero eso es un detalle menor que no los mueve a silenciosa autocrítica y recogimiento.
De manera que pretenden transformar su derrota electoral en una victoria a lo Pirro. “Votemos todos en blanco”: con ese lema se dirigen al conjunto de la población. Imaginar sólo por un instante el escenario al que conduciría el cumplimiento efectivo de tal propuesta configura una auto refutación evidente.
Son almas bellas: frente a las encrucijadas de la historia se limitan a observar con mirada de politólogo finlandés las frágiles conquistas de nuestro pueblo, las demandas irresueltas, los dolores viejos, pronunciar el dictamen y luego lavarse las manos. La tan cacareada vocación democrática y republicana se reducía a no votar, a no elegir, a no pronunciarse. Y las banderas rojas se convirtieron en banderas blancas.
Sin embargo, y aquí viene el auténtico “quid” de la cuestión, lo más notorio de esta insólita campaña en medios, redes sociales y declaraciones públicas, es que todos los dardos, críticas y denuestos de los “votoblanquistas” están dirigidos casi con exclusividad contra el gobierno nacional y el candidato oficialista. Lo que demuestra que el supuesto “voto en blanco” es una máscara. El lago de los cisnes resulta ser la danza de los buitres.
Por lo tanto, la verdadera dignidad en este caso sería reconocer que van a votar a Mauricio Macri, y proclamarlo abiertamente. Es decir, hacer en público lo que seguramente van a hacer, vergonzantes, en el cuarto oscuro. Afectados por un ancestral sentimiento antipopular (es de comprender, el pueblo no los acompaña desde tiempos inmemoriales), claramente funcionales a la derecha real en muchas coyunturas de la vida política en nuestro país, de ese modo cumplirían mucho más acabadamente con el mezquino rol histórico que han sabido construir.
De modo que si pudiera ganar Macri, acaso por esos dos o tres puntos que estos dirigentes dicen representar, no dejaremos de recordarles su responsabilidad, su doblez y su inocultable complicidad con lo peor. Pero, también hay que decirlo, ningún resultado los pondrá a salvo de una insignificancia política que a esta altura parece ya irremediable, pase lo que pase.
Quienes estamos preocupados por la defensa de la educación pública y gratuita, la defensa del salario, de la industria nacional, los que no queremos volver a endeudarnos con el FMI, los que deseamos sostener la independencia económica, afirmar la soberanía política y profundizar la justicia social; los que luchamos por Memoria, Verdad y Justicia, por el mantenimiento y ampliación de derechos y por todo lo conquistado en esta última década, votamos a Daniel Scioli.
* Profesor de Filosofía, docente del Área Memoria y Derechos Humanos, FHAYCS- UADER.