Qué deben escribir los lápices
Por Rocío Cereijo
—A estos hijos de puta los paga el gobierno.
Un taxista con la ventanilla abierta busca complicidad con su pasajero; los últimos militantes que cortan el tránsito para poder cruzar Plaza Italia en dirección a Plaza San Martín se ríen y cantan aún más fuerte sobre el parabrisas. La columna de casi doscientos metros avanza:
—¡Tomala vos, dámela a mí, por el boleto estudiantil!
La misma consigna que en 1975 se corea hoy. Pero cuidado: ya pasaron treinta y ocho años de aquella serie de secuestros que, en el marco del plan sistemático de desaparición, tortura y exterminio, secuestró a militantes de colegios secundarios platenses durante la última dictadura genocida. Pasaron las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final; los diez decretos de Indultos presidenciales; la declaración de inconstitucionalidad de estas normas de la impunidad y la reapertura de los juicios por crímenes de lesa humanidad.
La “Noche de los Lápices” se constituyó como uno de los emblemas principales para repudiar el terrorismo de Estado en los primeros años de democracia post dictadura cívico militar. Tal vez, para ello fue necesario construir un relato donde las víctimas secuestradas entre el 8 y el 21 de septiembre de 1976 eran tratadas como “ingenuos estudiantes” que sólo reclamaban por un boleto estudiantil, despojándolos de su carácter revolucionario.
Gracias a la lucha de organizaciones políticas, sindicales y de derechos humanos se logró generar una conciencia crítica, que comprende que se trató de militantes políticos de organizaciones revolucionarias como la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), que luchaban por algo más que un boleto estudiantil. Allá aquellos como el taxista.
Acá nosotros, no nos han vencido
Como cada año, la UES encabezó la movilización que llegó hasta el frente del Pasaje Dardo Rocha, donde la Subsecretaría de Juventud del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación montó un escenario, por el que pasaron distintas bandas como Medio Rejunte, que celebró el acto multitudinario:
—El otro día tocamos en un bar de acá y éramos siete; contando a los mozos, al barman y a nosotros.
Los más jóvenes hasta se animan a hacer pogo al ritmo del folklore con una pizca de rock. A un costado, puestos de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES), la Subsecretaría de Juventud, la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), el Programa de Acceso Comunitario a la Justicia (ATAJO) brindaban información a todos los que se acercaban. Sin embargo, el más concurrido fue el de la el Programa Nacional de Organización Estudiantil y Centros de Estudiantes:
—Está buenísimo. Podés dejar tu mail para que te manden consejos para formar un centro de estudiantes. En mi colegio no tenemos, así que recién me anoté— Es la primera vez que Julieta, de 15 años, se acerca a una movilización de este tipo.
En un volante del ministerio de Educación de la Nación se plantean algunos posibles pasos a seguir para la conformación de un centro de estudiantes “para garantizar el buen funcionamiento y generar que la mayoría de los y las estudiantes participen en la toma de decisiones”.
Luego de un corto almuerzo, se abren tres mesas de debate: Violencia Institucional, Juventud y Medios y Cromañón. Dentro de las tres carpas dispuestas sobre la esquina de calle 6 y 50, los bocinazos interrumpían cada tanto a los panelistas.
Dictadura y continuidades: Violencia Institucional
—Hay que hacer mierda los paradigmas de esta sociedad.
El Diputado Nacional Leonardo Grosso, que encabeza la Campaña Nacional contra la Violencia Institucional, sostiene que se trata de una problemática histórica multidimensional: “no sólo está el policía que dispara, también está el juez que lo deja libre”, los medios de comunicación y la sociedad. Lleva puesta una remera que reclama justicia por Lautaro Bugatto; en algunas horas el Tribunal Oral nº 10 de Lomas de Zamora dictará sentencia por el caso en el que el joven de 21 años fue asesinado por el policía Daniel Benítez.
Lo acompañaban, además, el legislador porteño Pablo Ferreyra y El Diputado Nacional Horacio Pietragalla. El referente de Seamos Libres hizo hincapié en que “lamentablemente hay una policía que todavía no entiende que esos jóvenes que queremos incluir son los mismos que ellos van despojando de derechos a partir de estigmatizarlos”.
Pietragalla, por su parte afirmó que el mejor homenaje que se les puede hacer a las víctimas de la última dictadura es comprometerse políticamente como “sostenimiento de este Proyecto”. Para el diputado e hijo de desaparecidos “no es fácil combatir la violencia institucional” porque la dictadura dejó varias secuelas encarnadas principalmente en dos herramientas: las fuerzas policiales y la justicia.
—No queremos mano dura, no queremos represión. Queremos para los pibes trabajo y educación—El cántico retumbó en la carpa, en la esquina y se dirigió hacia el escenario.
Sobrevivir, vivir, militar
—Durante muchos años acuñamos la frase “los lápices siguen escribiendo”, pero hoy ya no alcanza con sólo decir eso. Hoy nos preguntamos qué deben escribir, entre todos tenemos que comprometernos: nunca más represión, nunca un decreto de entrega en este país de la soberanía.
Quienes compartieron cautiverio con Emilce Moler y declararon en el juicio por el Circuito Camps recordaron su contextura pequeña. Es una de las sobrevivientes de los diez secuestros a estudiantes secundarios llevados a cabo en septiembre de 1976 en La Plata.
—Agarren las banderas ustedes. Escriban las paredes, los murales para construir el país que tanto soñaron los compañeros que hoy no están y merecerían estar junto con nosotros.
Se dirige a un público principalmente compuesto por estudiantes de los secundarios que aguardan la lectura del documento que año tras año formulan los integrantes de la UES. Gran parte de las organizaciones políticas del campo nacional y popular ya se han marchado de la plaza. Es el turno de otro sobreviviente, Pablo Díaz:
—El destino que tenemos que construir es una Patria que nos incluya a todos. No hay posibilidad de que la “Noche de los Lápices” no alcance su sueño definitivo si nosotros no logramos esa Patria.
En el juicio que juzgó los crímenes de lesa humanidad cometidos en seis centros clandestinos de detención que conformaron el Circuito Camps, donde estuvieron secuestradas las víctimas de la “Noche de los Lápices”, fueron condenados veintitrés genocidas; dieciséis de ellos a cadena perpetua. Actualmente Claudio de Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Horacio Ungaro permanecen desaparecidos.