Despidos: el trabajo de don Pirulero
AL DON PIRULERO. “Revisen el homebanking a ver si a todos les depositaron”, anuncia un compañero al entrar a la oficina. Ella prende la computadora pero no puede acceder: el sistema no acepta su usuario. “No, a mí no me depositaron”, dice otro. Llama a Informática, que no; revisa en Contable, que no, pregunta en Personal, tampoco. ¿Yo señor?, sí señor, no señor, ¿pues entonces quien lo tiene?
Preguntan a sus compañeros, nadie sabe qué pasa. Llaman a personal, que no trabajan más les dicen, que lo hablen con su jefe. “¿Qué Director si todavía no han designado a nadie?”. No encuentran reemplazantes, dicen. ¿Yo señor?, sí señor, no señor, ¿pues entonces quien lo tiene?
Dicen que te notifiques. Dicen que no lo hagas. Que no cobres la liquidación. Que el gremio está armando una lista, un legajo, una carpeta. “¿No debería haberme enviado un telegrama?”. ¿Yo señor?, sí señor, no señor, ¿pues entonces quien lo tiene?
Yo no tengo ninguna información, le dice la Directora. Esto depende del Ministerio, le dice el secretario. Acá llegaron las listas, notifícate en personal del Ente de contratación. ¿Yo señor?, sí señor, no señor, ¿pues entonces quien lo tiene? Nadie sabe. Nadie dice. Nadie le pone voz a esa palabra de autoridad.
Leo en un post de Facebook, “aunque estuvieran justificados los despidos, no son modos de comunicarlos”. ¿Justificados? Le preguntan en los comentarios, y le zampan un choclo de retruques. Pero no está mal pensarlo de esa manera. En el gobierno de la comunicación los modos son centrales. El mensaje no es el despido, pues si de ñoquis y eficiencia se tratara hubiese sido más fácil. El mensaje es la forma en que se implementan. Sin criterios, ni explicaciones, ni responsables.
ENCERRONA. El filósofo italiano Giorgio Agamben decía que la esencia del campo de concentración no era la ni la tortura, ni el hambre, ni siquiera la muerte, sino el estado de excepción. El estado de excepción es aquel en el que la Ley queda suspendida, y se origina en la confusión entre el Pater (la ley) y el Tata (la autoridad que inviste la ley), de manera que la primera queda subsumida en la figura que la representa.
Para los campos de concentración en Argentina, Fernando Ulloa - psicoanalista que trabajó con los primeros equipos de salud mental de los organismos de derechos humanos, conceptualizó esto en la idea de “encerrona trágica”. La figura, mucho más poética a mi gusto, alude a lo mismo: la situación de dos que configura la tortura (torturador – torturado). En esa posición la voluntad de uno reemplaza totalmente al otro pues no hay un tercero a quien apelar. El torturador se presenta como Ley y autoridad, Pater y Tata, desapareciendo el tercero (la Ley) que pueda desentrampar esa encerrona. Pilar Calveiro, en su texto sobre los campos de concentración en Argentina, señala justamente el poder Totalizante del campo en ese “no dejar morir al detenido”, más que en la tortura o el asesinato. La voluntad del Uno en su máxima expresión no aniquila al Otro, sino que lo sostiene en vida, alienándolo de la voluntad ultima: la de quitarse su propia vida.
EMERGENCIA. Emergencia en seguridad, emergencia económica, emergencia estadística, emergencia laboral. El Estado actual reproduce, fragmentada pero persistentemente, el estado de excepción. El Estado de excepción da forma a un nuevo modo del poder que parte de dejar en suspenso al otro. “El otro” en el estado de excepción son esas “vidas precarias” que denomina Judith Butler, cuerpos lanzados a la incertidumbre del desierto social: sin ley no hay certidumbres. Y esta incertidumbre actualiza un sentimiento arcaico de indefensión, que en las víctimas de violaciones de derechos humanos es visible en sus efectos. La incertidumbre es ontológica, pues lo que se le arrebata a la víctima no es la libertad sino la palabra: el sujeto queda a merced de la palabra del otro. Es el otro el que lo nombre: subversivo, zurdo, cabecita. Piquetero, militante, ñoqui, vago, planero. Entre la desocupación y la precarización se configuran los nuevos desaparecidos.
La importancia de identificar esta lógica de funcionamiento del terrorismo de Estado es central, pues el genocidio no es algo que se dé de un día para otro: sus prácticas anteceden y permanecen activas, sigilosas, efectivas. Las prácticas genocidas, como las conceptualiza Daniel Feierstein, se instalan como rutinas de funcionamiento en las instituciones. La “encerrona trágica” se normaliza en un estado anterior que es el estado de la mortificación institucional. Cuando los agentes representantes de la Ley, aquellos investidos con los ropajes del Estado, se confunden con el mismo.
