¿Qué esperar en Colombia?
Por Byron Vélez Escallón y Gabriel Tolosa Chacón
Desde Bogotá
“El pasado es indestructible; tarde o temprano vuelven todas las cosas, y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el pasado”. Esa frase de Borges podría servir aquí para reflexionar sobre la segunda vuelta de las elecciones presidenciales colombianas de 2018. Con efecto, luego de una primera vuelta en la que la extrema derecha, representada por el hasta hace poco desconocido Iván Duque Márquez (Centro Democrático), ganó por el considerable margen de 7.616.857 votos (39.34%) sobre el progresismo de Gustavo Petro Urrego (Colombia Humana, 4.855.069, 25.08%) y el gatopardismo de Sergio Fajardo (Candidatura Coalición Colombia, 4’602.916, 23.78%), en la segunda vuelta del 17 de junio, el candidato del uribismo fue electo como presidente de Colombia con 53,98% de los votos, unos 10.373.080, contra los 8.034.189 (41.81%) de Petro Urrego.
Duque, un vicario del ex presidente Álvaro Uribe Vélez que fue construido en pocos meses como la “nueva cara” de la derecha colombiana, tiene una carrera política bastante parca, habiendo pasado su vida profesional en bancos de fomento y actuando por 12 años como funcionario del BID (Banco Interamericano de Desarrollo). Habiendo tomado posesión como senador en las elecciones legislativas de 2014, también con el apoyo de Uribe, fue elevado en 2017 a candidato presidencial, luego de una caricaturesca pugna entre precandidatos consistente en demostrar cuál de ellos tenía mayores afinidades y cercanía con el “patrón”.
Cantidad de pares de crocs, gustos gastronómicos, manías personales del ex mandatario, se contaron entre los elementos del debate uribista que eligió a Iván Duque como candidato, y esa construcción discursiva se desdobló en una progresiva “uribización” del elegido, que no titubeo a la hora de imitar el acento y el tono de voz del mentor, falsificar sus títulos profesionales o, inclusive, teñirse el cabello de blanco para parecérsele.
Vale la pena recordar que Duque no es el primer presidente elegido por ser “el que dijo Uribe”, pues el actual presidente y Nobel de Paz, Juan Manuel Santos, se eligió en 2010 por su indicación, pasando a ser considerado por el uribismo como un traidor luego de los diálogos iniciados en 2012 con las FARC en La Habana. Con esa “traición” –apenas en lo concerniente a la guerra, pues en lo económico el gobierno actual sigue rigurosamente el neoliberalismo del mentor– Uribe parece haber aprendido una lección, pues esta vez eligió como sucesor a un político de mucha menos trayectoria y sin el abolengo de Santos.
Así como las canas del vencedor en la elección de 2018 encubren su apariencia real para asemejarse a su mentor (algunos prefieren decir: “titiritero”), y así como mintió sobre sus títulos universitarios para aparecer más competente y preparado, con la presidencia de Duque se pretende abolir el pasado y la memoria, pues Uribe Vélez está seriamente amenazado por investigaciones en su contra que tramitan en los altos tribunales. Genocidio, narcotráfico, corrupción, formación de grupos paramilitares, se cuentan entre las acusaciones imputadas al ex presidente, con cifras de muertes que harían palidecer a las sangrientas dictaduras del Cono Sur.
Sustentado en un discurso de exterminio frontal de las fuerzas armadas al margen de la ley, aunque más que connivente con las fuerzas armadas de ultraderecha que ejecutan, expropian y desplazan a miles de colombianos en pro del extractivismo multinacional, Uribe pretende ahora a través de Duque unir los seis altos tribunales en uno solo, acabando con la Justicia Especial para la Paz y la Corte Constitucional. Esto, además de amenazar seriamente los acuerdos de paz (Duque anunció que el Estado se levantará de las mesas de negociación con el ELN), y de vulnerar el avance en Derechos Humanos conquistado duramente desde la Constitución de 1991, también constituiría un golpe letal a la independencia judicial y tornaría al uribismo una dictadura, pues con esa unificación el ex mandatario se haría con los tres poderes: el ejecutivo alcanzado por la vía electoral, el legislativo en que Uribe preside como senador, y el judicial unificado y fácilmente manipulable por la presidencia de la República.
