La oposición y la instauración del "Estado de malestar"
Por Esteban Rodríguez Alzueta*
Hace unos días murió el criminólogo noruego, Nils Christie. Christie era un pensador simple y generoso, y una máquina de producir hipótesis. Sus libros fueron una invitación constante a que nos pongamos a explorar las preguntas que dejaba picando sobre la mesa. Una de las tantas tesis que formuló en su libro “Una sensata cantidad de delito”, tenía que ver con la “vidriera de la política”. Decía: cuando los estados se achican y desentienden de los problemas que hasta hace un tiempo constituían su razón de ser, es decir, relegan la salud universal, la educación o a los trabajadores; cuando dicen “la vivienda ya no es un problema mío, pero tampoco la niñez, la vejez o la seguridad social”, entonces los políticos tienen muy pocas oportunidades para presentarse como merecedores de votos. Una de las chances para seguir haciendo política y postularse como merecedores de votos es la seguridad.
Entonces los funcionarios se lanzan a cruzadas contra el delito, hablan de hacerle la guerra a la droga y prometen más policías, más penas y más cárcel a cambio de votos. El telón de fondo de esta hipótesis era el neoliberalismo, los ajustes económicos y el desmantelamiento del estado social. Christie estaba pensando en el “estado de malestar”. Quería sostener, como Bauman, que un estado chico no es un estado débil. Más aún, cuando los gobiernos toman distancia de la vida de las personas, tienden a volverse cada vez más fuertes, violentos.
Diez años después, me atrevería a hacerle algunos modificaciones a esta tesis, porque ya sabemos que la historia no siempre es la misma y la Argentina no se encuentra parada en 1995 ni en el 2001! La seguridad ya no puede ser la vidriera de los funcionarios, pero la inseguridad puede ser la mejor pasarela política de la oposición para desfilar junto a un elenco de periodistas y famosos dispuestos a enloquecernos a todas y todos lo que siguen sus vidas a través de la gran pantalla.
Los ministerios de seguridad suelen no ser plataformas exitosas para hacer política. Muchos funcionarios no se dan cuenta todavía. No se puede competir con la televisión, con las víctimas fagocitadas por movileros inescrupulosos. La mejor noticia seguirá siendo una pésima noticia. Por ejemplo, podrán anunciar que bajo el homicidio, que ya no se cometen diez asesinatos por día, sino ocho; pero eso quiere decir que todavía hay ocho malísimas noticias que hay que explicar y no se pueden banalizar improvisando conferencias de prensa. Se puede haber tenido la mejor performance en la cartera de seguridad durante dos años, pero el asesinato de una embarazada en la puerta del banco tiene la capacidad de licuar el capital político acumulado en menos de una semana. No hay plan de emergencia securitaria que pueda contra las rotativas olas de inseguridad propaladas por gran parte del periodismo. Berni se dio cuenta un poco tarde y por eso suelen mandarlo a guardar silencio. Scioli también y por eso dio por concluido su “Plan de emergencia en seguridad”. Eso no implica que haya abandonado a la policía como eje de campaña. Más aún cuando la oposición hizo de la inseguridad su caballito de batalla.
Hace tiempo que a la oposición no se le cae una idea. Y tampoco tiene mucha gestión para mostrar y cuando la tiene se caracteriza por la antipolítica. Venimos de una crisis de representación de larga duración: la incapacidad de los partidos políticos de la oposición para agregar los intereses y puntos de vista diferentes que legítimamente pueden tener otros sectores sociales. Cuando sus representantes no lo representan, esos sectores buscarán otras cajas de resonancia. Y ahí están los diarios y la televisión haciendo noticia con la desgracia ajena. Por eso, cuando los periodistas les pregunten a los ciudadanos “cómo se sienten” o “qué perciben”, éstos no lo dudarán un segundo. Todos usarán clisés muy parecidos: “acá no se puede vivir más”; “ya no se puede salir a la calle”, “salís y te roban”, “acá te matan por un par de zapatillas”. Muchas de estas respuestas son legítimas. Pero otras veces, en este contexto de crisis de representación que todavía define a la oposición, cuando la gente manifiesta su temor está haciendo otra cosa: le está pasando “factura” al gobierno de turno. Si la inseguridad se lleva la atención de los medios, en las respuestas aprendidas se embuten otros reclamos que la oposición no supo canalizar.
Cuando eso sucede, es de esperar que los partidos de la oposición, conviertan a la inseguridad también en su bandera y consigna central. Después de tanta televisión truculenta, tanto sensacionalismo, y tanta declaración inoportuna de algunos funcionarios oficialistas, el miedo no necesita ser explicado. No tienen necesidad de ponerse fundamentar nada, porque saben que la “sensación de inseguridad” es una imagen –fuerza que se explica a sí mismo. Pretenderán esmerilar al gobierno manipulando el dolor del otro, mandando mensajes a través de nuevas propuestas de reformas de los códigos penal o procesal, jugando a ponerse duros, muy duros.
Termino: en estos diez años, si la oposición –salvo contadísimas excepciones- nunca estuvo dispuesta a hacer los acuerdos políticos necesarios para sustraer la “inseguridad” de las coyunturas electorales (porque ya sabemos que para encarar tanto las reformas policiales como las respuestas multiagencias para atender muy distintas conflictividades sociales se necesitan tiempos largos que hay que negociarlos) fue porque se ha quedado sin política, o mejor dicho su única política fue, casi siempre, la inseguridad. Hacen política con el miedo al delito, manipulando a las víctimas, jugando con la desgracia ajena. Hacen política con la tapa de los diarios. Díganme cuál es la tapa del diario de hoy que les diré en qué consistirá la conferencia de Massa, De la Sota, Sanz, De Nerváez o Macri del mediodía. Eso es lo que nosotros llamamos: demagogia punitiva.
*Docente e investigador de la UNQ. Autor de Temor y Control: la gestión de la inseguridad como forma de gobierno. Miembro de la Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional.