Sobre Oppenheimer, el "padre" de la bomba atómica
En estos días el nombre de Julius Robert Oppenheimer (Oppie, para colegas y amigxs) comienza a salir por fuera de los libros de Química Cuántica, Química Molecular o Física del Estado Sólido dada la publicitada convocatoria de un bio-film que lleva por título exactamente su apellido.
No ensayaré un bosquejo biográfico de Oppenheimer. Trabajaré sólo algunos datos, para poner en perspectiva comparativa el desarrollo de una vida individual en un sistema que todo lo absorbe o lo abarca, y que excede a todo.
Oppenheimer ingresó en la Universidad de Harvard en épocas en las que su presidente, A. Lawrence Lowell, sostenía que “Harvard no es la primera universidad americana en intentar limitar la proporción de judíos en sus centros. Es, simplemente, la más franca”. Cuando obtuvo su licenciatura, sólo en tres años, y decidió que su interés estaba en la física avanzada europea, su mentor Percy Bridgman envió, en 1925, una recomendación al destacado físico neozelandés Ernest Rutherford, director de los Laboratorios Cavendish de Cambridge, en la que advertía sobre su discípulo que “como revela su nombre, Oppenheimer es judío, pero no tiene en absoluto las características habituales de su raza. Es un alto, bien parecido joven, de maneras algo tímidas, y creo que no debe tener ninguna reserva por una razón de este tipo al considerar su solicitud”. En el maravilloso libro, de más de 1800 páginas y re-editado en 2022, El Poder de la Ciencia. Historia social, política y económica de la ciencia (siglos XIX-XXI)*, el historiador de las ciencias sostiene que Oppie era “inteligente, brillante, culto, atractivo, rico, además de altanero y orgulloso”.
Sus cuatro años en Europa los aprovechó estudiando en Cambridge con Rutherford, en Gotinga con Max Born (con quien se doctoró y generaron una de las aproximaciones más fructíferas de la mecanocuántica para el abordaje determinados problemas de la Química Molecular, la Química Cuántica o la Física de Estado Sólido –hoy conocida como aproximación de Born-Oppenheimer-), en Leiden con Ehrenfest, y en Zuich con Pauli. Todos estos apellidos constituyen una constelación rutilante en el desarrollo de la Mecánica Cuántica.
Al regresar a Estados Unidos, fue empleado en la Universidad de Berkeley y el Instituto Tecnológico de California. Durante esos años “produjo magníficos trabajos en electrodinámica cuántica, física nuclear y de altas energías, y astrofísica. Fue, de hecho, uno de los que más hizo por introducir la física cuántica en Estados Unidos”. “En Berkeley, donde Ernest Lawrence estaba creando la física de altas energías, con sus cada vez más grandes aceleradores de partículas, sus habilidades como teórico resultaban indispensables”, indica Sánchez Ron, a lo que agrega que “no es sorprendente, por tanto, que el general Leslie Groves —que no ignoraba las relaciones que Oppenheimer había mantenido con organizaciones de izquierdas— lo eligiese para dirigir el laboratorio de Los Álamos, la última pieza del Proyecto Manhattan”.
Sus sólidos conocimientos de la química – física del momento, junto a una capacidad organizativa sin igual y “habilidad para manejar lo que seguramente constituyó la mayor concentración de la historia de prima donnas científicas” hicieron que el proyecto no naufragara. Aquí la primera de las comparaciones con el film de Nolan, quien a modo de Oppie, también se propone director de una concentración de estelaridades cómo nunca tuvieron sus películas anteriores.
Sánchez Ron indica que “asombra la decisión e iniciativas con que se dirigió el proyecto. En casi todos los puntos era más lo que se desconocía que lo que se sabía. Además, había que proceder en muchos aspectos antes de disponer de elementos imprescindibles”. Y, por otro lado, este historiador, disponiendo de los datos en cifras económicas, indica que la división Los Álamos “en absoluto fue el apartado más oneroso del Proyecto Manhattan” en lo relativo a lo presupuestario. Desde 1943 a 1945 a Los Álamos le correspondió la suma fija de 74 millones de dólares, cuando el presupuesto total promedió los 400 millones al año. Si se toma el gasto total en programas de Energía Nuclear de esos años, la cifra sube a los 700 millones por año (en promedio).