A pesar que los grandes capitales y sus medios de comunicación cerraron filas en torno del uribismo, que las opciones “de centro” se manifestaron espantadas con las propuestas de la izquierda, optando por un culposo voto en blanco, y que altos funcionarios del Estado –como el registrador nacional y el fiscal general de la nación– se mostraron totalmente favorables al candidato vencedor, no todo son malas noticias.
Gustavo Petro Urrego se afianzó como un verdadero líder del progresismo colombiano, logrando no pocas hazañas, entre las que se cuenta la unificación de los viejos poderes liberales y conservadores en una sola coalición con la extrema derecha. De hecho, tanto Juan Manuel Santos como Germán Vargas Lleras, Andrés Pastrana y César Gaviria, además de la representación evangélica, cerraron filas en torno de Uribe/Duque, y movilizaron consigo a toda la vieja “maquinaria” electoral que desde los tiempos de la Violencia (1945-1965) centralizó el poder en dos partidos, eliminando la posibilidad de toda verdadera oposición de corte progresista en el escenario político colombiano.
Junto a la psicóloga Ángela María Robledo como fórmula vicepresidencial, Petro conquistó en esta elección verdaderos milagros. El primero y más evidente: lograr que una candidatura progresista llegara a segunda vuelta, en un país donde las elecciones presidenciales siempre fueron la contienda entre dos sectores del establecimiento de derecha. Las candidaturas alternativas fueron silenciadas a plomo (en los últimos treinta años cuatro candidatos presidenciales progresistas fueron asesinados) o condenadas a la marginación. Petro y Robledo recogieron los avances electorales de un grupo de fuerzas progresistas que vienen acumulando energías, a pesar de las enormes persecuciones, desde finales de los años noventa.
El segundo milagro del candidato de Colombia Humana fue sobreponerse a los ataques de los conglomerados mediáticos y de los promotores de fake news en las redes sociales. Acusado de promover un modelo “castrochavista”, de “querer convertir a Colombia en Venezuela”, de efectuar un delirante ataque biológico contra militantes uribistas usando abejas africanizadas, Petro consiguió difundir su agenda y suscitar un debate público en torno al modelo de país que proponían los proyectos en confrontación. El trabajo activo de muchos militantes, el apoyo abierto de varias figuras de reconocimiento público, el uso de medios alternativos, entre otros factores, llevó a una ruptura del monopolio mediático. Fue tanta la potencia comunicacional de Petro que Duque rehuyó la realización de debates presidenciales, por miedo a recibir una de las famosas “peinadas” de Petro (recordemos las peinadas del Botija al Chompiras en los famosos Caquitos de Gómez Bolaños).
El tercer milagro de la Colombia Humana fue la ampliación de la solidaridad de muchos sectores sociales con las víctimas del conflicto armado, en su mayoría campesinos víctimas de la acción estatal y del paramilitarismo. Los campos colombianos siempre fueron el teatro de guerra por control poblacional y territorial. Mientras en las zonas rurales las detenciones masivas y las masacres eran pan de cada día, en las grandes ciudades se pedía el incremento de la fuerza militar para pacificar el país, debido al total desconocimiento de la gravedad del conflicto. La brecha entre el país urbano y el país rural fue puesta en entredicho. La Colombia Humana consiguió aglomerar diversos colectivos de lucha contra el militarismo: campesinos, movimientos afrodescendientes e indígenas, comunidades LGTBI, animalistas, movimientos urbanos, artísticos, confluyeron en una alternativa que expuso la relación directa entre la situación del campo y la vulneración de derechos en las grandes ciudades. Esto permitió que la fórmula Petro/Robledo triunfara en varias de las grandes ciudades de Colombia, como sucedió en Bogotá, Cali y Cartagena.
