Un relámpago sobre el Orinoco
Hace casi 20 días que estoy en Venezuela y no me hallaba en condiciones de escribir nada sobre la situación actual. No es que tuviese una artritis reumatoidea fulminante y repentina, sino que no quería aventurar opinión alguna sin antes involucrarme un poco más con la situación, caminar un poco más sus calles -más allá de las de Caracas-, escuchar más a ese pueblo que supo amar –y ama- a Chávez y se halla frente a una de las contradicciones más grandes como sujeto histórico que lo que nunca antes lo había hecho; sobre todo por su conciencia de ser como sujeto histórico; una forma de conocerse y percibirse con la cual nunca antes en la historia había tenido oportunidad de codearse.
No obstante, mi inexplicable imposibilidad para escribir, se vio sacudida en estos días, mirando ese inmenso río que ansié conocer desde que leí a Verne [1], y vi sobre el lánguido transcurrir de esa inmensa masa de agua marrón un relámpago que me sacudió la catatonia. Fue como sentir el deber de contar lo que veía, al menos, y dejar de ser un mero espectador. Luego del destello sobre el Orinoco, volví caminando rápidamente hacia el hotel, sudando a causa del soposo calor del borde superior de la Amazonia –aunque técnicamente estoy en Caicara del Orinoco, en el Estado de Bolívar, si uno mira un mapa físico, debajo de mi ubicación geográfica se despliega un tapete verde oscuro que parece inmenso, compacto, impenetrable- para ponerme urgentemente a escribir esta crónica.
Desde que llegué a las tierras de Bolívar y del cuatrico me encontré con la misma situación en todos lados. Algo que desde el deceso de Chávez venía ocurriendo en el país, ahora se ve potenciado y agudizado de una manera alarmante: las colas interminables para comprar alimentos que no se consiguen, falta de dinero en los cajeros automáticos por una inflación –la más alta del mundo- que dinamita los ingresos pero no modifica la capacidad del metal de expandirse para cobijar más billetes [2] y, a mi modo de ver, lo más preocupante: la falta de medicamentos. Si bien esta descripción es la más fiel a lo que mis ojos van capturando con asombro y dolor, la mera descripción no explica los motivos para dichas falencias. Y para poder explicarlas necesitaré tomarme unos cuántos párrafos, con lo cual pido paciencia al lector; una paciencia que el pueblo venezolano parece haber agotado (si es que entendemos como pueblo a la gran mayoría de la población sea chavista o no).
Desde la llegada de Hugo Chávez al gobierno, la oposición, aquellos que habían cortado el bacalao desde la muerte Bolívar, exceptuando dignos y contundentes intentos por modificar el entramado social [3] y, sobre todo, el poder político y la distribución de los recursos, habían sido los mismos. Lo hicieron con el intento del golpe de abril de 2002, lo habían intentado con el lockout petrolero de diciembre de 2002 y enero de 2003, lo intentaron con el referéndum revocatorio del 15 de agosto de 2004, y lo intentaron luego de todas formas y con las artimañas más arteras. Pero claro: Chávez era Chávez. Pero un día Chávez, como todos los humanos, se murió.
Desde la muerte del comandante Chávez –y hay que llamarlo muerte y dejar de hablar de siembra, de réplica en el pueblo, de nuevos Huguitos que nacen a cada segundo, porque ello solo es un eufemismo que nos impide hacernos cargo de lo más doloroso, de cerrar el duelo en el que el pueblo venezolano sigue sumido y lo lleva todo el tiempo a caer en comparaciones odiosas y poco constructivas: El comandante Hugo Rafael Chávez Frías murió el 5 de marzo de 2013- se han intensificado las acciones desestabilizadoras de la oposición. Cómo si los chacales del capital financiero internacional, a través de sus subsidiarias del cono sur, hubiesen olfateado la sangre, como si hubiesen notado el dolor y el desconcierto de los venezolanos y venezolanas y se hubiesen decidido, con el subidón de testosterona que siente el cobarde ante un contrincante indefenso, a dar muerte de una vez por todas al hecho maldito de la historia venezolana. El primero fue Bolívar: un mantuano desclasado que liberó hasta a los negros; el segundo, el militar que decidió apuntar sus cañones contra su –hasta el momento de él y la mayoría de los militares de la región- jefe natural: el capital internacional y sus lacayos bien pagos en Nuestra América.
