La ley de etiquetado frontal o qué comemos cuando comemos
Luego de un demorado debate entre profesionales de la salud, autoridades sanitarias y la industria alimenticia, finalmente entró en vigencia la ley de etiquetado frontal, que no es solo promover la alimentación saludable sino también la exposición de las verdades ocultas o de las mentiras promocionadas para que se consuman determinados productos sin saber qué se está consumiendo.
¿Cuántas infancias crecieron consumiendo leche con cereales creyendo que tendrían la fuerza de un tigre? Esos cereales no son cereales, sino harinas con azúcar y diversos aditivos que ahora sabemos muy bien que no son recomendables diariamente para sostener una dieta saludable. Solo un ejemplo, de los tantos posibles, donde puede constatarse el ocultamiento de la verdad nutricional y la puesta en escena, los engaños, para que un producto sea atractivo. El etiquetado frontal tiene esa función fundamental: la de informar. Es, sin lugar a dudas, una propuesta educativa y clarificadora. Siempre es importante saber, tener acceso a la información para poder elegir con libertad.
Las imágenes y ciertas palabras suelen tener un tremendo impacto y un efectivo poder de atracción, y eso lo saben muy bien los productores y comerciantes, que desde allí montan sus estrategias de mercado para que sus mercaderías sean consumidas. Las propagandas y los envases apuntan a instalar un deseo, por eso utilizan frases, personas y personajes como carnadas para que los seres humanos se conviertan en consumidores, que es lo único que le importa al capitalismo, una sociedad que se defina en el consumir, en comer, en comprar, en perseguir y en poseer lo que se le impone. Y cuanto menos se sepa, mejor para sus objetivos.
Cuando fumar era un placer, como dice el tango, hasta actores y deportistas famosos actuaban en propagandas aconsejando una marca de cigarrillo, y la gente fumaba en todos lados, en bares, en el ascensor, en la mesa familiar o en las aulas. Se ocultaba el desastre que el hecho de fumar causa en la salud humana, y ese daño colateral que hoy conocemos: el fumador pasivo. Más allá de leyes y prohibiciones, en los atados de cigarrillos ahora aparecen imágenes y palabras que buscan concientizar: un pulmón destrozado, un respirador, cáncer, daño en la vida sexual, niños intoxicados; y si bien aún así hay quienes eligen fumar, saben a qué se exponen.
Con el implemento de la ley de etiquetado frontal, en los envases de los productos alimenticios también aparecerán carteles informativos: excesos de grasas trans, contiene edulcorante, exceso de sodio, exceso de azúcares... Es un gran avance, pero no suficiente como para alcanzar una salud integral que depende además de factores socioeconómicos -hay millones de personas que no comen lo que quieren sino lo que pueden-, y de la conciencia que se tenga del cuidado personal y de la búsqueda del equilibrio psicofísico y espiritual.
La información es poder y en los alimentos, como con las sustancias tóxicas, no solo se debe informar acerca de la verdad del contenido sino de los efectos adversos, e incluso aclarar, en letras grandes, que ese consumo es perjudicial para la salud, no solo física, sino también mental. Los trastornos alimenticios, bulimia, anorexia y obesidad, son un claro ejemplo del complejo entramado de síntomas psicofísicos y de mandatos culturales asociados; por un lado, los estereotipos impuestos de “belleza”, de cuerpos hegemónicos, “ideales” instalados socialmente; y por el otro, la comida como un objeto fundamental, una boca invitada o forzada a comer o prohibirse la comida para alcanzar la “perfección”, donde se juega la salud y la vida. Patologías que en sus actos y síntomas expresan un padecimiento psíquico que hay que sanar y denuncian a una sociedad que sigue enfermando con ideologías de mercado donde el cuerpo también es una mercancía.
El etiquetado frontal advierte, ilumina ciertas oscuridades, “busca garantizar el derecho a la salud y a una alimentación saludable”, es un gran paso, pero queda mucho por hacer porque la comida es más que comer, tiene una connotación subjetiva, implica aspectos psicológicos, sociales y económicos. En lo que comemos se expresa nuestra cultura y formación. Que este debate y la implementación de la ley de etiquetado frontal no oculte otra verdad: que hay muchísima gente pobre que no se pregunta qué contienen los alimentos sino si va a comer. Y eso no puede seguir sucediendo.