¿Viejos discursos, nuevas violencias?, por Eliana Verón
Por Eliana Verón
A propósito de la tira de humor de Sendra, publicada el pasado 7 de agosto, urge preguntarse por qué los discursos misóginos aún encuentran espacios en medios de comunicación y redes sociales. Amparados en el humor y la libertad de expresión estas manifestaciones profundizan y amplifican la violencia simbólica que estructura nuestros pensamientos, brindando argumentarios de odio, discriminación, estigmatización política y provoca acciones cotidianas contra mujeres y disidencias.
A menudo, quienes se manifiestan a través de la difusión mediática de patrones estereotipados, imágenes, discursos e íconos que afectan a las mujeres como colectivo, lo hacen bajo con el argumento del derecho a la libertad de expresión. Sin embargo, cuando esa libertad se basa en palabras odiantes disfrazadas de humor u opinión, ya no se trata de libertad: es violencia mediática, política y, por tanto, simbólica.
Naturalizar o justificar la subordinación y la violencia contra las mujeres en la sociedad no es nuevo. Es un ejercicio de reproducción violenta cotidiana e histórica que tiene discontinuidades, pero que en la actualidad responden más a frustraciones que a convicciones ideológicas.
El avance del movimiento feminista es la causa de estas reacciones no sólo discursivas, sino culturales. La agenda de los feminismos irrumpió en la conversación pública forjando un cambio de paradigmas que, aún sin ser masivo, ya no tolera enunciaciones que perpetúan valores que nieguen derechos. Entonces, cuando los discursos se dirigen a una mujer, se puede denominar misoginia, pero cuando se dirigen al colectivo, se burlan de nuestras consignas de luchas, de nuestros reclamos por equidad e igualdad de condiciones y una vida libre de violencia, son discursos de odio.
¿Cómo operan estos discursos de odio? Actúan en defensa de privilegios porque son siempre dispositivos de desclasamiento y mecanismos socioculturales. Son parte de un modo de hacer política con un menor grado de institucionalización, que en la actualidad se genera y propaga principalmente a través de tres canales: el espacio público con actos vandálicos, en redes sociales donde los acosos y amenazas se irradian, y los medios de comunicación donde estos discursos se amplifican.
El rol de la prensa, la radio y la televisión es particularmente relevante por su contribución a crear un clima social propicio a este tipo de discurso. A través de su facultad para configurar la agenda pública colaboran en la generación, normalización o reafirmación de estereotipos y prejuicios. Ejemplos abundan en los encendidos nacionales.
La violencia simbólica como la base de otras violencias que se ejercen provoca laceraciones en el cuerpo social. Como parte de ella, la violencia mediática es una práctica cultural que opera en el plano de las representaciones donde imagen y discurso se conjugan dando sentido a una idea y contribuye a crear un clima de opinión. A su vez, es funcional a la violencia social estructural que se ejerce de manera desigual contra las mujeres y disidencias.
Cada texto mediático no es inocuo, no funciona en el vacío, más bien está impregnado de valores, creencias e ideologías. En infinidad de ocasiones, son elaborados con o sin eufemismos, circulan llevando consigo estigmatizaciones políticas, expresiones odiantes disfrazan de humor gráfico, estereotipos y prejuicios que no sólo deshumanizan al otro, otra, otre, sino que también humilla. Culpar de cualquier “grieta” a quienes ya están despojados de derechos de existir, sentir, estar, decir y exigir es uno de los mecanismos ideológicos más visibles en los medios y la cultura patriarcal.
Amplificados mediáticamente estos discursos se tornan hegemónicos y habilitan la violencia y legitiman conductas sociales violentas. La naturalización de estos mensajes tiene impacto e incidencia política y social en la conversación pública, sobre todo cuando profundizan el discurso social discriminatorio presente en la ciudadanía.
Estos entramados de viejos discursos, ahora identificados y tipificados en determinadas violencias, requieren del repudio masivo de las organizaciones políticas, sindicales, sociales, culturales y mediáticas militantes. Promover políticas de regulación democrática -que no es sinónimo de censura-, para erradicar estas violencias de las practicas comunicacionales en todo el territorio nacional, es el desafío de un Estado garante de derechos sociales.