Venezuela no es una entelequia pendurando en el universo por la magia de una física que mantiene en el espacio -sin contacto con nada- a ese pedazo de territorio desigual y rico en matices geográficos, sino que es un país inmerso en un mundo con conflictividades políticas, sociales y económicas que recién ahora, paradojas de la modernidad, a través del summum del posmodernismo informativo -el cable filtrado- comienza a ver el inmenso poder de aquellos que han podido mantenerse como estados neutros e íntegros a pesar de venir transformando el mundo en un lugar en el que los que no producen nada se aprovechan del resto, de cerca del 98%, que trabaja, que labura.
En ese mundo, el valor de los commodities ha venido descendiendo de manera estratégica para aquellos que venden capital, Know-how, tecnología y, sobre todo, guita, mentiras, humo y sueños vía televisión e Internet.
EE. UU. alcanzó, previas guerras en Medio Oriente y el desarrollo de la técnica del fracking, la autonomía energética. Pero para alcanzarlo plenamente debió revitalizar su economía, deprimida antes de 2001 y shockeada luego del calamitoso caso Enron, y lo hizo a través de la invasión, la guerra, el auge de su industria armamentística y el intento, aún no definido y hasta ahora solo intento, de reestablecer la hegemonía cultural, política y económica en el mundo que parecía al alcance de la mano con la caída de la URSS y del bloque del este, acción que quedo de manifiesto que no iba a ser tan sencilla y que hoy está en disputa en un orbe multipolar.
Pero volviendo a Venezuela, el hecho es que tanto ella como el resto de Latinoamérica son economías dependientes [4], y salvando pobres excepciones –la incipiente industria argentina y la militarizada industria brasileña-, todas ellas dependen de sus materias primas para el ingreso de divisas con lo que comprarán el resto de lo que se produce en el mundo. En el caso de Venezuela, y quizás allí radique parte de la autocrítica que tengamos que efectuar, el grueso de los ingresos de divisas provienen del petróleo, cuando no del cacao, del café y de poco más, y cuando el barril de petróleo coqueteaba con la cara de Franklin, no nos ocupamos de sembrar cebada, por ejemplo, para que ahora empresas polar no cierre sus plantas de producción de birra aduciendo que no tiene divisas para comprar la materia prima necesaria para mantener la producción de cerveza.
Sin duda que la cerveza no es lo más importante, pero imagínense ustedes, sea de derecha o de izquierda, si le quitan la birrita de después del laburo, o el vino con el asado del domingo. Claro que no es de primera necesidad en cuanto a necesidades calóricas se refiere, pero es de primera necesidad en cuanto a solaz de cualquiera que, durante siglos, cree ver premiado su esfuerzo con una caricia etílica antes de irse a dormir; acaso en un mundo ideal, ese mimo no sea necesario y solo sea destinado a instantes colmados de significancia ritual, pero aún es el alivio del laburante luego de un día de oprobioso trabajo.
Pero hete aquí, que en el país en el que no se consigue leche, sí se consigue yogurt; que en el país que no se consigue harina-pan [5], si se la consigue a un precio mucho mayor en el mercado negro, en el llamado bachaqueo [6]. El acopio y ocultamiento de mercadería es una de las técnicas de presión que se utilizan para implementar los denominados golpes blandos. El desabastecimiento fue el inicio del golpe de estado nada blando que se dio en Chile contra Allende; ahora el poder imperial es mucho más sutil para derrocar gobiernos populares pero no por sutil menos artero y sangriento: hay sangre que no luce, pero que se derrama igual.
Claro que a los ojos de parte de la población y de todo aquel que observe la realidad venezolana por medio del arbitrio de las herramientas comunicacionales y de la acción incesante de una batalla que se libra por medios no convencionales y de una forma ingeniosa y heterodoxa, el país se parece cada vez más a una caricatura de una dictadura latinoamericana, aunque claramente –y me vi tentado a poner “en el fondo”- no lo sea.
