Massa, la bala de plata, por Manuela Bares Peralta
Por Manuela Bares Peralta
El debate en torno al significado que encierra el Frente de Todos estuvo en constante disputa desde su lanzamiento. Si el kirchnerismo construyó su relato sobre las bases pulverizadas de la experiencia menemista e hizo de los orígenes y tradiciones políticas pasadas el marco teórico que le permitió marcar su punto de ensamble, el nuevo frente electoral hizo lo mismo, pero con sus rupturas. En definitiva, ese historial de diferencias es lo que le daba mayor volumen político y, a su vez, explicaba la única coincidencia mayoritaria, el diagnóstico compartido sobre la herencia macrista. Avalados por encuestas y votos, los socios de la coalición de gobierno reacondicionaron sus discursos y limaron viejas asperezas. Si pudiéramos resumirlo en una frase, tendríamos que citar a Mussi en el acto de Ensenada: “Hasta el peor peronista es mejor que un gorila”.
Cuando se lanzó la carrera presidencial de cara a 2019, Cristina era la figura política que tenía el piso electoral más alto y Massa el mayor capital simbólico. Su incorporación permitía recomponer -de una vez por todas- el dialogo quebrado con algunos intendentes, gobernadores y empresarios. En ese mapa, Alberto era el punto de equilibrio entre ambos polos, tanto por su historia personal dentro del peronismo como por su falta de capital político propio. Esa primera fotografía se fue transformando a medida que la gestión fue avanzando, hasta llegar a la coyuntura presente. Pero este primer encuadre es el puntapié necesario para entender la carrera meteórica de Massa dentro del Frente de Todos: de gestor simbólico a pieza clave de la arquitectura de la política económica del gobierno.
En política, a veces, vale todo
Massa supo readecuar su postura de opositor férreo durante la última etapa del gobierno de Cristina Kirchner a socio del Frente de Todos y lo hizo de forma quirúrgica y ordenada. Su rol al frente de la Cámara de Diputados es prueba de eso, una función que le permitió impulsar y capitalizar su propia agenda: el impuesto a las ganancias. Una medida que impacta directamente en el corazón de su electorado, la clase media argentina. O, por lo menos, ese fue el sujeto político al que aspiró convocar con el armado del Frente Renovador y su lanzamiento electoral bajo sello propio. La historia reciente de Sergio Massa podría parecer contradictoria, pero forma parte de una práctica política a la que se vio sometida- en el último tiempo- el peronismo en su conjunto, reformularse a sí mismo para volver a conquistar mayorías. Quizás, el nuevo coordinador de la política económica del gobierno sea uno de los políticos que mejor entendió esa premisa.
Antes de su desembarco en el Frente de Todos, Massa ya había recompuesto y tendido puentes con el kirchnerismo. Dicen que el dialogo entre el tigrense y Máximo Kirchner se había hecho moneda corriente hacía rato. Aun así, su regreso se ajustó a los tiempos y gestos de la política, esperó a que la propuesta electoral diagramada por Cristina Kirchner fuera lo suficientemente amplia cómo para que su reincorporación no desentonara ni restara, y lo consiguió. A esas alturas, el capital político de Massa era más simbólico que cuantitativo, pero todavía era un elemento clave para la construcción de una retórica y un relato para ese nuevo engranaje que era el Frente de Todos. Volvimos, pero diferentes. La astucia de Massa se resume en eso: supo cuando romper, pero también supo cuando volver.
Los comienzos de Massa en política varían según el tamiz que tomen quiénes decidan narrarlo. De la militancia en la Ucedé, emigró al menemismo y terminó por forjar gran parte de su expertise política dentro del kirchnerismo. Sus inicios guardan un pasado en común con otros dirigentes oficialistas y opositores, aunque a sus 50 años, Massa parece haber vivido más vidas que el resto.
