Presupuestos eran los de antes
Por Enrique Martínez*
El presupuesto anual del Estado nacional y los correlativos de las Provincias y Municipios dicen mucho más que lo que lo hoy discutimos los argentinos. O deberían hacerlo.
Ayer no más, hace 70 años, en tiempos virtuosos, esos cálculos se inscribían en planes quinquenales, que detallaban con minuciosidad las escuelas, hospitales, gasoductos, caminos, que se construirían con dinero público. La inversión estatal tenía mucha presencia en los presupuestos, mientras que la asistencia social a desocupados o excluidos eran rubros apenas menores, porque eran tiempos de plena ocupación. Ninguna relevancia tenía los pagos de intereses o capital por deuda pública externa, porque el país era en realidad acreedor de varios países centrales, a consecuencia del bloqueo de divisas a la salida de la segunda guerra mundial.
La ciencia y tecnología tampoco estaban presentes como egresos de importancia, porque el sistema universitario recién estaba llegando a un nivel de madurez básico, que se expandiría a partir de los años ´60.
Más allá de las particularidades, lo cierto es que el presupuesto era una idea propositiva, nos contaba como crecería la infraestructura y parte de la producción del país, con un Estado activo, reflejando la tendencia mundial en aquellos tiempos.
El foco económico cambió profundamente en las décadas posteriores, hasta hoy. Las finanzas fueron creciendo más que la producción, de modo persistente, hasta que al momento las transacciones financieras representan en el mundo más de 3 veces aquellas otras vinculadas a la producción e intercambio de bienes y servicios. Hacer dinero con dinero, sin agregar valor a nada, es un concepto que hegemoniza al mundo y desvela las ambiciones de muchos que están fuera de esa rueda infernal y miran con la ñata contra el vidrio.
La evolución del pensamiento fue persistente. Durante la dictadura de Onganía, todavía se insistía en el valor de una secretaría de Planeamiento productivo. Más tarde se achicaron los planes, pasando a ser trienales. Luego de tener a Martínez de Hoz manejando los controles, el dominio de las finanzas pasó a ser demoledor, a través de deuda externa artificial y por la especulación bancaria local. Se siguió hablando de prospectiva productiva, pero cada vez más, los documentos fueron meros dibujos, corta y pega de documentos de CEPAL, que a su vez eran esquemas semi abstractos, sin vocación ni posibilidad ejecutiva.
La culminación de ese poder, tanto gobernando la práctica como amasando la teoría y hasta los reflejos cotidianos de los ciudadanos comunes, llegó con el menemismo, en que mientras se idolatraba el manejo financiero, se destruía los ferrocarriles, la flota mercante y se vendía todo elemento productivo que aún estaba administrado por el Estado.
De allí para acá – salvo en la primavera kirchnerista - todo presupuesto fue aguantar, tratando de contar con fondos para pagar la deuda. Recuerdo haber visto un director de presupuesto, durante la casi inexistente gestión de López Murphy como ministro de economía, al borde de las lágrimas pensando que la cotización de los bonos argentinos en Nueva York podía llevarnos al default al día siguiente. ¿Qué plan, ya no quinquenal, sino semanal, podía hacer ese funcionario?
Néstor Kirchner navegó en esas tormentas. Concedió con cierta facilidad alguna controversia teórica, al dar relevancia al superávit fiscal. A cambio, encaró con garra ejemplar el desendeudamiento externo, que sabía era el condicionante supremo de nuestra dependencia; aumentó enormemente las transferencias a los más necesitados, que Perón no necesitó, pero ahora eran imprescindibles; reforzó las partidas de inversión pública, ya sin contar con el aparato productivo público de medio siglo atrás; le dio un papel estratégico a la educación, la ciencia y la tecnología. Fue mucha mejora en términos relativos. Fue insuficiente para evitar que la voracidad de los financistas se hiciera un picnic con el país desendeudado y lo volviera a fundir en menos de 3 años.
Hoy estamos una vez más frente a un presupuesto público que no mira hacia el futuro, sino hacia dentro de cinco minutos, orientando a asegurar como pagar a los usureros, controlados por el policía de esos usureros, el FMI. La redistribución regresiva no la inventa ni inicia el presupuesto, pero hace todo lo que está al alcance de un Estado genuflexo y sin herramientas para consolidarla.
Son décadas de pelea contra un enemigo muchas veces invisible, que se metió en el cuerpo de nuestra sociedad. No hay retoque de los números que lo arregle. Tampoco hay lugar para la resignación, que es un arma a disposición de los analistas, pero no de los que realmente sufren. Es tiempo de volver a sacarnos de encima los financistas y construir puentes, escuelas, tambos pequeños y grandes, espacios de creación productiva y de disfrute común. Nada malo es para siempre. Muchos menos lo horrible.
* Instituto para la Producción Popular