Mucho para preguntarse, todo por respondernos
Es fácil la metáfora sobre la democracia en su crisis de los 40, que también puede ser una segunda adolescencia, pero no tanto analizar la confusión mientras se produce. Intentarlo no está mal, sin embargo, porque asistimos a manifestaciones novedosas de viejos problemas. En el fondo, lo económico acerca causas y efectos conocidos o previsibles. Distinto es el modo en que se instalan.
Transitamos, por primera vez en la historia argentina, un periodo extenso de democracia sin interrupciones ni proscripciones que den impulso a demandas contenidas que abreven en acumulación.
El desconcierto es comprensible, porque la irrupción por el voto popular de un personaje como Javier Milei ha puesto en cuestión las vanas esperanzas de otros tiempos. Ni siempre las juventudes serán per se maravillosas, ni el ejercicio democrático tenderá por sí solo a mejorar las condiciones de vida en todos sus planos o a corregir las inequidades de cualquier tipo y color. No significa que deba renunciarse al afán militante, sino todo lo contrario.
Necesariamente, Milei es un emergente de épocas largamente cultivadas por sus antecesoras. Un personaje que escapa a los estándares previos de fabricación de liderazgos políticos, a los que tuvo que someterse el propio Mauricio Macri, que durante dos décadas construyó lo que fue su desembarco presidencial. Para coronarlo necesitó incluso del centenario partido, que por primera vez aceptó el rol de necesario furgón de cola.
Que al interior del personaje Milei se arropen los cables subterráneos de la política que lo disputan o condicionan no elimina algunos rasgos que le son indudablemente propios. Comenzar a apuntarlos, aunque no se halle explicación o receta de salida, puede ser un ejercicio interesante para repensar el escenario. Y, con él, es punto de arranque de los intentos militantes durante la acumulación y a posteriori, cuando –la matemática no es ciencia opinable- todo acabe como es sabido.
Si se parte de lo corroborado, Milei
- es un victorioso outsider pleno, sin el mínimo cursus honorum, que lanzó su partido después de haber accedido a la Presidencia;
- resulta el tercer presidente porteño consecutivo y el cuarto desde que comenzó el siglo;
- su caudal discursivo ha renunciado a toda pretensión de victoria por la vía argumental, recostándose más en lo místico y lo expresivo que en la lógica o el relato histórico;
- refuerza el carácter unitario y presidencialista del país, porque atravesó más de un año sin contar con mayorías o primeras minorías parlamentarias, gobiernos provinciales o locales de su mismo partido, ni conducciones gremiales o universitarias; y
- su centralidad se instaló primero por un medio de comunicación tradicional para después consolidarse por las redes, y no a la inversa.
La mayoría de esos puntos no eran desconocidos o imprevisibles cuando Milei ganó el balotaje de 2023. Por el contrario, eran los que sustentaban los pronósticos apresurados de que sería como las hojas de los árboles o las Pascuas.
Que no haya caído en marzo o abril se le anota como victoria clara, pero lo errado de las premoniciones no debe necesariamente extenderse a las observaciones y datos previos, que en cambio interrogan sobre las razones por las que lo que supieron ser causas no derivaron en sus viejos efectos. Tampoco diluye el debate al interior del campo popular sobre lo adecuado de sostener prácticas o premisas que, quizá, nos trajeron a este Presente.
Cada uno de los puntos reconocibles en Milei acerca una posible introspección, aunque la vereda popular recién está encontrando alguna vocación por encontrar un conjunto ordenado de ideas que la identifiquen como un todo coherente.
Sólo a modo de ejemplos, para continuar la senda de anotaciones en los márgenes de nuestras fatigadas bitácoras:
- ¿hubiera ocurrido Milei de existir partidos políticos robustos y frescos, que no den la impresión de entretener todo su andamiaje en internas posicionales 24/7 o agachadas de furgón?
- si los partidos u otras formas de organización política o social -frecuentemente observadas como vetustas o burocratizadas- pierden gravitación, ¿qué las reemplaza?
- ¿la política debe discutirse, planificarse (si es que tal cosa es esperable hoy) y comunicarse desde y para la macrocefalia porteña y el acápite conurbano?
- ¿cuál debe ser el tipo, los modos y los medios de comunicación para construir y sostener un mejor modelo de país? ¿Asistimos a una polarización secreta entre discursos que subestiman la inteligencia de su audiencia, contra otros que tienden a la abstracción de tan sobregirados y enclaustrados en la horma de los convencidos?
- ¿qué rol es justo, correcto y adecuado asignar, en un proyecto popular, a las distintas esferas de poder por fuera del presidencial?
Lo único seguro de esta época incierta es que tiene todo por preguntar y bastante más por responder.