Revolución en las casas, en las camas y en el trabajo
Por Florencia Gordillo
Hay quienes ven en el feminismo una moda. En la actualidad se continúan repitiendo estereotipos que obstaculizan la emancipación de la mujer como parte de un proceso de transformación social.
Si bien es cierto que la mujer ha conquistado campos laborales antes impensados, hay muchos terrenos por conquistar. Lo primordial es preservar el primer territorio de la mujer que es su propio cuerpo. Es el lugar donde se refleja la resistencia que imponemos en la cotidianeidad haciéndole frente a las opresiones del patriarcado. El cuerpo es territorio que se pretende dominar, territorio moldeado y disciplinado por los paradigmas del machismo más conservador, un cuerpo mercantilizado algunas veces, víctima de la represión otras, pero un cuerpo vivo que batalla junto a otros cuerpos.
Todavía hay familias donde las mujeres son víctimas de la subordinación económica. Pensar que el trabajo de la mujer es el trabajo doméstico y su rol es tener hijos es una consigna retrógrada pero lamentablemente vigente. “El primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino” (Friedrich Engels. El Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado).
Aún hoy muchas mujeres siguen llevando adelante las tareas del hogar por amor, como si no fuera un trabajo también. El error es considerar que el trabajo de la mujer por naturaleza es servir en la casa y a su marido, atenderlo como mujer de su propiedad, como su empleada doméstica o aún peor como su esclava, como si la mujer tuviera que estar disponible para cuando él así lo requiera, como si el mantenimiento del hogar dependiera exclusivamente de la mujer y ese fuera su única posibilidad de trabajo, que inclusive no se reconoce como trabajo, muchas veces mal pago y hasta a veces no remunerado. En un encuentro del Seminario “Feminismos, historia, debates y luchas actuales” en la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC) Claudia Korol decía “Si el Estado le tuviera que pagar a cada mujer por el trabajo doméstico que cada una realiza se empobrecería”.
No sólo el trabajo doméstico es cuestionado sino también aquellas mujeres que eligen ser trabajadoras sexuales. En Córdoba la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR, Sindicato de trabajadoras sexuales argentinas en acción por sus derechos) que nuclea a las trabajadoras sexuales se convirtió en asociación civil tras hacerle frente con dos años de lucha. Presentaron un amparo colectivo tras una negativa por considerar que “no contribuían al bien común” negando el accionar de la actual asociación que resguarda los derechos de las trabajadoras sexuales (no sólo las afiliadas) entre otras actividades educativas, salubres y sociales. Considero que negar el trabajo sexual es otro intento por invisibilizar la autonomía de la mujer al momento de elegir un trabajo, un posicionamiento político y un modo de vida pero por sobretodo un posicionamiento ante la sexualidad.
"Luego de casi dos años de lucha política, teniendo que justificar hasta última instancia nuestro compromiso con una sociedad más justa e igualitaria, la Inspección de Personas Jurídicas reconoció mediante Resolución N° 121 “A”/14 la Asociación Civil AMMAR Córdoba. En el pasado mes de abril, AMMAR Córdoba con la Clínica Jurídica de Interés Público Córdoba (CLIP) presentó un pronto despacho en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la provincia, después del fallo de la Cámara 4 que había anulado la resolución de la Jueza de 1ra Instancia, la Dra. Bertossi De Lorenzati, por la apelación realizada de la provincia al recurso de amparo presentado por la organización a finales del año pasado.” Así comienza el victorioso documento de AMMAR donde anuncian su personería.
AMMAR no solo es una organización gremial sino también vela por una construcción colectiva, donde sus voces se junten con las otras tantas voces que pretenden silenciar.