La violencia como imaginario social

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La violencia como imaginario social

03 Abril 2014

 

Por Ariel Fernández

Cuatro siglos atrás Thomas Hobbes dirá: “El hombre es un lobo del hombre. Cuando un animal se ceba, se lo sacrifica o se lo encierra bajo siete llaves que serán arrojadas a la profundidad de los océanos”. Ahora, ¿Qué se hace, sin embargo, cuando es la sociedad la que está irremediablemente cebada? Convencida además de que sólo así, asumida como lobo devorador, va a acabar con ese enemigo que la pone en vilo.

¿Es el linchamiento una práctica exclusivamente colectiva desde la sociedad civil? ¿O hay en ocasiones una delegación del linchamiento que nunca se asume bajo ese nombre pero que, en la práctica, carga con demasiadas similitudes? ¿Es factible hermanar figuras cuyos finales parecen encontrados? El historiador francés Jean Delumeau trabajó sistemáticamente sobre una hipótesis: argumentó que no sólo los individuos pueden quedar entrampados en su diálogo constante con el miedo sino también las civilizaciones. Y bosquejó la pintura de sociedades enteras ganadas por el trauma de la peste, de las guerras, de la inseguridad a través de las pesadillas que trascienden el cobijo del sueño para ser –definitivamente- amenaza diurna.

Esas pesadillas conducen a la sociedad a un túnel oscuro e inquietante. Que permiten advertir que detrás de cada piedra, de cada musgo, de cada sombra habrá un enemigo en potencia, agazapado, y representante de la figura del mal.

Por eso es necesario pensar y re-pensar algunos conceptos e ideas que nos permitan echar luz sobre los hechos acontecidos y súper divulgados en las últimas dos semanas.

En primer lugar retomar el pensamiento de Cornelius Castoriadis cuando cuestiona las respuestas tradicionales (tanto del estructuralismo, funcionalismo y fisicalismo) en torno a dos cuestiones: lo que mantiene unida a una sociedad y la razón por la que existe una alteración de la temporalidad. En este sentido, desde otra perspectiva, el autor explica la manera en que la sociedad se instituye a sí misma y la forma en que se instauran una serie de prácticas y discursos que corroboran y reafirman la equivalencia, entendimiento u orden en las sociedades.

Para él, no es posible entender el ser histórico-social únicamente bajo la lógica de conjuntos, ya que ésta se escapa de cualquier explicación determinista que intente separarla, fijarla o diseccionarla en términos definitivos y absolutos. Al contrario, lo histórico-social sólo puede pensarse “como un magma, como un magma de magmas, organización de una diversidad no susceptible de ser reunida en un conjunto, ejemplificada por lo social, lo imaginario y lo inconsciente”. De igual modo, es imposible separar lo histórico de lo social, ambos son posibilidad y existencia tanto del uno como del otro. Esto no quiere decir que todo sea magma o un caos indefinido, sino cómo sería posible que las personas se comunicaran, se entendieran o establecieran ciertas prácticas sociales. La noción de imaginario social es fundamental para la comprensión del universo de representaciones simbólicas que caracterizan y distinguen los valores y creencias de una determinada sociedad. Se trata de una producción colectiva, ya que es el depositario de la memoria que la familia y los grupos recogen de sus contactos con el cotidiano. En esa dimensión, identificamos las diferentes percepciones de los actores en relación a sí mismos y de unos en relación a los otros, o sea, como ellos se visualizan como partes de una colectividad.

En segundo lugar, tal como lo hace Bronislaw Baczko es oportuno señalar que es por medio del imaginario que se pueden alcanzar las aspiraciones, los miedos y las esperanzas de un pueblo. En él, las sociedades esbozan sus identidades y objetivos, detectan sus enemigos y organizan su pasado, presente y futuro. Se trata de un lugar estratégico en que expresan conflictos sociales y mecanismos de control de la vida colectiva. El imaginario social se expresa por ideologías y utopías y también por símbolos, alegorías, rituales y mitos.

En otras palabras: la imaginación es uno de los modos por los cuáles la conciencia percibe la vida y la elabora. La conciencia obliga al hombre a salir de sí mismo, a buscar satisfacciones que aún no encontró, a perseguir anhelos, a dividir expectativas.

En este sentido, el imaginario no es sólo copia de lo real; su potencial simbólico agencia sentidos, en imágenes expresivas. La imaginación nos libera de la evidencia del presente inmediato, motivándonos a explorar posibilidades que virtualmente existen y que deben ser realizadas. Lo real no es sólo un conjunto de hechos que oprime; él puede ser reciclado en nuevos niveles. Como nos propone Ernst Bloch al indicar un nexo entre las potencialidades "aún-no-manifiestas" del ser y la actividad creadora de la "conciencia anticipadora".

