El racismo en Roberto Arlt
En marzo de 1930 el director del diario El Mundo, donde Roberto Arlt escribía, lo mandó al exterior, le dijo al escritor que se entretuviese y que escribiese notas de viaje. Fue la primera vez que Arlt salió del país. Primero pasó por Uruguay, en abril llegó a Río de Janeiro, donde escribió las conocidas Aguafuertes cariocas, y se quedó en Brasil hasta finales de mayo, donde se enteró que el 13 de mayo de 1888 abolieron la esclavitud en este país. Para quien lee el libro y vive o vivió en Brasil, las impresiones del gran escritor argentino son las mismas que las de los brasileros que hablan de Argentina cuando sólo conocen Recoleta, San Telmo y Palermo. Las impresiones de Arlt son las mismas que las de cualquier porteño que cree que lo que ve es lo que es y lo que no ve no existe. Es interesante leer las aguafuertes cariocas como un diario de viaje, que lo son, ya que a medida que el tiempo pasa, Arlt pasa de decir que Brasil es el país más europeo de América, a observar la falta de cultura en su clase trabajadora. El escritor llegó a un país del que nada conocía. Hay que destacar algo que el propio autor reconoce: no le interesa la historia y así es como pueden explicarse la mayoría de sus afirmaciones y generalizaciones. Pero sobre lo que quiero reflexionar y destacar en este texto, es sobre el racismo que se observa en Arlt, particularidad que no le es propia, sino que es un hijo de inmigrantes más, nacido en Argentina, donde poco tiempo después parirán el “cabecitas negras”.
Con el objetivo de contribuir con el Dossier sobre afroargentinidad, organizado entre APU y la Asociación Misibamba, publicamos hoy “Trabajar como negro”, aguafuerte que Arlt escribió en su paso por Brasil, y dado que hice mi maestría investigando el discurso colonial en la obra del escritor argentino y Afonso Henriques de Lima Barreto, escritor carioca y contemporáneo de Arlt, quisiera compartir algunas reflexiones, para que pensemos el racismo nuestro de cada día y sobre el que tan poco se habla en Argentina.
Lectura arltiana de Brasil
La primera vez que Arlt salió de Argentina tenía veintinueve años y el director del diario El Mundo, donde publicaba sus aguafuertes le dijo que vaya a vagar un poco, que se entretuviese y mandase notas de viaje. Arlt compartió la noticia el 8 de marzo en la columna que tenía y en abril de 1930, vino a Brasil, conoció Río de Janeiro, y desde su primer artículo se puede ver el racismo en su visión. ¿Qué entendemos por racismo? La jerarquización de las relaciones sociales, donde unas personas se consideran superiores a las otras. El racismo es una consecuencia del colonialismo. Por eso al leer a Arlt debemos considerar que el escritor es hijo de inmigrantes europeos, cuna del colonialismo que padecemos y donde el racismo se institucionalizó. Como puede observarse en “Trabajar como negro”, la aguafuerte carioca que hoy publicamos, como en tantas otras crónicas de su viaje por Brasil, Arlt hace una comparación constante entre las personas negras y los animales, las trata como bestias, orangutanes, semi civilizados, personas con cerebros vírgenes.
Es interesante leer el libro como la crónica de viaje de una persona que nunca había salido del país, que no tenía información alguna sobre el país que lo recibiría, y por sobre todas las cosas, el diario de viaje de un porteño, en el peor sentido de la palabra. Arlt llega al Río de Janeiro de 1930, sin saber que a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la ciudad sufrió una reforma urbana, durante la cual se expulsó de la ciudad a la población pobre, negra, lo que dio origen a las favelas en las periferias de la ciudad. Tras el fin de la esclavitud, siendo que las personas esclavas fueron largadas a su suerte, sin ningún tipo de reparación histórica, crecieron los conventillos y las casas con decenas de familias. El intendente de Río entre 1902 y 1906, llevó adelante una reforma urbana basándose en la reforma urbana de París entre 1853 y 1870, y la parte de higienización quedó a cargo del médico Oswaldo Cruz, que para acabar con problemas de saneamiento, pestes y malarias que recorrían la ciudad, acabaron con los conventillos, desalojando cientos de miles de personas de la ciudad.
