Conflicto en Colombia: "El neoliberalismo, ampliando su base de contradicción, cavó su propia tumba"
Por Branco Troiano y Diego Moneta
En diálogo con AGENCIA PACO URONDO, el dirigente social Jairo Escobar se refirió a la crisis que vive Colombia y que incluyó brutales represiones policiales y militares. "El neoliberalismo, arrasando con los intereses de las burguesías nacionales y ampliando su base de contradicción, está cavando su propia tumba". Escobar fue candidato a alcalde en Pradera, localidad de Valle del Cauca, estudió Ingeniería Agrónoma en la Universidad Nacional de Colombia y luego Politología en la Univalle.
AGENCIA PACO URONDO: Si bien la ruptura del pacto social en Colombia data de largo rato, ¿podría identificar algún punto de inflexión en esta última década?
Jairo Escobar: En Colombia, a diferencia del resto de Latinoamérica, ha aparecido el árbol exótico del narcotráfico. Su posición geográfica y estratégica facilita la ruta de la droga hacia el norte de América, al contar con dos océanos. En tanto la situación se complica a nivel nacional debido a que Colombia es parte de una economía transversalizada por la concepción neoliberal de apertura económica que, desde 1991, arrasó con la producción nacional. En tanto, los tratados de libre comercio han sido la forma en que, a nivel jurídico, arrasaron con los productos de las potencias que subsidian sus productos.Todo lo mencionado sumado al conflicto interno ha llevado de forma dramática, al desangramiento prevalente del país y sus habitantes.
En el 2016, se firman los acuerdos de la Habana abriendo la esperanza de acabar con la guerra, un conflicto que llevaba más de 60 años; para así poder enrutarnos hacia un camino que nos permitiera acabar con el modelo que arrasa con la producción nacional. Sin embargo, hemos vivido bajo una tenaza, específicamente me refiero al narcotráfico y el conflicto alimentado por la gasolina del narcotráfico junto a la imposición del modelo neoliberal.
Aparentemente el punto de inflexión fue la firma de los acuerdos en el 2016, que luego hicieron trizas por el gobierno de ultraderecha que en este momento rige los destinos de la vida nacional.
APU: En particular, ¿cómo fue el avance del conflicto durante estos días?
J.E.: Es importante aquí hacer referencia a un antecedente en los acuerdos. Los mismos fueron firmados con base en 6 puntos. El primero de ellos tiene que ver con el origen de las guerras y es el problema de la tenencia de la tierra. El 1 % de la población tiene el 92% de la tierra en Colombia. Es un país semi feudal con un campo donde el latifundismo, es decir, los terratenientes que viven de la renta de la tierra, la tienen improductiva. Más de 20 millones de hectáreas ociosas hacen que la tenencia de la tierra sea realmente el punto de partida de las guerras.
Entonces, el desarrollo del conflicto tiene que ver fundamentalmente con esa base económica que denota la desigualdad de nuestro país con una economía considerada como una de las más desiguales del mundo. La segunda después de Haití y la cuarta a nivel mundial. Por ende, al firmar un acuerdo “de fin del conflicto” con las FARC, donde el primer punto de esos acuerdos tenía que ver con hacer efectiva la entrega de más de 10 millones de hectáreas, el objetivo era acabar con el conflicto.
Por el contrario, el gobierno volvió trizas los acuerdos y no cumplió con lo pactado. Solamente entregaron el 0,018% de esos 10 millones de hectáreas. Por lo tanto, la credibilidad de la firma del acuerdo se fue a la basura. Además, el mismo gobierno de ultraderecha dijo públicamente que iba a hacer trizas los acuerdos.
Ante esta realidad, el país transversalizado por la concepción neoliberal reduce al Estado a su mínima expresión para facilitar la entrada del capital extranjero. Con esta política han devuelto al país a la guerra. En este momento los muertos y asesinatos de los líderes populares llegan casi a mil, la sangre se volvió el pan de cada día a través de los medios de comunicación. Estamos viviendo horas dramáticas. Todos los días en los noticieros de televisión tenemos asesinatos de líderes sociales, de reclamantes de tierra, de ex combatientes movilizados. Las lágrimas y el dolor están presentes todos los días, el desayuno con el cual los colombianos nos encontramos cuando iniciamos nuestra cotidianidad.
APU: ¿Con qué grado de certeza se conoce el saldo que está dejando la represión estatal?
J. E.: Es casi imposible tener certeza en Colombia hoy sobre las cifras. No sabemos realmente si las cifras que oficialmente se dan, son válidas. Además, hay un antecedente nefasto: en 2016, durante otro conflicto, en los medios de comunicación del poder se hizo pasar como combatientes a más de 6 mil muchachos simplemente para hacerles creer a la opinión pública que se estaba ganando la guerra. Mostraban que la seguridad democrática de mano forme y corazón grande de la ultraderecha estaba protegiendo a los colombianos. Reconocemos este genocidio como los falsos positivos que se trataban de asesinatos de jóvenes engañados y llevados al campo a los cuales recibieron un tiro de gracia y se los echó en fosas comunes.
Por lo tanto, es en este momento no podemos hablar de certezas en las cifras que dan a nivel oficial. Lo real es la sangre que corre a diestra y siniestra en poblaciones donde los desaparecidos son los que tienen vigencia. Es casi que imposible decir se han sido asesinados u oficialmente reconocidos como asesinados porque simplemente están desaparecidos.
APU: ¿Cuáles son los principales reclamos del pueblo? ¿Es un colectivo homogéneo?
