La edad de la imputabilidad o la imagen de lo inalcanzable
“¿Ves eso que está ahí?” (señalándome una publicidad gigante del éxito del momento de Niké, en el horizonte de la autopista emplazada frente a la estación de Constitución), “nunca lo voy a poder tener si limpio vidrios como mi hermano, o entregándolo como mi hermana en el fondo de las vías”. Con esa capacidad de síntesis, Maty de 15 en ese 2006, me explicó lo jodidamente inalcanzable que es comprarte lo que te venden por todos lados y a cada hora, laburando de poner en el cuerpo en la calle en todas sus variables, como lo hacían sus hermanos. Y lo más heavy que es aún la repetición de esa imagen de lo inalcanzable, un prohibido olvidar que por las “buenas” difícilmente llegues a hacerte de uno.
Así eran las charlas con Maty, de quién su partida de nacimiento decía que venía de Varela y su derrotero de la infancia y la adolescencia lo hicieron ranchear en Constitución desde los cinco años, junto a las familias que se iban armando en la calle. Esas charlas y eso que aprendí casi rutinariamente cada vez que lo iba a buscar a la comisaría con alguna causa de hurto de celular real (sí, a veces choreaba celulares) o inventada (sí, muchas veces la Policía arma causas cuando no existen). “¿Qué haces con los celulares cuando no te agarra la yuta?”, le preguntaba las primeras veces, como sintiéndome intrusa en su supervivencia agitada. “Se los revendo a un viejo, y si junto más de 3, me compro esas que ves ahí” (mostrándome el lujo detrás de la vidriera decorada de las prime line de marcas deportivas sobre la calle Brasil). “¿Y sabés qué?”, (me miraba fijo apretando algunos dientes), “si sigue la racha, uno para mi hermano y otra para la Yani, así no tiene que andar detrás de los gatos del fondo”.
A Maty lo seguí viendo hasta el 2008 más o menos en las mismas situaciones. Calle, comisarías, intentos de revinculación con un cacho de familia que quedaba allá en Varela, con otros intentos por terminar la primaria, y con varios más para que salga del choreito de celulares y carteras. Y con esto ni desmerezco la acción ni mucho menos la avalo. Sólo intento en esta ocasión que pueda ser comprendido cuán cosa se siente un pibe para tener que poner el cuerpo para un choreo ilegal para poder comprarse otro choreo legalizado, como son las zapatillas de la publicidad más carera del mundo. Y aunque él no lo dijese porque se avergonzaba tanto o más de lo que debería avergonzarse la sociedad “adulta” entera, Matías también choreaba para morfar.
Matías sabía que si choreaba con armas o se mandaba alguna que implicase situaciones de violencia física y atentados contra la vida del damnificado, nosotros no íbamos a poder estar ahí para defenderlo ni buscarlo en la comisaría con todos los estatutos de sus derechos y su historia de vida habidos y por haber. Y ahí construíamos un pacto, un principio de confianza: fierros no.
Porque justamente el trabajo en calle con los pibes tenía que ver con intentar marcar el límite a veces tan borroso, y demasiado exigente por parte de los “adultos responsables” en esas circunstancias que los parieron y constituyeron, entre defender la vida y provocar daños irreversibles y la muerte ajena pero también propia. El delito contra la propiedad era abordado como tal en causa y efecto. La causa de por qué choreaba celulares para comprarse otros bienes las tenía él y sería injusto que quiénes siempre pudimos comprarnos por las “buenas” (¿trabajando? ¿ heredando?¿ mereciendo?) las cosas que nos integran al mercado y al consumo, intentemos tanto justificarlo como cuestionarlo. Eso sí, los efectos eran abordados en relación a quién era ése otro al que se le aplicaba el choreo. Y en general, por la zona, los horarios y el contexto del que hablamos, eran laburantes. Y ése también era un límite: con los laburantes no.