Arlt nada sabía de la historia de Brasil ni de su población, entonces en sus primeras crónicas describe a Río de Janeiro como “el Diamante del Atlántico”, la ciudad más europea del continente, siendo que nunca antes había salido del país. Conoció Montevideo, alguna otra ciudad uruguaya en su breve paso por el país oriental, y de ahí directo a Río de Janeiro. Sin embargo, como cualquier porteño, le bastó uno o dos días en la ciudad, para hacer generalizaciones sobre una ciudad de la que nada conocía. Lo maravillaron las fachadas europeas, le llamó la atención la cantidad de edificios que estaban siendo destruidos, sin saber nada de la reforma que la ciudad estaba atravesando ni las razones de ello. En una de sus crónicas el autor se arriesga a definir para siempre a Río como “una ciudad de gente decente. Una ciudad de gente bien nacida. Pobres y ricos”. Arlt creyó que era un signo de “civilización” que una mujer blanca caminase con una mujer negra al lado, sin tener idea alguna de lo que era una criada, y que hasta el día de hoy es posible ver mujeres de la clase alta o clase media alta, con una mujer negra al lado, la cual es empleada.
Al leer Aguafuertes cariocas puede apreciarse cómo el humor de Arlt va cambiando con el paso del tiempo. Al principio todo le parece genial y maravilloso y a las dos semanas de estar en Brasil, comienza a manifestar su mal humor, por el calor, porque no encuentra atorrantes, porque cree que en el Río de Janeiro de 1930 nadie bebía, no había dónde escuchar música, que no había lugares para disfrutar del arte y la cultura local. Quien tuvo la oportunidad de salir del país, sabe que esas cosas pasan, que uno busca algo, pregunta a quien no tiene la respuesta, y la persona acaba creyendo que aquello por lo que preguntó no existe, porque un local le dijo que nada sabía de eso.
Con brasileros de distintas ciudades del país compartí las aguafuertes cariocas y porteñas, con el objetivo de que conocieran más que Borges y Cortázar, y con todos dimos muchas carcajadas al leer la descripción que Arlt hace de Río de Janeiro: “¿Qué hago yo en esta ciudad virtuosa, quieren decirme? ¿En esta ciudad que no tiene crónica de policía, que no tiene ladrones, estafadores, vagos, rateros; en esta ciudad donde cada prójimo se gana el ‘feyon’ y le regala un hijo bimensual al Estado? ¿Qué hago yo? Porque aquí no hay ladrones. ¿Se dan cuenta? No hay cuenteros. No hay estafadores. No hay crímenes. No hay sucesos misteriosos. No hay pequeros. No hay tratantes de blancas. No hay la mejor policía del mundo. ¿Qué hago en esta ciudad tranquila, honesta y confiada?". Si por algo son conocidos los cariocas, las personas nacidas en Río de Janeiro, es por su malandraje. El malandro es un personaje de la cultura nacional.
El racismo en Arlt
El racismo de Arlt es el mismo que podemos encontrar en la mayoría de los argentinos, a riesgo de no equivocarme. El racismo es consecuencia del colonialismo, quien colonializa niega a la persona colonizada, no es una igual. Una de las consecuencias de la colonización, conforme investigaciones de distintos autores, podemos citar a dos que comenzaron a pensar el problema de la colonialidad, como el peruano Aníbal Quijano y el estadounidense Immanuel Wallerstein, es el racismo. Junto con esa jerarquización, en la que la otra persona es colocada en un lugar de inferioridad, viene la negación de la historia de ella, la humillación, la bestialización, tratar a la otra persona como animal. La semana pasada pudo verse a un imbécil en la cancha de River tirar pedazos de banana a la tribuna donde estaba la hinchada brasilera. Otra considerable cantidad de imbéciles festejaban el racismo del idiota principal.
Argentina no tiene tradición de pensar el racismo, nos quedamos básicamente en la cuestión social, de clase, negando el racismo que la sustenta. Si las estadísticas oficiales incluyeran color de piel, podríamos observar que la mayoría de los jóvenes que mueren asesinados no son blancos. Cuando vemos el gabinete de la Casa Rosada, los morochos brillan por su ausencia. Si tuviéramos información oficial del color de piel de las personas pobres, pobaríamos lo que toda persona argentina sabe: no son blancas. Hay una relación indirecta entre nivel de melanina e ingresos: cuanto más melanina, menores ingresos, cuanto más rica la persona, más blanca es. Para colmo, contamos con comentarios de que los argentinos bajamos de los barcos y los brasileros salieron de la selva, lo que también muestra la ignorancia sobre la historia y geografía brasilera de quienes hacen ese tipo de afirmaciones.
En el caso de Arlt, como podríamos encontrar en infinidad de obras argentinas, lo que vemos es la expresión de la estructura colonial de pensamiento y el racismo que el mismo expresa. Frantz Fanon, escritor, militante, psiquiatra y miembro del Frente de Liberación Nacional argelino, analizó y describió como pocos la psicología de las personas colonizadas. Fanon escribió en Los condenados de la tierra: “el colonialismo, que no graduó esfuerzos, nunca dejó de afirmar que el negro es un salvaje, y el negro para él no era ni el angoleño ni el nigeriano. Hablaba del Negro. Para el colonialismo, este vasto continente fue una guarida de salvajes, una región infestada de supersticiones y fanatismos, condenada al desprecio, azotada por la maldición de Dios, tierra de caníbales, tierra de negros”. Leyendo Arlt, que escribió treinta años antes de que Fanon publicara aquello, vemos la repetición de esa misma lógica.