El menemismo lo puso en escena, pero el kirchnerismo le dio plataforma para crecer y proyectarse. Encabezó el proceso de reforma del Sistema de Seguridad Social que se dio en la Argentina de la mano de Néstor Kirchner, caracterizado por la recomposición de las jubilaciones y la implementación del “Plan de Inclusión Previsional”. Esa experiencia exitosa en el Poder Ejecutivo le permitió ganar su primer mandato como intendente del Municipio de Tigre y asumir a los pocos meses como Jefe de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner, tras la salida ruidosa de Alberto Fernández como consecuencia del paro agropecuario y la 125. Al año siguiente, volvió a su Municipio para terminar de forjar definitivamente su propio horizonte de gestión. Tigre se convertía en la maqueta de un modelo de seguridad importado que intentaba recrear la Nueva York de Giuliani, un territorio asediado por cámaras de seguridad y una primavera de countries En esa geografía, Massa logró expandir los horizontes de pertenencia del Frente para la Victoria y se permitió soñar y concretar la construcción de su propio sello electoral. De esa manera, el Frente Renovador se constituyó como paraguas de muchas cosas. Por un lado, aglutinó el descontento que existía en un importante sector de dirigentes peronistas con el kirchnerismo, por otro lado, puso a prueba la capacidad de convocatoria de Sergio Massa para convertirse en la cara visible de un relato que empezaba a fisurar el poder electoral del gobierno. La historia es conocida: una performance electoral de medio término exitosa que se desinfló al calor de la polarización hacia la carrera presidencial de 2015. Una tercera vía que perdió impronta en una política por demás fragmentada y una avenida del medio que se tornó incomoda a medida que la presidencia de Mauricio Macri se desarrollaba.
A las prematuras movilizaciones que ensayó el kirchnerismo durante esa época se contrapuso una crítica tardía por parte del massismo. Una etapa confusa a la que a todas las fuerzas les costó encontrar termómetro social y timing político. Al desconcierto le sobrevino un escenario reorganizado por las definiciones de Cristina Kirchner: la creación de un nuevo espacio, la elección de un candidato que parecía ensanchar los márgenes del capital político acumulado en el último tiempo y la incorporación de nuevas y viejas figuras a sus filas. La vuelta de un peronismo amigado con el kirchnerismo, ambos autocríticos de sus propias experiencias, el famoso “volver mejores” materializándose como oferta electoral. En esa recomposición, Massa fue socio y gestor por perspicacia política y comprensión histórica. Sobrevivir a la nueva coyuntura exigía ensancharse y eso fue lo que hizo.
El desembarco de Massa en el Frente de Todos no trae aparejadas traducciones heroicas o ensayos de humildad mediáticos. Impuso una distancia pública prudencial con sus socios que le permitió a todas las partes cuidar lo propio. Como parte de esa performance, robusteció su crítica al macrismo permitiendo que, de esa forma, se consagre desde la retórica un punto de acuerdo, sin embargo, insistió con cierta independencia- que le fue concedida- para sostener su programa de propuestas. En la coyuntura más incendiaria, fue promovido por toda la coalición de gobierno al rango de superministro y quedó a cargo de la coordinación del equipo económico, con aval de gobernadores e intendentes. También se consagró como la ancha avenida del medio del Frente de Todos, ese punto de equilibrio que en los últimos meses había perdido. Construyó el relato mediático necesario para anunciar su llegada al Ejecutivo y ató su destino político al del gobierno. Una definición que ya había tomado años antes cuando decidió ser el primer candidato a Diputado Nacional por el Frente de Todos, entendiendo que ese era el piso y no el techo.
Por delante son todos desafíos: una inflación que amenaza con llegar a los tres dígitos, vencimientos de deuda, cumplimientos de metas y una importante caída del poder adquisitivo en un escenario de crecimiento del trabajo registrado. La apuesta es alta y hay mucho en juego, pero, ¿y si la apuesta sale bien?