J. E.: En un país donde la producción nacional está en bancarrota, con el fin de la agricultura por los tratados de libre comercio se ha generado desempleo y miseria.
Los reclamos del pueblo son básicos, piden trabajo digno, no tercerizado por las famosas cooperativas de trabajo asociado que acabaron con el vínculo contractual de los otrora trabajadores que tenían alguna estabilidad y los convirtió en simples a destajo sin pago de horas extras. Ocasionando el fin de la retroactividad, la seguridad social y las prestaciones sociales. Se produjo una masacre laboral en todo Colombia y más del 70% de la población anda en el rebusque, en una economía superficial. Bajo premisas equivocadas, pretenden engañar a la gente con la concepción de los emprendedores, que no resuelve el problema de la falta de una economía básica fuerte que desarrolle el campo y la industria nacional.
Por ende, la gente también está pidiendo el acceso a un servicio de salud digno, que no pase por la concepción rentística de la Ley 100, que convierte a los médicos en auto reguladores del gasto, en contra del juramento hipocrático. Convirtieron la salud en un gran negocio donde los pacientes son ahora clientes.
En cuanto a la educación, la profundización de la brecha es cada vez más grande entre aquellos habitantes que tienen la posibilidad de acceder a la universidad de calidad, a la educación superior y las clases populares obligadas a trabajar desde muy temprana edad o tener que recurrir a una educación tecnocrática de mano de obra barata.
En cuanto a la recreación la degradación del pensamiento de la gente a partir de la implementación de valores del narcotráfico, degradando el idioma, la forma de vestir, de caminar, de hablar, realmente la desesperanza cunde en la mente de los jóvenes. Las viviendas en el pacífico colombiano son extremadamente precarias con techos de zinc en el mejor de los casos o con casas de cartón, cinturones de miseria de las grandes ciudades del país.
APU: ¿De qué manera podría encauzarse la situación hacia algún tipo de salida pacífica? ¿Hay vías de negociación abiertas? ¿Podría la violencia escalar aún más?
J. E.: Estamos ante una alternativa posible entre el escalamiento del conflicto junto a la degradación de la vida social o la posibilidad, en este estallido social, de encontrar caminos que nos lleven a la firma de un pacto social diferente, a la firma de un pacto histórico que pueda acabar con el conflicto. La opción de generar un pacto histórico plural que arrincone a los porta estandartes de la guerra, que aísle a los pregoneros de la mafia.
Un pacto histórico que nos permita, de manera plural desde diferentes esquinas, enrutar el país hacia una economía parcialmente proteccionista con una concepción keynesiana y cepalina. Desarrollando un capitalismo nacional que permita darle a Colombia una vida diferente, justa y equitativa, en contra de la concepción feudal, mafiosa y guerrerista de la extrema derecha.
En relación a esto ha surgido una corriente del pensamiento progresista, que ha puesto en la cabeza de la población colombiana la posibilidad de un pacto histórico que en este momento esta ganando mucho terreno. De ahí la desesperación de la extrema derecha que ha perdido su capital político, se encuentran desprestigiados y no tienen una figura que en este momento represente la posibilidad de continuar en el gobierno. Por este motivo han llevado al país nuevamente a la guerra generando un estado de conmoción para justificar un golpe de estado y hacer que las próximas elecciones no se lleven a cabo. Con la idea de perpetrar su continuidad empotrados en el gobierno y en el poder y acabar con la democracia. El pueblo colombiano los tiene identificados y ha salido a las calles en defensa de sus derechos como nunca antes lo había hecho desde 1977.
Estamos en un momento de despertar social y esperamos que se pueda concretar las próximas elecciones del 2022 con la firma en las urnas de ese gran pacto histórico.
APU: En tu vasta experiencia como militante has vivido distintos períodos de crisis institucionales como éste. En ese sentido, ¿advierte alguna particularidad en la actual crisis que la distinga de las anteriores?
J. E.: Hay una gran diferencia en la crisis que estamos viviendo en este momento ya que la historia misma nos ha puesto en una nueva instancia con el neoliberalismo y la profundización de un modelo que arrasa totalmente las bases de la existencia de los poderosos. Estamos entrando en un momento decisivo de la vida, a nivel nacional y mundial, debido a que el neoliberalismo ha ampliado las bases de su contradicción, arrasar con unos antiguos aliados intocables que antes defendían de manera antinacional los intereses de unos pocos. Ahora las bases de la contradicción se ampliaron: el neoliberalismo arrasó con los intereses de sus antiguos aliados, o sea las burguesías nacionales; que eran aliados endebles unas veces sí y otras veces no. Le han metido la mano al bolsillo a la clase media, a los gremios de la producción; lo que han hecho es ampliar la base de su contradicción y por ende están cavando su propia tumba.
La crisis de las bolsas del mundo y del capitalismo neoliberal, de ese capitalismo salvaje que como efecto dominó hace que se derrumbe, ha llevado, con la pandemia, a que la crisis quede en evidencia. El coronavirus puso en evidencia las llagas purulentas y débiles de un mundo en donde la oferta y la demanda que cosifica, uniformiza y robotiza a los habitantes del globo terráqueo. Puede llevar a la destrucción misma de los defensores del fin de la historia, o sea los defensores de la mano invisible del dios mercado.
Estamos en un momento bien diferente que tenemos que saber leer. De la mano de quienes tenemos alguna experiencia y el músculo firme de la rebeldía juvenil podemos hacer que el mundo cambie, cambiar las cosas. El mundo muchas veces en un día avanza más que en 100 años de historia. Acá tenemos un dicho popular en Colombia que dice que “no hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo resista, ni pendejo que se lo aguante”.