PASO 2017: Una cierta anomalía, una cierta normalidad
Por Isidoro Cruz Bernal *
La democracia de 1983 heredó el país de la dictadura militar-empresaria del 76. Esto quiere decir que, con mayor disposición o con rebeldías menores, asumió el régimen social de acumulación de la valorización financiera. En términos socio-políticos este nuevo régimen de acumulación fragmentó a los de abajo y unió a las fracciones de la clase dominante, dividida entre 1930 y 1976 en relación a qué clase de comando capitalista dirigía la inserción argentina en el mercado mundial. La valorización financiera acabó con estas contradicciones: operó una desindustrialización, relativa pero profunda, que quitó espesor a la clase obrera y al mercado interno. El desarrollo económico argentino retrocedió pero el poder y la unidad de la clase dominante adquirieron una preponderancia indiscutida.
Este régimen social de acumulación tuvo que acomodar su dominación política a las nuevas condiciones democráticas. Realizó esta tarea mediante lo que Gramsci llamó transformismo. Es decir, la neutralización política de la posible oposición de otras clases sociales mediante la cooptación de sus dirigentes y organizaciones políticas representativas al bloque de poder dominante. La estructura del sistema político argentino, formado por partidos democrático-populares policlasistas y de programa capitalista (radicales y peronistas) facilitó el logro pleno de este objetivo.
La valorización financiera y el transformismo político siguieron su curso zombie hasta que el país se derrumbó en 2001. Una estructura productiva colapsada, una crisis de representación política y una rebelión popular opaca y fragmentada fueron los acontecimientos que dieron el marco a ese año de viraje. El sistema político cambió para siempre. Los radicales se hundieron y en adelante tuvieron que presentarse a elecciones apoyando a candidatos extrapartidarios. El peronismo, a pesar de su dominio territorial, nunca pudo volver a presentarse unido. Los emergentes desde abajo de aquella crisis global del país no consiguieron generar ninguna alternativa de poder real y el gobierno de Duhalde consiguió una primera estabilización económica, que sólo se consolidó y representó una verdadera salida con la presidencia de Kirchner.
La salida de la valorización financiera
El kirchnerismo abrió un nuevo curso en la sociedad argentina que se fue apartando paulatinamente del neoliberalismo propiciado por las elites burguesas nacionales y extranjeras. Inicialmente los aspectos disruptivos del kirchnerismo fueron percibidos en clave de simulacro y farsa pero, a medida que la distancia con el programa de la burguesía argentina realmente existente se fue acentuando, se desató el antagonismo político por todos conocido, arrastrando a distintas fracciones de las clases populares e intermedias a tomar posición en uno u otro sentido. Mientras el kirchnerismo estuvo en el gobierno pudo sostener una guerra de posiciones con la derecha social y sus expresiones políticas.
El macrismo fue parte importante de estas fuerzas. Estableció una cabecera de playa, una plaza fuerte en la ciudad más importante del país. Inicialmente fue un fenómeno local que permitía a sus adeptos ser beneficiados por la macro K, que impulsaba el consumo de los asalariados y un fuerte mercado interno, al mismo tiempo que condenaban la “corrupción K”, que era la traducción, a nivel de una política de masas de la derecha, del rechazo de la anomalía política que representaban Néstor y Cristina. Se hablaba de la corrupción, se quería decir otra cosa. Los votantes macristas rechazaban al kirchnerismo como una suerte de avanzada bolivariana en Argentina, a pesar de que el gobierno anterior jamás tuvo el menor devaneo favorable al “socialismo del siglo XXI”. Al mismo tiempo el programa kirchnerista realizaba una parte sustancial de las aspiraciones de la mayoría del pueblo argentino: vivir en una sociedad burguesa que funcione, que permita llegar sin grandes problemas a fin de mes, irse de vacaciones o consumir ciertas mercaderías. Néstor Kirchner lo definió alguna vez como un país normal y justo. Es decir, que la democracia argentina pudiera sostener algunas reivindicaciones de las clases subalternas. Un compromiso de clase, un fin nada antisistémico. Los medios para lograr este fin resultaron, para el bloque dominante, intolerables.
