El infierno en la esquina
¿Cómo lograr la atención de la gente a la que no le interesa la política? Si bien es un tema largamente debatido por intelectuales, políticos, comunicadores, etc., hasta ahora resulta imposible, pese a la variedad de diagnósticos sobre sus causas, encontrarle una respuesta superadora que no implique recurrir a los más superficial del marketing y la publicidad. Esta frustración muchas veces se traduce en enojo o desprecio hacia interlocutores desinteresados, lo cual, evidentemente y como otros ya han explicado, es contraproducente. Así nos cerramos en diálogos endogámicos entre los ya conversos, quienes compartimos sino un punto de vista único, al menos un terreno de discusión que permite el intercambio. Por decirlo de otra manera, cuando empiezo a hablar de política, neoliberalismo vs. neodesarrollismo, sus consecuencias, etc. veo en los ojos de mis interlocutores lo que yo vería en un testigo de Jehová o un evangelista que intenta convencerme de cambiar para no terminar en el infierno. Así comprendí que frente a cierta mirada somos indistinguibles de esos insistentes promotores de la religión que también recurren a la “campaña del miedo” (título hábilmente diseñado y orgánicamente difundido por los medios “independientes”) y reclaman que comprendamos la amenaza acechante. Desde el punto de vista del desinteresado por la política, la única diferencia sería que unos hablan de la palabra del señor y otros de “mercado interno”, “soberanía tecnológica” o “inclusión”, conceptos que requieren interés y estudio para ser comprendidos. En ambos casos la respuesta es un “me aburro” a lo Zamba.
Hernán Iglesias Illia, parte del equipo de campaña PRO, explica en su libro Cambiamos que el gran hallazgo social de Durán Barba es el “nuevo elector”, el cuál vota lo que se le canta y representa cerca del 80 por ciento del electorado. Buena parte de esa enorme porción de la torta electoral sería, según él, sumamente volátil. Los porcentajes y características son discutibles, pero sin duda existe este sector de la población. Generalizando podemos decir que desde el kirchnerismo, sus simpatizantes, sus campañas electorales, etc., si no los ningunearon, al menos no los reconocieron como interlocutores relevantes. Estos nuevos electores (legítimamente, claro) ponen su libido, su energía, en actividades distintas de lo político o incluso están tan atareados intentando sobrevivir que no tienen tiempo para nada más. Tampoco es tan difícil entenderlos: a muchos “politizados” nos cansan los discursos políticos clásicos de estilo “trosko” o “victorheredista”, como los llama un amigo, muy útiles en su época, incluso razonables, pero que atrasan groseramente como mínimo en sus formas.
¿Cómo llegar a estos ciudadanos, vecinos, amigos, todos inalcanzables por su falta de interés en apropiarse de ciertas herramientas básicas políticas, económicas o históricas para que al menos entiendan o, incluso, rechacen nuestros argumentos? Ahí es cuando las posibilidades del mensaje más político (no solo del kirchnerismo, obviamente) entra en un callejón sin salida. La despolitización de la sociedad parece irreductible a cualquier intento frontal y argumentativo.
Hay quienes aseguran que desde “este otro lado” es necesario encontrar “nuestro Durán Barba” y valoran esfuerzos interesantes como, por ejemplo, Eameo, que resume cuestiones complejas con una sola imagen. Para otros, en cambio, abandonar la discusión política y remplazarla por un atajo implica ya una derrota; ellos prefieren ver la mitad de la urna llena ya que tan mal no le fue al kirchnerismo con sus argumentos si obtuvo casi un 50% de los votos pese a los errores no forzados propios y las habilidades de los otros contendientes. Mientras tanto, como me decía un amigo (con quien no estamos de acuerdo, pero hablamos sobre un tablero político común) los que queremos discutir nos hablamos a nosotros mismos y tenemos serias dificultades para cruzar el círculo hacia los “nuevos electores”. Argumentos como “Yo me rompí para tener lo que tengo” resultan muy difíciles de desarmar si uno no se cuestiona las percepciones subjetivas; “se robaron hasta los lápices” o “Lázaro Báez” como explicación a todo bloquea la posibilidad de entender las consecuencias de políticas económicas concretas y nos mantienen a la defensiva. Los desinteresados de la política no leen ni miran programas sobre el tema, se consideran blindados a cualquier influencia porque, por ejemplo, “son todos iguales”, pero van al dentista o a un bar y terminan viendo el graph de TN o pasan por el kiosco y leen sin querer los titulares de Clarín. Su epidermis se va tiñendo de un solo color sin que se den cuenta.
Frente a esta dificultad, la tentación es sentir que ese otro está imposibilitado de entendernos y nos enfurece no solo su incapacidad sino, peor aún, su falta de interés por detectarla y superarla. Es la misma frustración, como decíamos, que probablemente tienen los religiosos que insisten en iluminarnos para que comprendamos y producen aún más rechazo. Por supuesto: en el caso de lo político las consecuencias no están en otra vida si no en esta; ya nos alcanzaron materializándose en facturas de luz, pérdidas de trabajo y otras formas menos visibles como la desindustrialización o una merma en la escolarización. La tentación actual es reprochar con un “Yo te dije” en variantes más o menos agresivas. Sin embargo, vivir la realidad no alcanza para comprender sus causas si no se discute, si no hay herramientas. La experiencia material ni siquiera permite lecciones durables, como demuestra este revival (ya no tan) alegre de las condiciones de los ‘90 que desembocaron en el 2001.
Para terminar es necesario aclarar que, además de no ofrecer una respuesta a este callejón sin salida, esta nota misma adolece de lo que critica: los sujetos del análisis no la leerán. Pero puede sí servir para generar otra perspectiva entre quienes comparten la frustración y estimular la búsqueda de una forma más eficiente de desarticular el núcleo de esta dificultad.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)