Para eludir esta confusión, el Estado debe recordar todo el tiempo que el origen de la Ley es el poder Soberano. Que la ley ordena en tanto es expresión de una Voluntad política popular que la sostiene. Cuando esa voluntad se invisibiliza, cuando la ley se presenta como algo “dado” del orden de lo natural, entonces el orden político se subsume en el mercado.
El solapamiento de Estado y Mercado conlleva la confusión entre el Pater y el Tata. En la lógica del Estado, la institución es la Ley. El Estado es el Soberano, es quien está investido en las leyes, y por ende su palabra es Autoridad: auctor, quien escribe las palabras de que está hecho el mundo.
En cambio, en el Mercado, las leyes son “naturales”, las leyes del mercado están ahí, hay ciencias encargadas de develarlas, hay gurúes, y pronosticadores, pero nadie “las hace”. La gran invención del siglo XIX según Polanyi es presentar este mundo naturalmente autorregulado. Cavallo lloraba cuando reducía las jubilaciones pues su padre era jubilado; Macri señala que le "duele tomar algunas decisiones, lo que generan, pero es el camino de la verdad"; creencias, expectativas, oportunidades y tragedias, todos víctimas, no de sus decisiones, sino de ese telos autocrático que regulaba a todos.
NEOLIBERALISMO. Christophe Dejours ubica muy bien ese desplazamiento de las lógicas genocidas de lo político a lo económico en su texto “La banalización de la injusticia social”. Allí, tomando el testimonio de Eichmann, tal cual lo hacía Hanna Arendt, da con la génesis de los efectos del modo de organización del trabajo neoliberal: la inoculación del dolor.
En Dejours la pregunta es moral. ¿Cómo es posible despedir a alguien, dejarlo en la calle, eliminarlo socialmente? Pues bien, ¿cómo fue posible para Eichmann despachar sin culpa, remordimiento o cargo, vagones y vagones, trenes y trenes, de personas, sabiendo el destino? La respuesta es ética, “mi preocupación era hacer bien mi trabajo”. La impersonalidad esencial de la maquinaria burocrática llega a su extremo. No se trata de autoridad de la orden (obediencia debida) sino de la técnica interiorizada y transformada en máxima subjetiva que explica, sostiene y protege al yo de las consecuencias no deseadas de la acción.
No hay obediencia debida, porque justamente la autoridad, la figura externa que da palabras y sentido al mundo, se diluye. Y esa es la esencia del modo neoliberal de comprender el mundo. De ahí que su modo es el cinismo, una suspensión del juicio moral, entendiendo que todo valor es relativo. Develar las reglas del mundo. Para los cínicos griegos esto implicaba volver sobre una vida sencilla, acorde con la naturaleza. Para nosotros implica volver sobre la economía, el mundo doméstico, la técnica en tanto eficiencia.
PATERBUREAU. Me tomo el atrevimiento de introducir otra semblanza. Allá por el año 98 entramos con una compañera de estudios al Ministerio de Economía de la Provincia de Buenos Aires. Éramos “practicantes”. Traducido, los “che pibes”. La oficina era un gran espacio cercado por ficheros y escritorios dispuestos en tetris. Cada uno de esos escritorios era ocupado por una trabajadora, que para mí, que en ese momento tenía 24 años, era una “señora”. Yo llegaba alrededor de las 8 de la mañana y, como lo había explicado Bochi el primer día, desplegaba los expedientes sobre la mesa y preparaba el mate. “Así, cuando viene Carlos, vos estás trabajando”, me decía.
Carlos era el voluminoso y afable Jefe de Departamento, que obviamente tenía muy claro que yo estaba cebando mate y no poniendo sellos cuando él llegaba. Y por eso se sentaba a mi lado y me pasaba las secciones de El Día que iba leyendo. Así transcurría esa primera media hora, poniéndose a tiro de los chismes ministeriales, que si tal faltó, que si tal se peleó con tal, que llévenle las cosas a tiempo a la Directora que tiene reunión en la DGA. Luego, Carlos se encerraba en su cubículo, y arrancaba el día.
Carlos era un jefe, serio y mandón, pero comprensivo y atento. Se comportaba en el Departamento como un patrón de estancia. Cuidaba de los trabajadores al tiempo que les exigía la tarea. Atendía los problemas y se hacía responsable ante los directores de nuestras faltas. Pero no dudaba en pegar una sacudida si había algún maltrato. Atendía personalmente a los empleados que tramitaban altas, bajas, jubilaciones, y otros papeleríos. Bochi, Patricia, Rosa, lo secundaban desde hacía años, conocían a los hijos, a la mujer, sabían que “El Gordo” escondía empanadas en los cajones del escritorio y eso no impedía que le censuren las facturas de media mañana.
Carlos supo escuchar cuando, con la compañera, le propusimos un proyecto para quienes estaban en vías de jubilación. Supongo que no entendía de que se trataba, pero confiaba en los saberes de aquellos “pibes” que venían a tomar la posta institucional.
