La postura de la Unión de Trabajadores de la Tierra ante el debate de la cría porcina con capitales chinos
Por Unión de Trabajadores/as de la Tierra (UTT) / Fotografía prensa UTT
(Esta nota fue publicada con lenguaje inclusivo por decisión de los autores)
Según cifras de la OMS, entre el 24 y el 30 de julio, en toda América, la pandemia de Covid-19 pasó de cobrarse 325.625 a 342.635 vidas. Sólo en América del Sur, las muertes ascendieron de 127.015 a 135.590, con Brasil (87.618), Perú (18.418), Chile (9.240) y Colombia (8.777) a la cabeza. En Argentina, la cifra asciende a 3.082 y aumenta diariamente. Los números son contundentes, pero también son insensibles de las particularidades ¿en cuánto se ha modificado nuestra vida por la pandemia? Está claro que cuando termine la pesadilla del Covid-19 las cosas no van a volver a ser como antes y que eso que llamamos “normalidad” está en disputa. Día a día hacemos esfuerzos colectivos gigantes para sostener la situación, para cuidarnos entre todxs, mientras nos abrumamos por las muertes, por la bronca de la violencia institucional y la falta de asistencia alimentaria que pesa sobre los sectores más empobrecidos de nuestra sociedad.
A la vez, el desastre de la pandemia está mostrando la gran capacidad organizativa de nuestra sociedad a través de propuestas y demandas que emergen experiencias concretas, familias que proyectan futuro, gente que quiere trabajar dignamente para que la cosa mejore. La Red de Comedores por una Alimentación Soberana, los proyectos de leyes de Promoción Agroecológica y Arraigo Rural, son expresiones de ello. Además, en plena cuarentena, la sociedad se dio debates profundos sobre la necesidad de impulsar otro modelo agroalimentario en pos de la Soberanía Alimentaria.
La posibilidad de expropiació o intervención de Vicentín ante la flagrancia del fraude financiero de la exportadora de granos, animó al debate público sobre la necesidad estratégica de tener una empresa testigo dentro de un mercado de granos hiperconcentrado. Por cierto, este debate continúa y es parte de la lucha por la soberanía alimentaria que queremos fortalecer. En este contexto, la Cancillería comandada por el padre del modelo agroindustrial transgénico, Felipe Sola, anunció avances en diálogos estratégicos con el ministro de comercio de China para aumentar la producción porcina a 9 millones de toneladas en granjas tecnificadas. Por esas granjas industriales, en China tuvieron que sacrificar alrededor de 250.000 animales que han enterrado vivos para evitar la propagación de la Peste Porcina Africana. Simultáneamente, la OMS advierte el peligro de nuevas mutaciones de la gripe porcina H1N1 que pueden resultar peligrosas para nuestro organismo. A la luz de estos hechos y por el rechazo masivo que generó esta comunicación, la Cancillería incluso modificó la cifra que pasó de 9 millones a 900.000 de toneladas, sin ahondar en ningún tipo de explicación.
Las granjas tecnificadas son fábricas de enfermedades infecciosas transmitidas por animales a humanos –zoonosis- y, en vistas de los efectos devastadores de la pandemia de Covid-19, deberíamos privilegiar precauciones y cuidados antes que celebrar acuerdos inconsultos que prometen inversiones ara impulsar una industria que ha demostrado ser cruel, contaminante y peligrosa para nuestra salud. Con el desastre de la llamada “Revolución Verde” que impuso la agroindustria de transgénicos y agrotóxicos, la historia ya nos ha demostrado que las promesas de alimentación en base a estrategias que no respetan ciclos naturales son devastadoras. En cambio, junto a cientos de organizaciones y experiencias en todo el continente, proponemos a la agroecología como estrategia agroalimentaria superadora.
La actitud que ha tomado la Cancillería al comunicar el avance sobre este acuerdo, enciende todas las alarmas respecto de la política pública productiva que pretende imponerse. Debe entenderse que la proyección de estas fábricas de enfermedades va asociada a la expansión de la frontera agropecuaria para aumentar el monocultivo transgénico de soja que nos envenena. Entonces, encontramos una continuidad respecto del oscuro proceso sociopolítico que precedió al actual gobierno. Nos endeudaron como nunca antes en la historia, defraudando al país entero para enriquecerse a través de sistema financiero y la banca pública. Amainar ese endeudamiento rifando nuestra salud para que ingresen divisas, es cruel, carece de fundamentos y es lo que hubiera hecho el Pro. Al fin y al cabo, los platos rotos sabemos quiénes los pagamos: hay evidencias cercanas del impacto de industria porcina sobre la agricultura familiar donde se rematan ecosistemas enteros que se transforman en zonas de sacrificio. De allí deben partir las familias que trabajan la tierra porque sus aguas están contaminadas. En síntesis, estos proyectos agroindustriales coartan el futuro de arraigo rural que encarna nuestra propuesta de transformación.
Durante uno de los tantos encuentros con los que nos hemos convidado durante la pandemia para analizar, compartir y dialogar sobre el futuro venidero, Damián Verzeñassi, del Instituto de Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario y miembro de la Unión de Científicos comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (UCCSNAL) compartió lo siguiente:“Si nosotros vivimos en condiciones homogéneas, absolutamente negadoras de la diversidad, es muy difícil, es imposible, que podamos construir un sistema inmunológico saludable, y por tanto que nuestra vida pueda ser saludable. Ocurre con las plantas, ocurre con los vegetales, ocurre con los animales, y nosotros somos animales. Sin diversidad no es posible la salud, sin tiempo, sin respeto por los tiempos propios de la vida, no es posible la salud. Si nosotros no aceptamos que las ciudades construidas como han sido construidas hasta hoy, han sido extraordinarios facilitadores del alejamiento, de la disrupción entre los seres humanos y el ciclo de la naturaleza y los ciclos vitales, vamos a estar perdiendo una posibilidad extraordinaria de recuperar las tramas necesarias para reconstruir la vida saludable. Y en ese sentido, desde mi punto de vista como trabajador de la salud creo que un primer paso es empezar reconociendo que no hay trabajador de la salud que pueda llamarse tal sino reconoce que quien produce el alimento, garantizando un territorio saludable, es el primer primer trabajador de la salud que nosotros tenemos que reconocer.”
A lo largo y ancho del país, familias trabajadoras de la tierra que producimos proteína animal de manera respetuosa y sustentable, somos una alternativa real para propiciar una mejor calidad de vida, tanto en nuestros territorios como en las mesas de las familias necesitan alimento sano y soberano. Y a los apetitos voraces de divisas, entiendan de una buena vez la complementariedad entre salud y economía que proponemos construir: tenemos argumentos éticos, científicos y culturales que nos respaldan.