La experiencia kirchnerista fue vieja y nueva al mismo tiempo. Introdujo nuevos ejes y los sostuvo mediante una dirección política centralizada que utilizó la estructura territorial del Partido Justicialista. Una nueva experiencia que se apoyó en un dinosaurio de gran tamaño. El poder real fue erosionando la base del poder político kirchnerista mediante sucesivos desprendimientos del viejo PJ que fueron dejando al kirchnerismo reducido a una minoría resistente del treinta y pico por ciento del electorado.
Paralelamente fue moviendo sus piezas en el tablero opositor. El beneficiario inmediato fue el macrismo, aliado a la UCR y Carrió. La alianza Cambiemos y su candidato Macri buscó aparecer ante el electorado como la representación de la realidad, del modo normal de hacer las cosas y acoplarse a “lo que sucede en el mundo”. El fin de la anomalía kirchnerista en resumen. Sin embargo, el programa implícito con el que iba a obtenerse este retorno a la normalidad era el de la Convergencia Empresaria (julio de 2014), un mix de folklore institucionalista y reivindicaciones exclusivistas del gran capital. Sin embargo, este sesgo altamente reaccionario no le impidió a Cambiemos representar el arco electoral antikirchnerista más los votos llamados respetuosamente independientes, que son los que más se dejan influenciar por los sentimientos predominantes de la coyuntura política.
El superoficialismo
El triunfo de Macri significó un cambio importante del sistema político argentino. En lo más aparente, concluye el transformismo argentino. El radicalismo es un partido de alquiler al estilo brasileño. El peronismo es una confederación de poderes comarcales, que sin el kirchnerismo carecen de todo poder de articulación política propia. El período 2016-2017 los ha mostrado totalmente subordinados al gobierno macrista. Al mismo tiempo, el poder real les deja claro el mensaje de que no se les ocurra recrear una alianza con Cristina. Deben colaborar con los fines del establishment aunque esto socave su carrera política.
Sobre las ruinas del transformismo argentino surge una nueva coalición, la cual, en un sentido, es el partido de los ideales empresarios. Y esto implica la producción de identidades socio-políticas que sirvan de soporte e identificación con estos ideales, especialmente para cuerpos inmóviles que no personifican precisamente las relaciones sociales capitalistas y deben soportar la reestructuración neoliberal con felicidad.
Es una coalición encargada de restaurar la normalidad de la Argentina capitalista, que entierre la experiencia populista del kirchnerismo. Enterrar es, en realidad, un vocablo demasiado suave. La misión del macrismo es destruir, devastar todos los logros del gobierno anterior. Se trata de devolver a la clase empresaria el comando de la sociedad burguesa. Y a nivel del imaginario de la sociedad se trata de restaurar las jerarquías sociales, de que cada uno tenga el lugar que merece. Un lugar común de aparente origen meritocrático pero que ya viene prefigurado negativamente con las imágenes consagradas de los “choriplaneros que viven del estado y de mis impuestos” como reza la queja kitsch del pequeño burgués capitalino o cordobés.
Al mismo tiempo que Cambiemos articuló una alianza que tiene cierta densidad social, erigió una centralización política aún mayor que la del kirchnerismo. Es un gobierno en el que el predominio de los grandes propietarios es incontestable. Un gobierno de ricos, inédito en la política argentina. A estos se suman el personal directivo de las empresas, conocidos como CEO’s y un puñado de políticos que gozan de la confianza de esta derecha social. La frase que se ha difundido de “una Argentina atendida por sus propios dueños” no por repetida, deja de ser verdadera. Cambiemos constituye una derecha con un programa político y social radicalizado. Su hallazgo es haber logrado presentarlo como una plataforma centrista y moderada. El factor Durán Barba, la modernización de la comunicación política que trajo y su trabajo sobre el sentido común conservador de amplias capas de la sociedad ha tenido un rol destacado en esto. Por supuesto que no es una rareza absoluta, si se mira el contexto internacional. Pero sí marca un quiebre fuerte con la tradición democrático-populista argentina, tanto radical como peronista.
