Rugby, desigualdades y cultura de la violencia
Por Maxi Ledesma | Sociólogo por la UNSAM, maestrando en Sociología económica IDAES, jugador de rugby
Esta semana sucedió otra vez, un grupo de chicos que salían de un boliche golpeó hasta dejar al filo de la muerte (llegó al hospital con contusiones gravísimas y perdida del conocimiento) a un joven de 19 años que finalmente fallece en el hospital Illia del balneario de Villa Gesell. El hecho sucedió tras una riña a la salida de un boliche, y los responsables fueron detenidos en las horas próximas. Se descubrió, al indagar sus redes sociales, que ellos formaban parte del Club Arsenal Zarate y jugaban Rugby allí. El suceso paso a formar parte del relato “rugbiers violentos”.
Pensar las cuestiones
Por un lado tenemos el hecho en sí, y su reconstrucción jurídica-legal para dictaminar la culpabilidad de los atacantes. Seamos claros en esto: el homicidio en riña tiene plena condena social y jurídica, y de eso modo, lo sucedido es un hecho absolutamente condenable.
Pero por otro lado, es pertinente correrse del hecho en sí, su relato mediático y la reconstrucción jurídica de lo sucedido. Cuando suceden estos actos, podríamos hacer al menos dos cosas: poner nuestra moral por encima de todo y afirmar (basándonos en la experiencia donde en los últimos años, rugbiers golpeadores en boliches es una moneda corriente) que todos los rugbiers son violentos, proto fachos, semi nazis y discriminadores seriales: lo que hicieron está mal por su condición de excelencia en la sociedad. Si se procede de ese modo, llevamos a cabo lo que el sociólogo Erving Goffman, denominó etiquetamiento, es decir que ciertos actos no son desviados por si solos, sino que su origen radica en un “etiquetado” previo que hacen los grupos sociales entre si. Es la profecía auto cumplida y la desviación atacaría “los valores sociales” de otros grupos y personas. Esto funciona sin distinguir clases sociales: “los rugbiers son violentos”; “los villeros son negros de mierda”; “las minas son todas putas”; “los politicos son todos chorros”. Del mismo modo, otro concepto que nos sirve para pensar estas cuestiones, es el de estigma, para hacer referencia a una “marca social negativa” con la cual la persona sufre una “revisión biográfica” de como lo ve la sociedad. ¿Qué hacemos con lo que dicen que somos? Este estigma se convierte en el rol predominante de la persona. Los rugbiers pasan a ser violentos y los villeros todos chorros. Todos los días y a cada momento actuamos etiquetando.
Otra cosa que podríamos hacer es reconstruir: los etiquetamientos no son estancos, cambian, se moldean a través de la historia y se modifican según “traumas” que organizan a los grupos sociales. Ahora mismo, los rugbiers tienen “valores copados” porque formaron Espartanos (el equipo de rugby del penal 48 de San Martin) o los “chorros” se volvieron amigables porque van a la universidad. Este es el primer indicio de que las cosas son mucho más complejas que las etiquetas que usamos. Los grupos sociales, además, tienen sus instituciones, y en este caso, los clubes son centrales a la hora de organizar estos traumas: la pasión, el esfuerzo, el sacrificio, la humildad y el respeto forman parte de la batería de valores que surgen cotidianamente en los sucesos que atraviesa ese club; cualquier cosa que sucede allí, es mirada desde esta óptica. Subir a primera, jugar mejor, tener un “lindo club”, son los bienes primordiales con los que cuenta la persona rugbier, cada acción dentro del club se basa en ganar o perder estos bienes. Ahora bien, en la realidad que se vive, laburar, estudiar, entrenar, tener vida social, “estar con alguien”, se transforma en un goce traumático. La ley del esfuerzo y el imperativo del placer, la sociedad cansada, la persona cansada, se termina frustrando en su club, en su institución. Emborráchense y salgan a buscar el goce, se transforma en la norma.
El trauma de la desigualdad
Vivimos etiquetando y encima todo lo que se hace, termina siendo traumático y cansador, pero no alcanzaran las líneas editoriales, ni las tesis, ni las charlas en los clubes, ni la “transmisión de valores”, ni todas las notas juntas para “pensar” estas cuestiones. El rugby, sus jugadores, sus clubes, están atravesados por problemas de dinero, por déficit de enseñanzas y por sobre todo el espejo de la desigualdad: los clubes están en ciertas zonas del conurbano bonaerense, zonas atravesadas por la pobreza, y zonas donde abunda la riqueza. Esta complejidad territorial es más visible los domingos en algún club: los domingos, las juveniles juegan y se cruzan chicos que el día anterior tuvieron al menos 4 comidas con chicos que apenas almorzaron o cenaron. Se cruzan familias con tradición en un club, con algunos padres y madres sueltos que acompañan a su hijo; los domingos se juegan historias de vida, igualadas en la práctica del deporte, pero historias de vida muy distintas. Clubes en González Catan, en el Barrio San Alberto de Ituzaingó, en el fondo de Marilo vs clubes dentro de countries y clubes donde los socios son hijos de los banqueros más importantes del país.
Atravesamos enormes desigualdades en nuestro país, y los clubes de rugby forman parte de esta sociedad que se ayuda ante esas desigualdades: jóvenes católicos que ayudan en las villas, jóvenes que se meten en los clubes para ayudar a los pibes del barrio, jóvenes que no pueden pagar la cuota social del club, y familias enteras que depositan una esperanza de que los pibes “hagan algo”. Pero hay una realidad transversal a la desigualdad: la dominación nos igual decía el filosofo francés Jacques Ranciere. La dominación es patriarcal y capitalista, y nadie puede negar que el rugby, igual que el fútbol, el básquet, o cualquier deporte, se construyen en torno a la hombría, y a la “cultura del aguante”. La violencia, en este contexto, es síntoma de impotencia, es que el otro no pueda ser asimilado a lo que “yo creo que es el mundo”.
En cada golpe que una persona que practica deportes, pone en juego la continuidad de sus valores, pone en juego lo sagrado de lo que hace. Parafraseando al filosofo Georges Bataille, lo sagrado es la llama que destruye al bosque consumiéndolo. Es ese algo contrario a una cosa lo que es el incendio ilimitado, se propaga, irradia calor y luz, inflama y ciega, y aquel a quien inflama y ciega, a su vez, súbitamente, inflama y ciega.
Por último, el firmante pide disculpas por la extensión de la nota, pero estas cuestiones son inabarcables mediaticamente. Las cuestiones, no se resuelven con “mayor castigo y disciplina” (aunque, claro está, la sanción de cada club tiene que suceder), por sobre todo se podrían resolver, moviendo el avispero, discutiendo sobre la realidad que rodea cada institución, cada club, desde muy jóvenes se puede conversar ciertos temas, debemos aceptar que no somos islas de valores. En ese sentido, los usos sobre “los villeros”, tienen que ver con homologarlo al “mundo rugbier”, son mundos que vemos con ojos muy acotados, con ojos de etiqueta, porque la realidad es así: no tenemos idea de lo que significa el hacinamiento de las villas ni tampoco sabemos mucho que significa pasar 7 días de la semana en el club formando juveniles.