EQUIPOS FELICES. Retomando Al Don Pirulero, y parafraseando a Benjamin Coriat, dos meses después un hombre retoma el camino a la oficina. Ya pasaron los despidos, un tercio de la oficina “no está” pues “en algo andaban”. Otros quieren volver. La mayoría necesitan saber que esperan de ellos, si ellos mismos peligran, si deben esconder sus perfiles de Facebook, si pueden ir a esa marcha, firmar el paro, continuar trabajando con ese municipio, con aquella organización, en esos temas.
Dos meses después los directores “bajan” a las oficinas. Dan la cara y comienzan a dar respuestas. Se le dice a los despedidos que “haremos todo lo posible para reincorporarlos, esto nos supera, no depende de nosotros”, incluso hasta se reincorpora personal; se le dice a los trabajadores, “vamos a blindar al equipo, se ve que trabajan”; y especialmente, se toma nota, se apuntan ideas, problemas, necesidades. “Eso tienen que hablarlo con tal”, “vamos pedir esos recursos”, “podemos ver de agilizar la comunicación”, “poner un referente”. Sin embargo, esa oficina nunca será la misma. En varios sentidos.
MERCADO Y POLITICA. En primer lugar, el daño está hecho, y los directores lo saben y están agradecidos por ello. Ellos no vienen a responder por los despidos. Es más, pueden decir “voy a hacer lo posible para evitar que siga sucediendo”. Como si ellos estuvieran en otro lugar, o pertenecieran a otra estructura. Es la lógica del mercado, de la economía, las cosas suceden porque hay condiciones para que sucedan. Y punto. No hay poderes y voluntades que tuerzan esas lógicas.
Mientras que Carlos felicitaba y reprendía, daba órdenes y ponía la cara frente a empleados y jefes, hoy lo que se hace es “crear marcos de acción”. Crear marcos es imaginar canales por los que las lógicas naturales circulen sin torpezas. El mundo del mercado es un regreso al estado naturaleza, no solo en cuanto a la competencia y al “todos contra todos”, sino porque el mercado arrasa la cultura al entender que cualquier construcción humana está destinada a perder frente a fuerzas casi esotéricas.
DISCIPLINAMIENTO. En segundo lugar, los efectos están desplegados, y los trabajadores lo saben y no pueden evitarlo. Christophe Dejours, reprendía en el texto citado antes, a la izquierda sindical de los setenta que, en pos de defender los puestos de trabajo frente a la desocupación abandonó el problema del trabajo propiamente dicho (el sufrimiento en el trabajo) en manos de una nueva ciencia: los recursos humanos. En ese contexto, perdió de vista que el efecto de la desocupación era “inocular dolor” en los trabajadores, pues frente a eso otro desfiliado, pauperizado, expoliado, “quien soy yo para quejarme”.
La victimas del terrorismo de Estado ponen en juego todo el tiempo este mecanismo por el cual, frente a horror sin palabras que significa la desaparición, que puede significar mi dolor de superviviente. Agradecer que “estamos vivos”. “Estamos mal pero vamos bien” es la ampolla que día a día nos inyectamos para empezar el día.
El verdadero objetivo se devela, como siempre, el capital devela que su problema no es el número sino el poder. Un nuevo modo de ejercicio de poder. No se trata de sacar gente sino de disciplinar lo que queda, pero ese disciplinamiento no deviene de un mundo legitimado (racional, tradicional o carismáticamente), sino de la falta de legitimación. Un poder sin autoridad que frente al paterbureau de Carlos hecho de reglas, órdenes, consejos, opone la incertidumbre y el dolor ajeno como mecanismo que sustenta la autoexplotación.
A LA DERIVA. Finalmente, es Director, a diferencia del “Gordo”, no está ahí para decir que hacer, no está para responder, no da ni quita. Solo toma nota. Y tomar nota no es tomar decisiones. Y no tomar decisiones es una forma perversa de ejercer el poder. Una autoridad que juega por ausencia, que se esconde, se presenta más como un canal para facilitar que como alguien que debe responder por cierta responsabilidad.
Y acá la incertidumbre devela su esencia. La falta de certezas deviene de la falta de saberes, y de la necesidad de apropiación de los saberes del otro. Vengo a ver que hacen, que me cuenten sus ideas, a tomar nota, sacarles ese saber, gestionarlo, apropiarlo.
El poder se escabulle, como el dinero en una off shore, como en un juego de muñecas rusa. Abrimos una caja y ya no está, pero hay otra caja, que abrimos y tampoco está. Y así al infinito. Como en la guerra moderna. Dentro de una organización hay otra organización, y otra organización.
Esta Ceocracia, que pretende manejar al Estado como una empresa, entiende correctamente que el Estado es una organización y que debe ser gestionada. Pero pierde de vista que no es cualquier organización. Que el poder soberano, la Ley, no está por fuera. Y al negar ese lugar, al pretender investir la soberanía con la ubicuidad del mercado, disuelve nuestros mundos, reinstala la encerrona trágica, y nos abandona en un estado de indefensión.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos para un instante de peligro. Selección y producción de textos Negra Mala Testa y La bola sin Manija. Para la APU. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)