Resulta un poco fastidioso tener que recordar que el macrismo no gobierna estrictamente solo. Sin embargo a juzgar por la literatura política y periodística que ha hecho circular en estos días la derecha del progresismo, hacerlo se vuelve una condición necesaria para entender mínimamente lo que pasa. Cambiemos forma parte un tándem informal con el sistema de medios privados, extensas áreas del poder judicial y los servicios de inteligencia. Este tándem tiene establecida una división del trabajo en la cual cada uno de ellos procesa alguna clase de insumo en la línea de montaje de la calumnia y la persecución política. Todos ellos son una fábrica hiperproductiva que trabaja en tres turnos en pos que nunca más se pueda poner en discusión, no ya una transformación social global, sino aspectos parciales de la sociedad argentina, reformas razonable que democraticen la sociedad y el estado, que permitan un compromiso de clase en el que las clases subalternas tengan ciertos derechos garantizados y una razonable y previsible perspectiva de vida. Nada de eso es posible hoy. Todo es detestable populismo que no permite al capital y al libre mercado mostrar sus grandes virtudes. Debemos aprender a vivir en la incertidumbre de las relaciones laborales líquidas y, además, disfrutarlo, proclaman las voces del nuevo régimen.
Régimen y gobierno
Hay que introducir un matiz importante en este análisis. Si bien desde diciembre de 2015 fue muy clara la intención destructiva y la firme decisión de arrasar con las políticas públicas centrales del kirchnerismo o, en caso contrario, vaciarlas de contenido (como en el caso de la AUH o la política petrolera), el bloque de clases dominantes de Argentina no tenía una confianza completa en la estabilidad de la alianza Cambiemos. Los fantasmas del 2001 y la precariedad que han tenido los gobiernos no peronistas están en la cabeza de los que mandan. Iban a apoyar a Macri en todo lo que fuera necesario hacer para aplicar brutalmente las contrarreformas neoliberales, iban a establecer el apagón informativo en que vivimos, iban a transgredir la legalidad republicana todas las veces que se necesitara. Estaban decididos a hacer todo esto y no han tenido la menor vacilación, salvo por algún detalle tacticista. Sobre el anterior gobierno, y especialmente sobre Cristina, operaría una suerte de proscripción simbólica respecto de lo que es el universo del discurso político aceptable.
Pero la burguesía argentina era conciente de que el régimen poskirchnerista ganaría en estabilidad si contaba con un peronismo de derecha que fuera el eje de reconstrucción del PJ. Se sabía que el kirchnerismo seguía contando con una base social importante pero se esperaba reducirlo a un tercio o menos de la sociedad, apostando a su paulatina dispersión. Sin embargo la brutalidad de las transferencias distributivas del macrismo, el empobrecimiento de amplias capas de la sociedad y una economía claramente contractiva introdujeron cada vez más dificultades para que el peronismo de derecha despejara el camino a Macri en nombre de la gobernabilidad y, al mismo tiempo, continuara siendo una alternativa de recambio. El massismo buscó hacer el equilibrio, criticando la política económica del macrismo mientras mantenía su fidelidad al acuerdo antikirchnerista. Pero aun siendo el reagrupamiento peronista de derecha más importante, su prontuario pro-macrista en el apoyo a las leyes centrales del gobierno (en lo que coincidió con muchos senadores y gobernadores elegidos por el FpV) parece haberle jugado en contra.
A partir del inicio de 2017 fue claro que, si se quería ser opositor y peronista, esa posibilidad se inscribía del lado de Cristina. Los que el año pasado habían renegado de la experiencia kirchnerista volvieron a tomar referencia en la ex presidenta. Se conformó así un reagrupamiento kirchnerista en la estratégica provincia de Buenos Aires y en otras provincias. Cristina hizo pesar su idea del frente ciudadano y el reagrupamiento atenuó su referencia peronista e incluso kirchnerista.