Acá el segundo punto de contacto con la película de Nolan. Según consignan varias fuentes, el presupuesto exigido por Nolan ha sido de 100 millones de dólares para la producción de la película, 100 millones de dólares para el mercadeo, y exigencia de agotar salas 100 días antes del estreno. Es decir, Nolan ha contado con mayor presupuesto que el propio Oppenheimer. Lo que no es un dato menor es que para este 2023 Estados Unidos destinó 30.000 millones de dólares 30 “para las actividades que el Departamento de Energía desarrolla en torno al aspecto nuclear militar de las Fuerzas Armadas del país”, además de los 816.000 millones en defensa. También hay que remarcar que las Fuerzas Aéreas de EEUU están en proyecto de invertir 978 millones de para desarrollar un misil nuclear de crucero furtivo con un alcance de más de 2.400 kilómetros con capacidad de penetrar en los más avanzados sistemas de defensa aérea.
Es en lo obsceno de todos estos números, incluidos los de Nolan, que la propia película nos invita a reflexionar. Y por supuesto, nos interpela en relación al mundo nuclear (no en términos de la responsabilidad de un individuo, sino de un sistema articulado para la muerte).
El 17 de agosto de 1947, en un informe para la Atomic Energy Commission (AEC), enviado al secretario de Guerra, Oppenheimer expresó que “creemos que la seguridad de nuestra nación —como algo opuesto a su habilidad para infligir daño a una potencia enemiga— no puede residir completamente o incluso fundamentalmente en su capacidad científica o técnica. Debe basarse sólo en hacer que las guerras futuras sean imposibles. Es nuestra unánime y urgente recomendación... que se lleven a cabo todos los acuerdos internacionales necesarios para lograr tal fin”. Si su pasado de izquierda, simpatizante de los republicanos españoles, no había pesado para organizar el desarrollo de las bombas nucleares, ahora en virtud de sus opiniones políticas, comenzaba a pesar. Su “opinión no era la de cualquiera, sino la del «padre de la bomba atómica», de alguien que figuraba en los comités más importantes que aconsejaban sobre asuntos nucleares”, expresa Sánchez Ron. Así pasó a ser un perseguido, desprestigiado, y condenado sin condena.
La “prestigiosa” revista Time le dedicó una tapa, en 1954, poniéndolo como responsable de la seguridad nacional (una velada acusación de entregar información a las fuerzas enemigas en la contienda por el desarrollo nuclear), en sintonía con el desprestigio que a diario se vio sometido.
Pensemos en su carrera académica, entre 1926 y 1942 Oppenheimer publicó 64 artículos de investigación, ninguno entre 1942 y 1945, y sólo 5 entre 1945 y su fallecimiento en 1967.
En la opinión de Sánchez Ron, el libro Brotherhood of the Bomb. The Tangled Lives and Loyalties of Robert Oppenheimer, Ernest Lawrence, and Edward Teller es, probablemente, la mejor referencia sobre Oppenheimer y sus problemas con la seguridad estadounidense. Sobre esta base, el historiador español dice que “Robert Oppenheimer fue acusado y condenado, en una mera «audiencia», o «vista», sin ninguna potestad legal, no por haber pasado información a otros países, por haber sido o no comunista, sino por sus opiniones. El delito de opinar en contra de lo que otros pensaban. En el camino quedaron todo tipo de iniquidades. Durante once años, violando la legalidad, el FBI abrió su correo, controló sus llamadas telefónicas, instaló micrófonos ocultos en su despacho y en su casa, y siguió todos sus movimientos”.
Sin ser exhaustivo, y sin haber visto el prometedor film, me atrevo a decir que pensar a Oppenheimer descontextualizado de las circunstancias excepcionales de un tiempo excepcional y confuso es dar funcionalidad al sistema de muerte que devoró al propio Oppenheimer cuando dejó de serle útil a sus propósitos.
* Este texto está basado en el contenido de este libro, en lo esencial.