Vidas en común: sobre los “linchamientos” y su espectáculo

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Vidas en común: sobre los “linchamientos” y su espectáculo

08 Abril 2014

Por Daniel Mundo y Mauro Greco

En las últimas semanas asistimos al inquietante fenómeno del “linchamiento” por grupos de “vecinos” “indignados” por la “inseguridad” de lo que —siguiendo la conceptualización de Gabriel Kessler— llamaríamos “ladrones amateurs”. Las comillas tal vez no sean un exceso retórico, hay que cuidarsede las palabras con las que pensamos y nombramos estos sucesos. Cuidado que los medios “hegemónicos” vienen demostrando no tener: se trata, afirman, de vecinos hartos de los robos que, ante el retiro del Estado de la cuestión de la seguridad, decidieron tomar la violencia por mano propia, cuidarse entre sí, apalear y en algunos casos golpear hasta la matar a quienes les robaron. Viven el asesinato como defensa. Son “vecinos” que linchan “delincuentes”: no es muy difícil, en el esquema moral básico de honestos y corruptos con el que trabajan los principales medios, señalar quiénes son los buenos y quiénes los malos, de qué lado está la justicia y dónde la ilegalidad.

Tal vez asistimos a la consagración espectacular de la idea de “vecino” —el significante que parece venir a reemplazar conceptos como el de “nación”, “pueblo”, “gente”. El término es complejo, aunque la gran prensa lo simplifica con su lógica maniquea. Vecino es el que vive al lado pero también enfrente, ya no sólo remite al que está cerca o “estar cerca” develó todo su poder contradictorio. La comunidad que se cuida a sí misma supone que hay un tipo de individuo que no pertenece a esa comunidad. Esta ajenidad es el afuera constitutivo de la comunidad. En la imaginería mediática dominante, el vecino sigue siendo el buen trabajador y mejor padre de familia, que puede estar en “guerra”, pero siempre en pos de la paz y la justicia. Es un vecino ideal que en el extremo mata para proteger lo propio.

Desde hace años que la sociedad argentina viene debatiendo la justicia que desea. El imaginario mediático —y también buena parte del discurso político— informa repetidamente que el sistema judicial es vetusto y no cumple la función que debería cumplir: intimidar y castigar. En la década del setenta “la sociedad argentina” aceptó (si no fomentó) la clandestinización de las acciones del Estado en pos de fundar un tipo de seguridad determinado. El enemigo era otro en ese momento histórico. Con la vuelta a la democracia el debate abarca desde la corrupción de las fuerzas policiales y el “gatillo fácil” hasta la necesidad de tomar la justicia por mano propia (por lo menos desde el asesinato que perpetró el ingeniero Santos hace ya décadas). El linchamiento público es otra salida, que en estos días tomó una relevancia enorme, pero que viene siendo instalado como tema común desde hace años. La multiplicación de cámaras de seguridad es otro ítem a considerar: basta visitar las capitales del “primer mundo” para corroborar el precio que se paga por este tipo de seguridad: toda la vida filmada y registrada. Habría que descubrir el punto de conexión entre la espectacularización de la vida privada y los linchamientos que en estos días han dejado de estar sólo en el medio.

Negar el poder de la justicia, minusvalorarlo o despreciarlo, va de la mano con el desprestigio de la acción política y sobre todo de los políticos. La justicia y los políticos colaborarían con el clima de inseguridad sobre el que los medios no dejan de informar. Por supuesto, tanto la inseguridad como las diversas maneras que la sociedad debate para paliar esa sensación de miedo forman parte de la agenda mediática. No es que los medios generen un clima de convivencia u otro, pero consolidan —y también construyen— respuestas y “soluciones”. A esta altura resulta casi inútil insistir en la responsabilidad política de la información. Esta información apuntala o discute una de las posibles gramáticas explicativas de los linchamientos: la circunscripción de un nosotros que no se imagina conviviendo con determinados otros, pero también un manual del trato de esos otros en ciertas circunstancias. ¿Debemos esforzarnos en zurcir o reprimir este tipo de vínculo? Como fuere, la sola posibilidad de formulación de estas preguntas da cuenta de que las normas que deseamos para convivir con nuestros “semejantes”, lejos de ir de suyo, se encuentran en un momento crítico de discusión.