Venezuela: ¿Tiene chances electorales el intento golpista opositor?
Por Enrique de la Calle
Venezuela vive una notable crisis política que se suma a otra económica y social. La primera - la que nos interesa en este artículo - se encuentra en una encrucijada difícil de encauzar: la oposición desconoció la asunción de Nicolás Maduro como mandatario y denominó a Juan Guaidó, titular de la Asamblea Nacional (el Congreso venezolano), como presidente interino. La jugada fue apoyada por Estados Unidos y respaldada por alrededor de 60 naciones de todo el mundo, entre ellas, Argentina y Brasil. Por el momento, la movida fue rechazada en la OEA y en la ONU, donde los antichavistas no lograron el consenso necesario.
Según los dichos de Guaidó, su "presidencia" significa una transición que tiene como principal objetivo el llamado a unas elecciones "limpias y transparentes". ¿Qué ha pasado hasta el momento cada vez que los venezolanos fueron a las urnas? ¿Cuál es el respaldo electoral de la oposición?
En las últimas dos elecciones presidenciales (2013 y 2018), Maduro obtuvo 7,5 millones y 6,2 millones de votos, respectivamente. Entre una y otra, bajó notablemente el nivel de participación, que pasó del 80% al 46%, en buena medida, porque un sector de la oposición llamó a desconocer las últimas elecciones. Vale consignar, además, que en 2018 no participaron los veedores internacionales que solían revisar los sufragios en el país; ese es uno de los motivos por los que la oposición desconoce la nueva presidencia de Maduro.
Volvamos a 2013: ese año, Venezuela fue a elecciones presidenciales, tal como había ocurrido un año antes. En el medio, murió Hugo Chávez (en marzo de 2013), lo que dejó vacante la primera magistratura. Así las cosas, los venezolanos fueron a las urnas con una diferencia de pocos meses. Tanto en 2012 como en 2013, la participación fue del 80%. El chavismo venció en ambas, manteniendo un caudal importante, aunque declinante, de votos (pasó de 8,1 millones a 7,5 millones). Por su parte, la oposición creció: saltó de 6,5 millones a 7,3 millones, quedando muy cerca de Maduro.
En 2015, ambos bandos se volvieron a ver las caras y nuevamente la participación fue alta (74%). Ahora, el triunfo fue para la oposición, que siguió unida gracias a la consolidación de la Mesa de Unidad Democrática. Sacaron 7,7 millones, contra 5,6 millones del madurismo, que mantuvo la pérdida de votos desde la muerte de Chávez (más de dos millones desde 2012). Esa es la elección que Guaidó esgrime para defender su legitimidad como "presidente interino".
Sin embargo, entre 2015 y 2018, pasaron elecciones... En 2017, el chavismo volvió a imponerse en votaciones regionales (que no fueron objetadas), donde sacó 5,8 millones, contra casi 5 millones de la oposición (participación del 61%). En las municipales de ese año (en fecha diferente a las provinciales), el partido de Maduro también ganó con 6,5 millones de boletas a su favor. La oposición participó de modo fragmentado y varios sectores desconocieron esa elección (votó el 47%). En 2017, el Gobierno convocó a una Asamblea Constituyente, cuando ya se había ampliado la grieta entre el Ejecutivo y la Asamblea. Incluso los números oficiales (objetados por los antichavistas) dan cuenta de una participación baja, en torno al 41%.
Así llegamos a las elecciones de 2018, donde Maduro obtuvo 6,2 millones de votos. El nuevo llamado a las urnas fue desconocido por algunos opositores (participaron otros) y tuvo una participación baja para lo que es la historia reciente de Venezuela (46%), y no tanto para lo que es la realidad de otros países sudamericanos (Chile y Colombia, por ejemplo, obstentan porcentajes similares).
Más allá del legítimo reclamo sobre la transparencia en cada elección, pareciera evidente que el chavismo es una fuerza política que cuenta con un caudal electoral duro que está en torno a los 6 millones de votos (que puede superar los 7 millones). La oposición mostró que puede ser competitiva y así lo hizo en 2012, 2013 y 2015, más allá de dos derrotas y un triunfo. Sin embargo, en las regionales de 2017 volvió a retroceder, lo que parece explicar el apresuramiento por romper la mesa de negociación (de eso no se habla...) con el chavismo en 2018, vía mediación del ex presidente español José Zapatero. Guaidó y compañía eligieron jugar sobre lo seguro (su triunfo de 2015) y forzar la actual situación, buscando resolver la disputa política a través de la presión internacional (política y económica) y una crisis en el propio chavismo (que sigue sin ocurrir). El escenario sigue abierto y es muy riesgoso.