Y el problema de todos los límites que intentábamos construir con los muchos Maty que uno va conociendo en el trabajo en calle, en la militancia y en el barrio, es qué plan les propones de positivo para salir del circuito vicioso que encontraron para masticar las migas del circuito virtuoso de la felicidad del consumidor integrado al mundo de las marcas y vidrieras. Y para ofrecer, no teníamos un plan real de vida realizable a mediano plazo. O si lo teníamos, implicaba una constancia de un equipo de adultos y trabajadores de la niñez y adolescencia con capacidad de construir un esquema de recursos, además de informes bien escritos que pasean de oficina en oficina; que en general los programas sociales, educativos y de revinculación de orden estatal o de organizaciones sociales, la iglesia y la sociedad civil, no brindaban. Ni muchos menos ahora, a pesar de lo que ya ordenaba la Ley de niñez y adolescencia sancionada en el 2005. Seamos realistas, el Estado desde hace décadas no tiene un plan para la niñez y la adolescencia en situación de calle y de vulnerabildad extrema o sometida al riesgo y al peligro permanente. Y el Estado es el primer responsable de garantizar eso, y también de no hacerlo.
Algo me sorprendía y alucinaba de Matias. No se drograba. No andaba en la droga que habían empezado a consumir los pibes en la calle por ese entonces, el Paco. Y sí, eso lo hacía distinto. Como a los 17 de Maty, ya le había perdido el rastro, y supe que se había empezado a alejar de Constitución, sobre todo porque tenía poco para seguir haciendo ahí. Su novia estaba embarazada, y se habían instalado en la casa de una tía de ella en Solano, Quilmes. Matías iba a ser papa, estaba por cumplir 18 y trabajaba de vendedor de fundas de celulares en los vagones del ramal del tren que lo vio crecer. Le mande un mensaje al celular de la novia cuando nació el hijo.
Campañas
Cada dos años en Argentina votamos. Y cada dos años hay que hablar de seguridad, drogas y pibes pobres. Y hay que comprar una postura. Estar a favor o en contra. Es el circuito running de la real politik para llegar a los programas de tele que tienen marcas que los auspician y marcan, como en las vidrieras, tendencias y gustos. Y ahí posan los candidatos con sus asesores para hablar de eso. Los hay más de derecha, más progresistas y más de izquierda. Y todos sin falta, cada dos años debatimos la baja de edad de imputabilidad. Y cada dos años, la militancia se rutiniza también en ese debate, se defiende. Hacemos marchas, pintadas, asambleas, convocatorias, solicitadas “contra la baja y por las políticas públicas”. Y me acuerdo de esas charlas con Matías y de ese pacto que establecíamos casi ingenuamente visto a la distancia, de “ los fierros no”. La estadística producida los últimos años nos acompaña para hacerle frente y ganarle (acá sí se trata de éxito y eficacia) a la demagogia punitiva en el debate mediático y ojalá que en el político y electoral a aquellos que pregonan “la guerra de la gorra”(la policial) contra los pibes con gorra.
Si los políticos y medios que al comienzo del año electoral empezaron a flamear la bandera de la “Baja de edad de imputabilidad” estuvieran dispuestos a discutir seriamente políticas criminales, y a no mezclar todos los problemas de la sociedad (la desigualdad, la seguridad, las drogas, la educación, etc) en una misma bolsa de consumo para la clase política a la que pertenecen y para los votantes que los sostienen, la democracia sería otra cosa distinta a esta que conocemos, y tal vez los problemas se resolverían mejor. Vale decir: bajar la edad de imputabilidad de 16 a 14 (donde estaría comprendido el Matías del 2006) no previene el delito grave. Y por grave excluimos a los hurtos y a los robos simples. Sólo el 5% de los delitos graves son cometidos por jóvenes de la franja de entre 14 y 16 años. Es decir, la eficacia preventiva de esta ¿taquillera? propuesta electoral, es bajísima. En relación a los delitos graves, no superan el 2% en la CABA y el 4% en el Conurbano Bonaerense y en La Plata. Dato amigo: en el 2014 no se registró ningún caso de un adolescente de entre 14 y 16 años que matase para robar.
