La extraña supervivencia del neoliberalismo
Por Héctor Palomino
El triunfo reciente del PRO en las PASO de la Capital Federal fue interpretado a través de varios enfoques, entre los que se destaca el de quienes lo definen como una expresión política “post-neoliberal”. El fundamento de esta argumentación es el rol del Estado en la provisión de algunos servicios básicos como salud y educación que esta corriente política supuestamente promovería, alejada de los principios que en la década de los ’90 impulsara el Consenso de Washington. Más aún, esta corriente política es ubicada junto al kirchnerismo en un espacio común, calificado como post-neoliberal emergente a partir de la crisis de 2001/02 en Argentina.
En esta interpretación prevalece un equívoco sobre los significados del neoliberalismo que promueve actualmente amplios debates políticos, particularmente en los países europeos que atraviesan fuertes dificultades provenientes, precisamente, de las políticas aplicadas a partir de ese ideario. En particular se destaca la tenaz persistencia de enfoques neoliberales de política económica, a pesar del generalizado consenso acerca de su ineficacia y, más aún, de su responsabilidad directa en la crisis financiera y económica global de 2009, así como en las políticas de austeridad aplicadas para resolver esa crisis y que amenazan actualmente con desencadenar una crisis similar, profundizando los efectos recesivos y de caos presupuestario en varios países de la Unión Europea.
La persistencia del ideario neoliberal en Europa y más particularmente en Gran Bretaña es el tema de un ensayo titulado sugestivamente “La extraña no muerte del neoliberalismo” por su autor, el experto en relaciones industriales Colin Crouch y que fuera traducido en 2012 por la editorial Capital Intelectual. La razón por la que Colin Crouch afirma la persistencia del neoliberalismo es que, a diferencia del liberalismo clásico que buscaba defender y promover la libertad individual frente al Estado, el neoliberalismo contemporáneo afirma el rol del Estado sujeto a las políticas de grandes grupos corporativos que buscan consolidar el control oligopólico sobre los mercados en los que operan.
En esta perspectiva, las políticas que promueve el PRO serían esencialmente neoliberales porque precisamente buscan poner el Estado al servicio de grupos económicos corporativos que operan a través de las políticas estatales en los servicios públicos, en la construcción, en el sponsoreo de eventos financiados estatalmente, en la generación de mecanismos de utilización de fondos públicos para la promoción de mercados oligopólicos en diversas actividades culturales, recreativas, deportivas, etc. En este sentido, la propia trayectoria del líder del PRO, quien accedió a la política a través de su gestión en el club Boca Juniors, da testimonio de esta orientación: cuando prevalecía la opinión que la estrategia empresaria para el club era la de convertirlo en una sociedad anónima, los gestores percibieron que podían realizar mejores y menos controlables negocios a través de la figura de “institución civil sin fines de lucro”. ¿Para qué convertir a Boca en una sociedad anónima (y en tal sentido: controlable a través de regulaciones comerciales) si se pueden hacer grandes negocios con el club a través de su status jurídico tradicional, asegurando el control institucional mediante la eliminación o el control sobre los competidores?
El equívoco en la caracterización del PRO se funda posiblemente en las características del neoliberalismo prevaleciente en los ’90 que, en cierto sentido, trascendieron las de las políticas económicas aplicadas por la dictadura militar de 1976-83. Aquí pueden evocarse las ideas desarrolladas por Jorge Schvarzer para describir la lógica política de la política económica de Martínez de Hoz durante ese período fundadas en la privatización “periférica” del Estado, en la generación de negocios a través de nuevas regulaciones en el transporte -un ejemplo típico de la época fue la obligación de los taxistas de cambiar el reloj que indica la tarifa según el tiempo y la distancia recorrida-, la reorientación de subsidios hacia empresas privadas, etc. Estas políticas son afines a la de los ’90, particularmente la privatización de empresas de servicios públicos, la generación de nuevos negocios a partir del Estado como las administradoras de fondos de jubilación y pensión y las aseguradoras de riesgos del trabajo, la promoción estatal de reglas y regulaciones, comenzando por la regla de la convertibilidad uno a uno del peso con el dólar norteamericano.
Las políticas aplicadas por el gobierno nacional a partir de 2003 y sus resultados están a la vista. No cabe duda que contribuyeron a la construcción de un mundo “postneoliberal”, en el sentido del protagonismo estatal en la recuperación del sistema solidario de seguridad social y la expansión de su cobertura; la reestatización de empresas de servicios públicos y de YPF; la activación de las principales instituciones laborales como la negociación colectiva y el salario mínimo, vital y móvil; la reducción sustancial de la deuda externa; la recuperación del control sobre el Banco Central. Estas orientaciones son sustancialmente opuestas, punto por punto, a las promovidas por el Consenso de Washington. Ahora bien ¿son estas las políticas que promueve el PRO?, ¿es este el “postneoliberalismo” del PRO?
Diríamos que el PRO sigue siendo profundamente neoliberal en sus orientaciones, aunque posiblemente más en el estilo de las políticas de Martínez de Hoz que las de Cavallo y Roque Fernández. El problema es, efectivamente, que las políticas neoliberales están desacreditadas. Por eso el PRO no las propone para su discusión. Entre sus méritos figura sin embargo -de allí posiblemente sus triunfos electorales recientes- haber logrado soslayar los debates sobre el tema, evitando la confrontación en torno a modelos socioeconómicos. Lo mismo que hacen sus aliados recientes de la UCR que, curiosamente, se unen políticamente con los mismos que contribuyeron con su destitución en 1989. De allí también las dificultades del Frente para la Victoria de ubicarse en torno a los ejes de la disputa electoral en la Ciudad de Buenos Aires. Pero esto es diferente de la caracterización del PRO como “post-neoliberal” como si la naturaleza de los contrincantes fuera idéntica a la del terreno de disputa.