Arlt, acostumbrado a la noche porteña, se sorprendió que la actividad social que encontraba en el centro de Buenos Aires no la hallase en Río de Janeiro, desconociendo que lo que buscaba estaba en los morros. “Yo concibo que se acuesten a las once o diez de la noche los recién casados. Admito que el propietario de alguna de estas meninas no se descuide y a las diez y cuarenta piante diligentemente hacia el nido. Soy humano y comprensivo. Me lo explico y mucho más aquí. Pero ¿y la juventud suelta y libre? «El divino tesoro» la apoliya también. A las once, a más tardar, se calafatea en el catre; y usted gira que gira desesperado por estas calles solitarias donde, de vez en cuando, se tropieza con un negro, que sin estar borracho va riéndose y conversando solo. Es notable la costumbre de los grones. Deben conversar con el alma de sus antepasados, los beduinos o los antropoides”. En otra de sus crónicas Arlt dice que los negros “más que hombres, parecen babuinos”.
En el texto que reproducimos hoy en APU, “Trabajar como negro”, podemos leer otra comparación que hace el escritor porteño entre las personas negras y los monos. Arlt se refiere a las personas negras como personas con “cerebros vírgenes”, en los que nacen pocas ideas, que “tienen algo infantil, algo de pequeños animalitos se descubre bajo su semicivilización”. Desconociendo absolutamente la realidad brasilera, se admira de que una señora blanca, bien vestida, ande en compañía de una negra, “pero el negro pobre, el negro miserable, el que habita en los rancheríos del Corcovado y Pan de Azúcar, me da la sensación de ser un animal aislado, una pequeña bestia que se muestra tal cual es, en la oscuridad de la noche, cuando camina y se ríe solo, charlando con sus ideas”.
Sin embargo, su desconocimiento le genera curiosidad, intuitivamente parece descubrir el culto que la población negra tiene con la ancestralidad, pero la lectura de Arlt no deja de ser completamente racista. Al andar por las calles de Río se pregunta “¿Con quiénes hablan? ¿Tendrán un tótem que el blanco no puede nunca conocer? ¿Distinguirán en las noches el espectro de sus antepasados? ¿O es que recuerdan los tiempos antiguos cuando, felices como las grandes bestias, vivían libres y desnudos en los bosques, persiguiendo simios y domando serpientes? Uno de estos días me ocuparé de los negros: de los negros que viven en perfecta compañía con el blanco y que son enormemente buenos a pesar de su fuerza bestial”. Cualquier parecido entre la apreciación de que vivían libres y desnudos en los bosques, con el comentario de Alberto Fernández, no es pura coincidencia. Responde a una lógica colonialista, racista, de leer el mundo.
Las Aguafuertes cariocas, muestran la negación de la historia negra de nuestro país. El propio autor lo reconoce: “¿Escribiré sobre negros? ¿A quién interesan los negros, que no sean sus cófrades, los ordenanzas del Congreso?”. Desde APU nos sumamos a la recuperación de nuestra historia colonizada e intentamos militantemente hacer nuestro aporte a que se reconozca el genocidio que comenzó hace cinco siglos en este continente contra quienes no son blancos y que aún no se detuvo. El racismo nuestro de cada día hace que la única dirigente política que se reconoce como parte de los pueblos originarios aún permanezca presa. Y los motivos con los que se estigmatizó a Milagro Sala, la misma lógica argumentativa, la observamos en una aguafuerte porteña de Arlt, del 10 de enero de 1929, titulada “Los resultados de la democracia”. Allí uno de los mayores escritores argentinos, sino el mejor, escribió: “A mí me encanta particularmente oír hablar de Democracia a uno de esos mulatos con cuello palomita, chaleco de fantasía y zapatos con capellada de color. Y me encanta porque asisto a un espectáculo: el del triunfo de la más grosera pillería sobre el sentido común. Yo miro a este hombre y me pregunto. - ¿A cuántos habrá traicionado; a cuántos engañó; cuántas veces se vendió por un plato de lentejas y otras gratuitamente?”.
Nos preguntamos: ¿Cuándo fue que se dejaron de hacer ese tipo de acusaciones contra dirigentes políticos populares? Mientras esa lógica perdure, la seguiremos combatiendo y seguiremos denunciando el racismo que padece la gran mayoría de la población argentina.
* El autor hizo una maestría investigando la presencia del discurso colonial en la obra de Roberto Arlt, puede leerse en portugués aquí.