Esta dificultad de crear un régimen pos(anti)kirchnerista sin disponer de un peronismo afín obligó al poder real a reducir sus momentos de distancia con el gobierno de Macri, que le permitían un mayor margen de acción y maniobra e incluso hasta reprender al gobierno por su incompetencia. Un ejemplo claro de este tipo de circunstancia fue el fallo de la suprema corte ante los tarifazos en contra del gobierno. Sin embargo, esto ya no pasa; y en esta coyuntura precisa gobierno y régimen se han visto obligados a volver a aproximarse ante la falta de un ala peronista de derecha con posibilidad de acceder al poder.
El plano de la batalla
Esto ha llevado a una estabilización mayor del gobierno de Cambiemos. El resultado de las PASO ha sido una clara refracción de esto. El voto conservador y reaccionario, advirtiendo lo que está en juego, se ha lanzado a sostener a Macri. Votar cualquier otra alternativa hubiera sido una frivolidad, pudiendo hacerlo por un gobierno tan reaccionario que, además, necesitaba ese apoyo.
El macrismo se ha extendido territorialmente a escala nacional, absorbiendo cada vez más a la UCR y, no tan sorpresivamente, a los peronismos colaboracionistas (con la parcial excepción de Urtubey en Salta).
Al mismo tiempo es necesario señalar que es el primer oficialismo que no supera el 40% de apoyo electoral. Alfonsín, Menem, Dela Rúa y el kirchnerismo superaron claramente ese techo. Esto permite también advertir los límites de la victoria macrista. El gobierno ha avanzado electoralmente pero esta victoria resalta gracias a la fragmentación peronista.
El actual momento político tiene dos facetas íntimamente ligadas pero que no son idénticas. Es necesaria la legitimación electoral. La necesita el gobierno y la deberá atravesar la oposición real al macrismo, nucleada en Unidad Ciudadana. Pero al mismo tiempo se reafirmará una coyuntura caracterizada por el recurso del gobierno a solucionar muchos problemas políticos mediante vías de hecho. Lo que pasó en el escrutinio de la Provincia de Buenos Aires, el visto bueno dado a las fuerzas represivas, la prisión de Milagro Sala, ciertas acciones represivas con fin ejemplificador, el establecimiento de facto del delito de opinión en ciertos ámbitos y la desaparición de Santiago Maldonado dejan a la vista una decisión de avanzar en las contrarreformas sin tener ninguna clase de escrúpulos en relación a las cuestiones de tipo institucional, las que en otro tiempo parecían producir tantos desvelos. A fin de cuenta el único decisionismo malo es el que se aparta del neoliberalismo. Lo que cuenta para la restauración neoliberal son los fines a obtener mientras que los medios para llegar a ellos son casi ilimitados. La democracia como régimen político se angosta, la democraticidad de esta democracia va en caída libre.
En ese sentido hablar de una derecha democrática para referirse al macrismo es un chiste. O en sentido estricto, una vieja ilusión chachialvarista, que en la década del 90 trató de endilgarle esa categoría a Cavallo, quizás con un poco de mayor verosimilitud. Otros ejemplares de la fauna centroizquierdista de esos años, terminaron ingresando hace poco tiempo a esa derecha “democrática” a la que obstinadamente se le quiere dar existencia, como es el caso de Fernández Meijide con Cambiemos.
Unidad Ciudadana, como heredera de la anomalía kirchnerista, se propone como aquella fuerza que encarna la vuelta a una sociedad burguesa razonable, y es hoy el proyecto más viable que aparece ante los ojos del campo popular. Es, además, el voto que más le jode el macrismo. Encarna la posibilidad de cerrarle el paso o, por lo menos de achicarle el margen de acción a una derecha radicalizada que, coaligada con el sistema de medios privado y el aparato judicial, pretende imponerle a la parte popular de la sociedad argentina una cierta normalidad en cuyo nombre se le cancele cualquier perspectiva de igualdad y bienestar por muchos años. La lucha posible hoy, para los que nos reconocemos como izquierda, pasa por defender en este marco una perspectiva de país soberano, igualitario y democrático.
* Sociólogo (UBA). Investigador del CCC Floreal Gorini.