Y aquí es donde me detengo un instante y donde se explica el motivo por el cual no escribí nada sobre esta amada tierra en veinte días. La contradicción entre el deseo y el deber de la descripción colisionan. La necesidad de ser lo más objetivo posible y no caer en el juego de la siempre sagaz y hábil derecha maquillada tras el discurso del “cambio” –aquí también se habla del “cambio” como si ello fuera una operación inocua y placentera- se ponen de manifiesto y me obligan, luego de dar un pantallazo de la situación, a ser cauteloso y medido en las declaraciones. Se hace necesario escuchar un poco más a la población de este glorioso país para no cometer imprudencias y que, aun siendo solo una mirada posible sobre la realidad, que ella sea una mirada lo más ecuánime posible, y para ello me comprometo a seguir enviando crónicas de este tipo a medida que se sucedan los hechos, que en casos de tensión extrema, sabemos, se suceden con una velocidad pasmosa.
Sin embargo, lo que a mí me queda claro –la situación en que está sumida la sociedad venezolana es una guerra económica, en cuanto a las municiones utilizadas, y política, en cuanto a las variables que propone la oposición-, no le queda tan claro a los venezolanos y venezolanas. La retórica socialista a la que apela el gobierno y el propio presidente Maduro, no conmueve a los jóvenes para quienes la cuarta república, y la hegemonía compartida entre adecos y copeyanos [7] son cosa de los libros de historia y los logros alcanzados por el chavismo, incluso las ventajas políticas, parecen ser una realidad sin discusión, normal. Y si bien que sea “normal” es un logro cultural del proceso bolivariano, queda pendiente la concientización cultural sobre los costos que tuvieron esos logros. Nada les dice a los jóvenes esa retórica encendida y antiimperialista cuando no consiguen papel higiénico o pañales, cuando ven filas de hombres y mujeres, sobre todo mujeres, bajo el intempestivo sol caribeño para conseguir un pan.
Sucede que como en toda guerra, los bandos en pugna generan una tensión que, en su forma clásica, se dirime a los tiros. En las guerras de quinta generación, las batallas se dan a través de gestos, presiones de orden económico, control del poder comunicacional, terrorismo ideológico y, cuando todo eso no dirima la tensión, se llegará, lamentablemente, al aciago terreno de la violencia. Y también, como sucede en toda guerra, si las bajas del bando que uno debe proteger son cuantiosas, lo que hay que hacer es tratar de alcanzar un espacio de diálogo. Y en ese sentido, el gobierno de Maduro ha incurrido en una intransigencia orgullosa perdiendo de vista que la correlación de fuerzas le está siendo adversa.
Vientos acres soplan sobre Venezuela, triste panorama se avecina en la región, rudos cambios en principio anodinos, pero cargados de virulento revanchismo, se pavonean con su discurso de odio y van cooptando las conciencias de los venezolanos que han agotado su paciencia. El cinturón apretado ha generado una hinchazón en el cerebro y en los cojones, y ya no ven al responsable real de la escasez, sino que ven que quien debería terciar y solucionar la situación no lo está haciendo de una forma que los satisfaga. Ya no tiene que ver solo con la comida o artículos de limpieza, sino con medicamentos y la vida misma de las personas.
El pedido de referéndum revocatorio –hecho a destiempo, mal y a las atropelladas- es ninguneado por el gobierno, lo cual no hace más que dejar en claro dos cosas: primero su voluntad de mantenerse en el poder a través de la legalidad y la constitución; y segundo, las altas chances de perder ese referéndum. No habría mejor manera de acabar con la compresión infernal que se vive en el país, que dejar que las urnas hablasen. Aun habiendo hecho la recolección de firmas fuera de tiempo, incluyendo a muerto, con listas incompletas e irrespetando las formas, si el gobierno tuviese chances de ganar ese comicio, no habría mejor salida al atolladero en que se encuentra que dar una disputa electoral, ganarla y zanjar la cuestión de una vez, saliendo fortalecido y con las manos libres para tomar medidas que, en la situación actual, se halla imposibilitado de tomar; por ejemplo, avanzar con la expropiación de empresas polar, quien -en parte por culpa del propio gobierno- maneja el monopolio de la alimentación en tierras bolivarianas.
En algún momento hay que saber agitar la bandera blanca, y eso no significa perder la guerra, sino, como decía el general Perón, desensillar hasta que aclare, reagrupar las fuerzas, mantener lo conquistado con dignidad, so riesgo de perderlo todo de un plumazo, que, lamento decir, es lo que va a ocurrir en breve en Venezuela. Cuando las cosas no resultan, comienzan a notarse los costurones del entramado social que está mal zurcido, empieza a heder el pescado que hasta hace tres días se hallaba con la carne firme, las escamas brillantes y los ojos como perlas.