El cuarto milagro fue la reinvención de Petro como un político capaz y con arraigo popular. El excandidato presidencial sufrió una incesante persecución durante su gestión como alcalde de Bogotá, que se materializó en el cese de su mandato en 2013, a causa de una serie de supuestas irregularidades en la recolección de basuras en la ciudad. Alejandro Ordóñez, en aquel entonces Procurador General de la Nación, fue el responsable de la cesión de Petro. Aquel nefasto personaje es un abogado ultramontano, reconocido católico lefebvrista, acusado de quemar libros críticos del catolicismo, que se convirtió en el fuste del candidato de la Colombia Humana. Sin embargo, Petro fue capaz de sobreponerse a los sucesivos ataques y atraer a muchos electores. En apenas dos semanas duplicó su caudal electoral, atrayendo inclusive a sectores de centro-derecha, asustados con el retroceso de derechos que implica la victoria del uribismo.
Petro va al senado, de acuerdo con la legislación electoral vigente, tornándose así el líder de una verdadera oposición. Estamos, pues, claramente, ante lo que Atílio Borón ha denominado “la construcción de una nueva hegemonía que desplace a las fuerzas que, por dos siglos, ejercieron su dominación” en Colombia.
El quinto milagro fue la confluencia de diversidades capaz de asustar al establecimiento. La candidatura de Petro y Ángela Robledo movilizó diversas y diferentes fuerzas, convirtiendo su propuesta en una amplia y colorida alianza de movimientos sociales, figuras artísticas e intelectuales, líderes de opinión y un enorme grupo de militantes individuales. Fue tanto el poder de movilización de la Colombia Humana que el establecimiento en pleno cerró filas en su contra. La candidatura de Duque acabó recibiendo el apoyo de las cabezas de grandes maquinarias de corrupción, como la poderosa familia caribeña de Los Char, de alias Popeye -exjefe militar de Pablo Escobar y abanderado de posiciones protofascistas- del conglomerado mediático de El Tiempo, del ultraliberal Mario Vargas Llosa y del periodista Jaime Baily, del exvicepresidente Germán Vargas Lleras, mano derecha de Juan Manuel Santos, sin mencionar el apoyo pasivo de personajes bienpensantes como Héctor Abad Faciolince y Andrés Hoyos, voceros de la intelectualidad que sueña con una Colombia que se parezca cada vez más a la Cartagena del Hay Festival. Esa convivencia de seres tan siniestros da cuenta de lo que va a ser el gobierno de Duque.
No obstante, y ese es el sexto milagro del desempeño de la Colombia Humana, es el retorno de lo político como constructor de cambios. El gran logro de la campaña petrista fue articular los diversos conflictos que se constituyen como principio del ejercicio político, superando la visión -de derecha y de centro (que a la postre es de derecha)- que dice que el conflicto es antipolítico. El proyecto de Petro y aliados consiguió evidenciar la responsabilidad de los diversos agentes del establecimiento en la explotación ambiental, en la profundización de la pobreza, en los ataques a las minorías, en el sostenimiento de la cultura de muerte que muchas veces parece que domina a Colombia. Pero la vitalidad plebeya y festiva, el olor a pueblo “de ruana y alpargatas”, de los “petroñeros” caminando las calles (“ñero” en colombianés es un sinónimo despectivo de “periférico”, de “villero”) son una chispa de esperanza popular en apurado ardor.
Walter Benjamin nos enseñó que la esperanza es una de las formas de la memoria, como bellamente lo expresa la sexta de sus tesis sobre el concepto de historia: “Encender en el pasado la chispa de la esperanza es un don que sólo se encuentra en aquel […] que está compenetrado con esto: tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer”. Esta vez venció, pero también ganamos mucho quienes sabemos sabios a nuestros muertos, quienes los llevamos vivos en cada lucha cotidiana que emprenden nuestras plebeyas potencias. Tal vez en Colombia estemos cocinando la rica pócima con que envenenemos definitivamente al monstruo autoritario que hasta ahora no ha cesado de vencer…