En el extremo opuesto, la sociedad constituye siempre un orden simbólico, que, a su vez, no flota en el aire - tiene que incorporar las señales del que ya existe, como factor de identificación entre los sujetos. Por eso, "los sistemas simbólicos en que se asienta el imaginario social son construidos a partir de la experiencia de los agentes sociales, pero también a partir de sus deseos, aspiraciones y motivaciones".

¿Y lo que se puede intercambiar con los símbolos? No es la naturaleza por la convención, pero una convención por otra, "un término grupal por otro, bajo un principio estructurante, que puede ser el padre, el ancestral, dios, el Estado etc." Es el símbolo que permite al sentido engendrar límites, diferencias, tornando posible la mediación social, consagrándolo como orden irreducible a cualquier otro. El itinerario simbólico para la construcción del imaginario social depende de los modos de apropiación y uso de los símbolos, los cuales se refieren a un sentido, no a un objeto sensible.

Los sistemas simbólicos, o mejor dicho, quienes manejan un valor simbólico de lo real en la sociedad, emergen para unificar el imaginario social. Vale decir, establecen las finalidades y la funcionalidad de las instituciones y de los procesos sociales. A través de los múltiples imaginarios, una sociedad traduce visiones que coexisten o se excluyen mientras fuerzas reguladoras del cotidiano. El real es, pues, sobredeterminado por el imaginario, y en eso consiste la trascendencia de las ideologías: ellas expresan las relaciones vividas por los hombres.

Al examinar las tensiones entre las fuerzas sociales, estamos penetrando en el campo de las batallas ideológicas por la conquista de la hegemonía cultural. El concepto de hegemonía, según el filósofo italiano Antonio Gramsci, caracteriza el liderazgo ideológico y cultural de una clase sobre las otras. Es allí donde “fácilmente” la sociedad se permite determinar quiénes son los “buenos” y quiénes son los “malos”.

Es así que los medios vehiculan equivalentes simbólicos de una formación social ya constituida y poseedora de significado relativamente autónomo. Crean un campo específico de representación de las prácticas sociales, intervenido en la realidad con el propósito de interpretarla. La diseminación de contenidos amplía o silencia manifestaciones del real histórico, conforme las directivas del sistema de enunciación, cuya pretensión última es validarse como intérprete del sentido común y traductor de aspiraciones sociales.

Es evidente que no todo lo que se divulga está contaminado por un esquema ideológico rígido a punto de defraudar la vida, que es diversificada. En la era de la información abundante, los paradigmas se alteran y las modalidades de relación con el público se refinan. Hay especificidades en el proceso comunicativo que necesitan ser observadas, a partir del entendimiento de que el emisor (que irradia una concepción de mundo integrada a sus objetivos estratégicos) y el receptor (que la decodifica total o parcialmente, cuando no la rechaza) son cada vez más inseparables en el circuito estructurante de los sentidos. El procesamiento ideológico de los medios se sofistica, sustituyendo formas disciplinarias clásicas por un marketing más blando y seductor, atrayendo los consumidores, por ejemplo, con llamamientos a la interactividad y a la participación (aunque muchas veces las opciones ofrecidas sean de tipo binaria o plebiscitaria) violenta. Claro ejemplo de esto es la imposibilidad de generar una discusión que tenga interlocutores sin utilizar la palabra linchamiento.

La explotación de brechas y alternativas críticas dentro y fuera de los medios tradicionales debe ser entendida como importante acción para diluir, en diferentes escenarios y situaciones, la idea mítica de que la sociedad es administrada por una fortaleza inexpugnable. En síntesis, significa adoptar estrategias creativas e innovadoras en la batalla de las ideas contra el pensamiento conservador y los discursos que buscan conservar privilegios.

Por último saber y reconocer, que delante de ese complejo cuadro ideológico, es esencial valorar la concepción gramsciana de la guerra de posiciones en los dominios culturales y políticos. La conquista del poder del Estado, en las sociedades capitalistas desarrolladas, no se dará por un colapso repentino de la dominación burguesa. La estrategia de la guerra de posiciones se fundamenta en una constante ocupación de espacios en la sociedad civil, a partir de acciones efectivas en los campos de producción cultural. Ofrecer a la sociedad nuevas visiones de mundo y valores comprometidos con la justicia social. La elaboración de alternativas concretas que modifiquen gradualmente las creencias vigentes es una tarea que Gramsci define como "tensa, difícil, en que se exigen calidades excepcionales de paciencia y espíritu ingenioso".