Orden y progresismo, lo último de Lucas Carrasco
Por Rodrigo Lugones
Es arduo proponer una síntesis. Al igual que en República Unida de la Soja, el blog-meadero de Carrasco, "Orden y Progresismo" es una sucesión de viñetas arrojadas al tun-tun, buscando construir generalidades fáciles de desactivar (la dictadura de los 140 caracteres produce éste engendro del efectismo literario, una suma de aforismos de un transgresor módico). Un anti-Popper. Remite mucho a esos jefes insoportables que nunca precisan un horario o lugar de encuentro. Si no llegan, nunca te confirmaron. Si vienen y vos no, faltaste. Pero claro, el autor quiere mostrarse ingenioso. Así que abusa de las antimetástasis del tipo “no hay que vivir para comer, sino comer para vivir”, y muchas otras que ya quisiera su, muy cercano, Jorge Bucay poder compilar para su próximo libro. Por ejemplo: “La clase media es el hecho maldito del país peronista” o “El duhaldismo es el GOU del peronismo”. Imposible no asociarlo al personaje de La Esfinge en Mistery Men, una película menor de Ben Stiller. A todo este ruido, hay que agregarle los chivos. Cada párrafo es auspiciado por algún amigo, relación o sponsor de Rodríguez. Al punto de citar a Carrasco (una vez más) defendiendo al menemismo porque le garantizó un celular a cada compatriota. Difícil no vomitar a medio camino.
Aparentemente, el mamotreto gira en torno de tres conceptos que nunca define: peronismo, clase media y militancia. Dichos silogismos probarían que el kirchnerismo es un alfonsinismo 2.0. Es difícil espetar algo sobre peronismo que no coincida con algún tomo de la interminable bibliografía especializada (más si partimos de un volumen con nulo rigor científico). ¡De algo tienen que vivir los descendientes de Gino Germani! Lo más parecido a explicar qué es la clase media es la ¿introducción? Donde nuestro héroe cuenta cómo veraneaba con su familia en la costa atlántica durante los 80. Es interesante que Rodríguez-Carrasco no pueda evitar ser el punto referencial de toda su teoría ¿política? Su biografía permite contextualizar mucho esta hojarasca.
Su definición sobre militancia sí es sesgada. Básicamente, un militante K es un egresado del Colegio Nacional que no quiere ser corrido por izquierda y a la vez le toca justificar un estado neoalfonsinista. Y sufre por ser o no ser progresista. El porteñocentrismo del autor es sorprendente (aunque no más que su yo-centrismo). Según él, la militancia carece de latinoamericanos y paisanos del interior argento. No aparece la formación católica de buena parte del activismo peronista. Nada sobre la tradición judía determinante incluso de General Paz para adentro. Sectores que pueden ver con buenos o malos ojos al progresismo pero que no lo consideran el centro de su formación intelectual.
La militancia kirchnerista movilizó cien mil personas en tres estadios en un mes: el M-Evita en Ferro, La Cámpora en Argentinos y el sabbatellismo en Atlanta. ¿Cuántos estadios llenó la Coordinadora radical en 1988, anteúltimo año de mandato presidencial? El kirchnerismo tiene en común con el alfonsinismo que los dueños del capital no reivindican sendos Estados como propios, y en el caso del radicalismo, esto debe examinarse con lupa.
Es en la biografía de Rodríguez donde deben repararse los sentidos rotos del libro. En la entrevista que Diego Genoud le hace, Rodríguez cándidamente reconoce que militó en La Cámpora. Debería haber sido más preciso: fue funcionario en Canal 7, y su tarea era certificar políticamente los videographs. Un pseudo comisario de tercer orden que se aterroriza con la supuesta “dedocracia”. El libro es su escupidera: “El kirchnerismo se termina, no me acusen de K, yo me fui antes”.
Carrasco y Rodríguez pertenecen a la antigua tradición peronista del alcahuete arrepentido. El síndrome del almirante Teisaire, medalla a la lealtad peronista, vicepresidente de la Nación 1954-1955 y buchón de la dictadura de Aramburu. Dato: su prensero fue Bernardo Neustadt, víctima de la misma dolencia y al que Rodríguez trata con empatía, perdón, simpatía.
Lo lamentable no es la existencia de estas caricaturas. Serán sepultados por la historia de la lucha del Pueblo argentino. El interrogante es por qué el kirchnerismo, como arquitectura política posible del campo popular, sigue alentando estas veleidades. La defección de la casta Carrasco-Rodríguez, su viraje, es explicable en última instancia por su extracción de clase. Escribientes treintañeros de medios progres que son respetados en los sagrados límites de la capital porteña, encuentran tranquilidad tomando distancias “racionales” frente a las emociones desmedidas que provoca el kirchnerismo (que, según Rodríguez, siempre son entendibles cuando “los pobres” son los que se conmueven, ya que, obviamente -nos dirá -, almas sencillas pueden ser fácilmente engañadas).
De lo que se trata, para estos jóvenes héroes, es de ubicarse en el mercado del saber crítico de izquierda una vez terminado el ciclo K; ser aceptado es necesario para poder seguir firmando libritos que morirán apolillando en las bateas de ofertas de 3 x 20 pesos. He allí el porvenir de tan distinguida y vasta “producción intelectual”.