Villarruel no hace una reivindicación peronista de Isabel
La vicepresidenta Victoria Villarruel reivindicó a María Estela Martín de Perón (Isabel) y promovió la colocación de su busto en el Senado de la Nación. En un rapto de devaneo peronista, elogió la figura de la ex presidenta e impulsó su reconocimiento a nivel institucional. ¿Qué motiva a Villarruel a asumir tal postura y qué tipo de reivindicación propone?
En primer lugar, Villarruel intenta recuperar la Isabel de la firma del Decreto 261 de febrero de 1975 que habilitó al Ejército a combatir al ERP en Tucumán en el marco del denominado Operativo Independencia. En términos más amplios, se siente identificada con la represión desarrollada durante aquél gobierno a las organizaciones político-militares y a sectores de la izquierda peronista y no peronista en general, en una operación que intenta establecer un hilo de continuidad entre lo realizado durante el mandato de Isabel y el genocidio perpetrado en la última dictadura cívico-militar. Curiosamente, esta interpretación histórica en la que abreva Villarruel también la sostienen algunos sectores políticos y/o académicos de izquierda.
Sobre este punto cabe decir que desde el punto de vista de quienes integraban el gobierno de Isabel, el accionar de la guerrilla significaba un cuestionamiento al orden constitucional y a la nación en su conjunto y era lógico que tomasen algún tipo de medida. Sin embargo, la trama represiva excedió ampliamente ese aspecto y abarcó múltiples sectores y formas que efectivamente anticiparon algunas metodologías del Proceso. El Centro clandestino “La Escuelita” de Faimallá es un triste testimonio de ello.
Ahora bien, deslindar responsabilidades no es tan sencillo. El Ejército venía actuando con bastante autonomía por lo menos desde fines de 1973 tal como se manifestó en las acciones clandestinas realizadas en la represión al ERP luego de la toma del cuartel de Azul. Otro tanto puede decirse sobre el accionar de la Triple A y el papel que pudo o no haber cumplido José López Rega. Sea como sea, es cierto que el mandato de Isabel se correspondió con una etapa fuertemente represiva contras varias organizaciones del campo popular.
Incluso en el terreno que todo análisis debería privilegiar al momento de caracterizar a un gobierno –el económico-social–, existen elementos cuestionables. En este aspecto, sin embargo, el saldo es sumamente contradictorio. Porque así como en el Rodrigazo el gobierno de Isabel impulsó un ajuste que anticipó el neoliberalismo posterior, previamente había tomado medidas de avanzada que están en las antípodas del pensamiento ultraliberal de Villarruel. Pueden mencionarse la nacionalización de algunos bancos y de las bocas de expendio (esta última largamente reclamada por el sindicalismo petrolero) y la anulación de los contratos con la Siemens y la ITT para la provisión de equipos telefónicos a Entel.
Con todo, la medida más importante fue la sanción de la Ley de Contrato de Trabajo, normativa que llevó el proteccionismo laboral en nuestro país a sus máximos históricos y que, de aplicarse en su contenido original, erizaría los pelos de Villarruel. No está de más recordar que esta normativa fue largamente repudiada por el empresariado y que constituyó uno de los justificativos del lock out golpista contra el gobierno de Isabel. Asimismo, es necesario resaltar que el principal ideólogo de la LCT fue el abogado laboralista y asesor de la CGT, Norberto Centeno, quien fuera secuestrado y asesinado en Mar del Plata en la denominada Noche de las Corbatas por la dictadura que Villarruel con tanto entusiasmo reivindica. Sobre estos temas ella calla y oculta. Muy diferente a la actitud tomada por la CGT que en noviembre de 2020 colocó una placa recordatoria en homenaje a Isabel por la sanción de la ley en 1974.
Es lógico que Villarruel nada diga sobre estos aspectos de su supuesta reivindicada. Al fin y al cabo, integra un gobierno que impulsó la peor reforma laboral desde la dictadura a esta parte y que llevó a su punto más regresivo a la Ley de Contrato de Trabajo. Jamás se la escuchó decir alguna palabra crítica al respecto. Sus sobreactuadas diferencias con Javier Milei se reducen a temas de gran relevancia tales como los cantos futboleros del jugador Enzo Fernández o a manifiestas imposturas sobre la causa Malvinas. Finalmente, su retórica nacionalista se reduce a una simbología sin mayor contenido que, en concreto, desprecia las necesidades materiales del nuestro pueblo.
Sin embargo, no es solo el contenido de la LCT lo que Villarruel rechaza. Su preocupación mayor es cómo el peronismo se posicionó frente a aquella conquista. Porque si bien la Ley de Contrato de Trabajo fue sancionada durante el mandato de Isabel, tomó estado parlamentario con Perón en la presidencia y fue presentada por Héctor Cámpora a la Asamblea Legislativa como parte del programa de gobierno del FreJuli. Indudablemente, la medida había trascendido las divisiones que aquejaban al peronismo en los ’70.
Di igual modo, la masiva concentración realizada el 20 de septiembre de 1974 en Plaza de Mayo para celebrar la sanción de la ley concitó la adhesión de una enorme diversidad de gremios con las más variadas tendencias en sus conducciones. No solo habían estado presente sectores sindicales que comulgaban con Isabel sino también espacios que estaban fuertemente enfrentados a su gobierno. Sirva como ejemplo la presencia de Foetra, cuya dirección por entonces se sostenía en la histórica Lista Marrón, donde militaban sindicalmente muchos cuadros del Peronismo de Base.
Al querer posicionarse, Villarruel repite el libreto de ciertos sectores del peronismo anti-k y vuelve a plantear la ridiculez de filiar al kirchnerismo con Montoneros. En el fondo y al igual que lo que sucedía con las reivindicaciones de José Ignacio Rucci realizadas por esos grupúsculos, el otro objetivo de la vicepresidenta al evocar a Isabel es meter una cuña al interior del peronismo. No casualmente tiene como asesora a Claudia Rucci, una especialista en mear fuera del tarro y carente de toda formación y perspectiva política. Villarruel podrá sentirse a gusto en esa amañada reivindicación de Isabel. Pero será siempre enemiga del mejor legado de su gobierno para el peronismo y para el Movimiento Obrero Organizado.