Entonces, los pibes que matan para robar no tienen incidencia en las estadísticas de los informes producidos por diversos institutos públicos y privados entre 2014 y 2015. Como Matías hace una década, los pibes que siguen robando, lo hicieron para vivir. Para integrarse a través del modo en que este sistema global te ofrece integrarte: el consumo. Así como Matías sentenció que las llantas no se compraban deslomándose por unas monedas como sus hermanos, un referente de una organización villera me completó esta reflexión al escucharlo decir “no conozco ningún pibe pobre que se haya hecho feliz robando o consumiendo drogas”. Y ambos tienen tanta razón práctica que le cierran el pico a cualquier político que se anime a debatir con las historias de vida de las personas de carne y hueso sobre la baja de edad de imputabilidad.
Por eso bien haríamos en hablar de economía, del mercado, de las pautas del consumo, de la colonización de las marcas en los cuerpos adolescentes de todas las franjas sociales, de la tortura psicológica que implica publicitar masivamente lo que no masivamente se puede adquirir. De la carrera frenética por el último celular de los que se lo pueden comprar, sin tener que arrebatarlo.
Así como no nos horrorizamos por escuchar niños y adolescentes desde tempranas edades hablar del último I-phone que quieren que les compren sus adultos responsables, tampoco deberíamos hacer tanto espamento por aquellos niños y adolescentes que no tienen nadie que se los compre y quieren también tenerlo. El libre mercado y los deseos que genera su difusión hay que bancárselos, sin la doble vara que suelen aplicar los políticos, comentaristas y quiénes trabajan en temas económicos, sociales, culturales y construyendo opinión pública. Para exigirle a un joven pobre que fue tratado por este sistema como cosa, y en muchas historias que conocimos, reconocido por el Estado por única vez a través de la partida de nacimiento, que actué con responsabilidad a la hora de sobrevivir, de vivir, de “integrarse a través del consumo” como le es introyectado desde la infancia de maneras “formales y ordenadas”, primero deberíamos actuar con responsabilidad los adultos involucrados en esos roles. Emitiendo mensajes claros, posibles, alcanzables, realizables, y fundamentalmente accesibles y dignificables. Nadie crece feliz invadido por cánones de consumo insaciables. Ni el súper niño que maneja tablets desde la sala de cinco ni el guachin miserabilizado por los medios, que también las conoce pero le cuesta más (mucho más) hacerse de una.
Así como a Matías, conocí a muchos pibes que muchos se empeñan en llamar “marginales” desde décadas inmemoriales. Inclusive el progresismo aún en defensa de ellos, no puede evitar hablar de la marginalidad social, justamente como eso que queda al margen de la sociedad de consumo, y que para integrarse debe cometer hechos que luego todos debemos salir a repudiar o aclarar antes de decir lo otro que queremos decir. Y así aún sin quererlo las personas de buen corazón y de buena ideología también caen en la coartada que nos deja tendida la demagogia punitiva o por lo menos nos dejan boyando sin encontrar la salida oportuna para construir un discurso lo suficientemente fuerte y convincente que acompañe a las estadísticas que nos dan la razón. Y la trampa es que nos siguen haciendo hablar de “jóvenes y delito penal”, por decirlo finamente y no seguir cayendo en la trampa enunciativa de “pibe chorro”, en vez de hablar de lo que les pasa a los niños y adolescentes en esta sociedad consumista y los modos de vida que estimulamos y pregonamos los adultos.
A todos los que este año pretendan marcar la cancha político-electoral y la agenda mediática utilizando a los pibes pobres como prenda de consumo de clientes ávidos de gatillos, cárcel y penas duras como solución de problemas que nada tienen que ver (como lo dicen los números) con lo que hagan o dejen de hacer los niños y adolescentes, debemos decirles que se equivocan o se/nos engañan. Y, además, nos subestiman. ¿Quién puede creer, honestamente, que los problemas de esta sociedad se resuelven persiguiendo penalmente a menores de 16 años?
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).