Las enfermeras de Evita, por Paula Viafora
Por Paula Viafora
Sesenta y nueve años nos separan del frío y lluvioso 26 de julio de 1952, en el que un breve comunicado de la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, difundido a través de la radio del Estado en cadena nacional, informaba a los argentinos sobre el fin de la existencia terrenal de Eva Peron para dar nacimiento al mito.
Imposible de generar reacciones tibias, desde el odio y el amor, todo parece haberse escrito sobre ella. Sin embargo, en la mirada de memoria que cada aniversario nos lleva a revisar su legado vemos reflejada la mirada sobre nuestro presente. Siempre hay algún aspecto de su vida que podríamos elegir destacar, repasar, y resignificar a partir de la actualidad.
Nos parece justo en este contexto sanitario difícil que atravesamos, enfocar este homenaje recordando la creación de la Escuela de Enfermeras, en el marco de la Fundación Eva Perón. La reflexión inevitable de vincular aquella decisión de profesionalizar la actividad con la actual situación de los enfermeras y enfermeros de CABA, considerados personal administrativo desde 2018. cuando la legislatura aprobó la norma que marcó la exclusión de estos trabajadores y trabajadoras de los equipos de salud. Lejos de que la situación de pandemia cambie las cosas, debieron hasta sufrir la represión policial, cuando en septiembre de 2020 intentaron entregar un petitorio en la legislatura porteña.
Legalizar y ordenar la ayuda social
Al regresar de Europa en 1947, Evita estaba ya consolidada en su rol de esposa del Presidente Juan Perón, habiendo adoptado definitivamente el peinado de rodete. Hay quienes creen ver en él un puño pegado a su nuca, necesario para enfrentar el periodo en que se pondrá de manifiesto el accionar del peronismo en su esplendor (1948-1952). No por eso había olvidado su infancia en Los Toldos y la vergüenza ser hija ilegítima, las épocas de pan y mate cocido en alguna fría pieza de Buenos Aires, cuando recién llegada a la gran ciudad, aguardaba algún un papel que la empuje al estrellato. Al contrario, eran esos recuerdos, los que le daban fuerza para luchar por la reivindicación de los más humildes.
La Fundación propiamente dicha como organización formal y legalmente reconocida, fue inaugurada el día 9 de julio de 1949. En el estatuto se describen y puntualizan las áreas de ayuda social que cubrirá la organización. Mejorar aspectos de la salud de la población era uno de los objetivos, “Crear y/o construir establecimientos educacionales, hospitalarios, recreativos o de descanso y/o cualesquiera otros que permitan una mejor satisfacción a los elevados fines que persigue la institución”.
En ese marco nació también la Escuela, que junto con el Tren Sanitario marcaron innovaciones de avanzada para las que eran las políticas públicas de salud de la época. La Escuela de Enfermeras de la Fundación Eva Perón, que tenía alcance nacional, otorgaba una digna salida laboral a las jóvenes y cumplía la imperiosa misión de proporcionar formación en un área cuyo déficit estructural aún subsiste. Veinte mil enfermeras eran necesarias en la década del 40 para mejorar la salud a lo largo y ancho del país. El Instituto de Investigaciones Históricas Eva Perón nos brinda detalles interesantes: “El curso de doce materias duraba dos años. Durante el primer año las alumnas estudiaban Higiene y Epidemiología; Anatomía y Fisiología; Semiología; Patología general y Terapéutica y Defensa Nacional y Calamidades Públicas. En el segundo año estudiaban Primeros auxilios; Enfermería médica y quirúrgica; Obstetricia; Ginecología y Puericultura; Dietética y Medicina social. Un posgrado llevaba dos años para completar e incluía una residencia y práctica hospitalaria en el Policlínico Presidente Perón en Avellaneda u otros hospitales de la Fundación Eva Perón (FEP) en Lanús, San Martín y Ramos Mejía. Las alumnas se especializaban en cursos que incluían radiografía, fisioterapia, neurología, y psiquiatría entre otros. Evita quería profesionales capaces de trabajar en áreas alejadas, sin médicos si fuera necesario. Las enfermeras aprendían a manejar los vehículos de la Fundación: ambulancias; ambulancias hospitales (cada una con diez camas y una sala de cirugía); ambulancias equipadas para la cirugía de urgencia; jeeps; motocicletas; y vehículos para transportar equipos médicos o enfermos".
Pero hay más: "Ya en septiembre de 1950, la Escuela de Enfermeras estaba totalmente integrada a la Fundación y en 1951 ya se habían graduado más de 5,000 enfermeras. El único requisito para entrar era el de la edad: entre 18-34 años. Delia Maldonado-una de las enfermeras de la Fundación-también se acordaba de la disciplina y del esmero con que las enfermeras cuidaban sus uniformes celestes. “La disciplina era una cosa que se nos inculcaba mucho. Una enfermera debe permanecer tranquila frente a cualquier cuadro o situación, sino, no puede ofrecer su ayuda como corresponde. Esa disciplina se manifestaba también en el respeto al enfermo. La primera lección que se nos dio, fue la de saludar siempre al paciente. Saludarle y preguntarle cómo se sentía. Teníamos que acompañar al enfermo, porque cuando uno está internado, por más buena atención, por más lujoso que sea el hospital, siempre existe una sensación de desamparo. Nosotros debíamos brindarle confianza y bienestar”.
Desde el Instituto se rescata una de sus innumerables anécdotas en las que reconocemos a la Evita del pueblo, comprobando ella misma que sus órdenes sean cumplidas. “Lala García Marín, una amiga de Evita que estaba a cargo de una farmacia abierta las 24 horas. Una vez Evita apareció a la una de la mañana, el pelo suelto, vestida con un pantalón blanco, una chaqueta y anteojos. Pidió a Lala que la acompañara al Policlínico Presidente Perón. Preocupada porque le habían contado que las guardias nocturnas no atendían bien, Evita quería investigar. Entraron. Un empleado les dijo que tenían que esperar y se sentaron. Esperaron. No venía ningún médico. Evita le mandó a Lala a preguntar si tendrían que esperar mucho tiempo más. El empleado le dijo que esperara. Aguardaron un tiempo más...."
Después, Evita le dijo a su amiga: “Lala, anda otra vez”. Lala preguntó: “ ¿Señor, va a tardar mucho el médico de la guardia?”.
El empleado contestó: “Acá hay que esperar. No es cuestión de llegar y querer...”. Al cabo de un rato,de repente Evita se levantó, sacó los anteojos y agregó: “¡Me llama el médico de guardia, ¡urgente!”
“¿De parte de quién?”, le respondieron.
“¡De parte de Eva Perón!”, dijo segura.
Los médicos vinieron corriendo, prendiéndose los delantes, muertos de sueño. Evita pidió el Libro de Orden y comenzó a recorrer los pisos. Con dulzura y respeto, despertando a cada tres o cuatro enfermos, preguntaba “¿Cómo los tratan? ¿Le hicieron el análisis que le tenían que hacer?”. Los pacientes creían que estaban soñando cuando se dieron cuenta con quién estaban hablando.
Volviendo a la mirada presente, la Escuela, además de mejorar y ampliar el sistema de salud, dejó de manifiesto la perspectiva de género que atravesó su obra, otorgando a las mujeres jóvenes una formación profesional que las elevaba también como trabajadoras, en un camino definitivo hacia la ampliación de derechos. Desde 2021 vemos en Evita un faro que proyecta sobre el presente aquellas banderas que levantó para lograr la “justicia social”. Hoy son las mismas por las que luchamos los que perseguimos la garantía y ejercicio de los Derechos Humanos.