En este momento, cuando la situación coyuntural en América Latina es por demás adversa, el gobierno venezolano debería tratar de mantener el status quo alcanzado por un país que hasta no hacía mucho era un faro ideológico para el resto de la región, y ello se logrará tendiendo la mano desnuda, no revestida de una manopla. Venezuela ya no tiene a Brasil a su lado, ya hemos perdido en Argentina por no revisar a tiempo algunas cuestiones que seguimos deliberando cuáles fueron, lejos está la cohesión que hasta hace apenas dos o tres años ligaba y hermanaba al cono sur. Es momento que en Venezuela se abra una gran mesa de diálogo nacional, que primero se consiga rearmar la red que llevo al PSUV al gobierno y que no ha hecho más que destejerse desde la muerte de Chávez, y luego si, una vez reagrupada la tropa, sentarse a dialogar con la oposición. La propuesta de Maduro para iniciar un diálogo, es llamando a Leonel Fernández, expresidente de República Dominicana; a Martín Torrijos Espino, expresidente de Panamá, y a Rodríguez Zapatero, expresidente de España. Difícil entablar un diálogo con voceros aliados del gobierno. Ninguno de ellos le dará a la oposición una sensación de imparcialidad.
Por otro lado, se escucha a Maduro decretando el Estado de excepción, amenaza, y comparto con él, con declarar el Estado de conmoción interna, atributo constitucional para cuidar el orden ante una amenaza externa o peligro de golpe de estado –que sí lo hay en Venezuela- y acto seguido invita al diálogo y palabras más, palabras menos, les dice que los invita “para hacerles sentir el peso de la constitución y obligarlos a respetarla para alcanzar la paz”. Es como cuando la vieja de uno le decía “vení que te voy a matar”; minga íbamos a ir, ¿quién va a ir a que lo maten? Nadie acepta una mano tendida revestida con una manopla; peor aún, de esa forma se le brinda más argumentos para alejarse del diálogo a una oposición virulenta, que no duda en apelar al boicot y a la violencia, o incluso pegarle violentamente a una mujer policía durante una marcha opositora la semana pasada.
Las cartas parecen echadas: en Venezuela se enfrentan: por un lado, gran parte del pueblo movilizado [8], pero mermado en su número durante los últimos años, la constitución y, acaso el factor que ha impedido un avance más virulento, las Fuerzas Armadas; y por otro, el poder financiero internacional, los EE. UU., la OEA, la oposición y gran parte del poder de sufragio que, como quedó demostrado en las últimas elecciones del 6 de diciembre, le es adverso.
La polaridad es extrema, los canales de diálogo, a pesar de los torpes y orgullosos intentos del gobierno y de la necedad de la oposición (que parece encarnizada) están obturados y no parece haber líderes en la región que puedan destrabar la situación (acaso el excanciller de Ecuador, Ricardo Patiño, con mandato de Correa, sea un buen interlocutor a pesar de su claro posicionamiento político, lo ha demostrado resolviendo el entuerto casi bélico del año pasado entre Colombia y Venezuela, y parece saber domar la testarudez de Maduro). A mí no me queda duda de qué lado estoy, y aún con desacuerdos, creo que hay que alinearse con Maduro, pero remarcando las disidencias nacidas del disenso sincero en cuanto a lo metodológico y para nada en cuanto a lo programático. En Argentina, quizás por no plantear cuestiones de este tipo quedamos enredados en una retórica ensimismada, inmovilizados en imágenes icónicas que no resolvían el problema, enturbiados en disquisiciones semánticas en una guerra discursiva que, con una sencillez ramplona, ganó la derecha.
En Venezuela se corre el riesgo, como muy livianamente diríamos en Argentina, de trosquearla, y como sabemos, la antinomia ancestral del diálogo es la guerra en sus términos clásicos, y dadas las condiciones, el único perdedor en ese caso sería el pueblo, y eso sí que es algo que no queremos.
1 - Verne, Julio: El soberbio Orinoco
2 - De hecho, esa falta de efectivo por los canales normales, hace que los supermercados y las farmacias utilicen los punto de venta, como le llaman acá a la venta con tarjeta de débito, para dar dinero sin hacer colas, en las cantidades que quieras –el cajero solo te da hasta 15 mil bolívares por día en tandas de a tres mil (una leche en el mercado negro vale alrededor de 4 mil bolívares), pero cobrándote entre el 10 y el 15 por ciento de interés. En definitiva, el único beneficiado es el financista, el especulador, el usurero. Cabe destacar que el dólar oficial estaba en 200 bolívares, y ahora subió a 500, pero en el mercado negro vale entre 1000 y 1200 bolívares por verde.
3 - El historiador Pedro Calzadilla, presidente del Centro Nacional de Historia, identifica cuatro momentos de intentos de modificación del orden social imperante. Antes y durante esos momento el arco social y político estuvo dominado por lo que él denomina, siguiendo a Carrera Damas –y contrario a lo que diríamos en Argentina, “proyecto nacional”, dirigido por las élites venezolanas y nacido en 1830.
El “primer momento fue el movimiento popular encabezado por José Tomás Boves en 1814”, con las masas de pardos y negros que atacaron el corazón de la propiedad, directamente. El segundo fue cuando “José Antonio Páez pasó de ser el líder de los “sin nada” a jefe de la oligarquía, y está marcado, sobre todo, por las rebeliones campesinas de 1840 y, ya en 1850, la llegada del general Zamora y de la Guerra Federal; el asesinato de Zamora reencausó el proyecto oligárquico. El tercer momento se extiende desde la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, en 1935, e “incluye la aparición de sectores humildes en la política”. Luego del pacto del Punto Fijo en 1958, tras la caída de Pérez Giménez, “las élites recontrolan el país”. El cuarto momento comienza cuando Chávez llega a la presidencia luego de diciembre de 1998. Es este momento cuando Calzadilla señala el corte definitivo del tutelaje del poder real sobre la voluntad popular. http://www.contrapunto.com/noticia/no-nos-van-a-hablar-a-nosotros-de-revocatorio-porque-es-una-conquista-nuestra-76183/
4 - Paradójicamente fue Fernando Henrique Cardoso –junto al pobre de Faletto, que es a Cardoso el alter ego latino de lo que fue Engels a Marx (justicia-justicia)-, el adalid de la derecha brasileña, quien mejor describió la situación de dependencia de las economías latinoamericanas. Ver Desarrollo y dependencia en América Latina.
5 - Harina pan es una marca de una harina de maíz para hacer arepas. Que falten arepas es, para dar una idea a los argentinos, que serán la mayoría de los que lean estas páginas, como que falte pan con los fideos con tuco, o que falte yerba para tomarse un mate.
6 - El bachaqueo es la práctica de vender en el mercado negro algunos productos que, por medio del agio, acaparan determinados sujetos, para luego liberarlos por cuentagotas a precios astronómicos. El nombre proviene de la hormiga bachaca, y es como un “contrabando hormiga”, de allí el nombre. Pero como en cualquier negocio ilícito, el eslabón más débil de la cadena, y estigmatizado y deleznado por el resto de la población, es el bachaquero, dejando de lado al verdadero culpable de esa práctica que es el acaparador mayorista. Pero esa antinomia –bachaquero-consumidor de alimentos- es una falsa antinomia que no hace más que explicitar la relación entre un pobre explotando a un pobre. Los “reales”, como le dicen acá a la guita, se los lleva un tal Mendoza, el dueño del monopolio de la alimentación en Venezuela, que hace tanto la Harina pan como la cerveza.
7 - ADECO, Acción Democrática, es uno de los partidos que alterno en la presidencia desde la firma del pacto de Punto fijo, en 1958.Pertenece a la Internacional Socialista (vaya tilinguería en que se transformó) y a él perteneció, por ejemplo Carlos Andrés Pérez, quien gobernaba el país cuando se dio el Caracazo, los días 27 y 28 de febrero de 1989. COPEI, Comité de Organización Política Electoral Independiente, autoestimado como social cristiano, pero claramente conservador y alternancia obligada de ADECO desde el pacto mencionado. Entre sus líderes figuran, por ejemplo, Rafael Caldera y Herrera Campins.
8 - El otro día en una marcha a favor del gobierno se contabilizaron 16 cuadras de militantes a lo largo de una de las avenidas principales de Caracas. Pero bien sabemos en Argentina que una marcha multitudinaria no garantiza una elección.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos para un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)