Aislados, no suprimidos
Foto: Camila Alonso Suárez
Por Norman Petrich
Para AFIP y ANSES soy monotributista. Mis ingresos, como los de muchos, quedaron bloqueados por la cuarentena. Por supuesto que me preocupa qué va a pasar dentro de unos días cuando se terminen mis ahorros pero los tengo y tengo techo, computadora, Internet y otros privilegios.
También, como muchos, entiendo claramente la importancia de quedarse en casa (yo, que tengo casa, no puedo dejar de pensar).
Por lo menos voy a aprovechar para escribir poesía, me digo. Pero en estos días no he escrito ni un mediocre, insípido verso. No es crisis ante la hoja en blanco. De hecho, esta nota es prueba de lo contrario.
Escribí, armé y edité. Pero ni un sólo verso. Si surgieron decenas de preguntas que nacen del observar y el intentar darle respuestas me provocó cierta angustia que me niego a encerrarla en su individualidad y se la extiendo por escrito para que, entre muchos, hagamos algo con ella.
Más allá de las especulaciones de su procedencia, de su uso geopolítico, de clases, etáreas inclusive, lo tangible es la presencia del virus, su consecuencia y diferencias en lugares donde se tomaron medidas y donde no. De ahí nace la necesidad de mantenernos aislados.
Pero aislados, no suprimidos.
Porque pareciera que ese rechazo hacia el que menos tiene que hasta hace unos días supimos conseguir ahora tiene nuevo formato. Y no siempre los mismos intérpretes.
¿Cómo fue que mi vecino se convirtió en un blanco móvil? ¿Cuándo fue que nos olvidamos de preguntarle si podíamos hacer algo por él? ¿Es el infectado de COVID 19 el leproso del siglo XXI? ¿Qué lleva a un policía a zamarrear a quien está juntando cartones en la calle como si de esa forma lograría hacerlo entrar en razón? ¿Qué razón, en todo caso? A mi también me enoja el que pudiendo cumplir la cuarentena no lo hace. Es decir, entiendo al que necesita salir a juntar cartones, me es imposible entender al que esconde a la mucama en el baúl pero en el gris del medio ¿desde cuándo tenemos la habilidad de saberlo como si el otro tuviera un cartel en la frente?
Tenemos la suerte de que hay Estado, de que se están tomando medidas, tanto en lo sanitario como en lo económico, que el tiempo dirá hasta dónde sirvieron. Pero hay cosas que no estarían funcionando puertas adentro.
Pensás que a los médicos se le debe dar un súper reconocimiento y salís al balcón a aplaudirlos. ¿Te preguntaste qué podés hacer para aliviar su trabajo que no sea sólo quedarte en casa y lavarte las manos?
Entre esas cosas está mirar al de al lado. A vos que te toca salir a hacer compras, preguntarle a ese que hasta hace unos días saludabas como si fuera tu abuelo si necesita que se las hagas, así él se puede quedar en casa. Darle agua al que no la tiene para tomar (menos para lavarse las manos) son algunas cosas que se me ocurren en este momento y estoy seguro que a ustedes, mientras leen esto, se les están ocurriendo muchas más.
Todos corremos el riesgo de ponernos la gorra cuando tenemos miedo. El virus nos iguala más dice Aliverti leyendo a Forster pero me atrevo a decir que si bien el miedo al virus hace eso, de qué forma nos comportamos y qué hacemos con el nuestro nos diferencia: ¿cómo se llega a marcar a alguien porque se infectó aun cuando cumplió con lo que se le pedía en esta situación excepcional? ¿Por qué se lo lapida en las redes sociales como si no alcanzara con ser portador del virus más odiado del momento? ¿Qué falta para salir a agredirlo o agredir a los suyos?
Esa persona, hasta ayer, era tu vecino. Y cuando todo esto pase, seguirá siéndolo.
¿Cómo vamos a reestablecer el tejido social dejándonos llevar por el pánico? Si suprimir al otro es tu única respuesta, dejame pensar que tu aplauso para los médicos no nace de tu sinceridad sino de tu miedo. Y que se parece mucho a otros tristes aplausos que se dieron en el pasado.
También el que puede tomar registro de esto y lo usa a través de las redes como objeto de burla hacia el resto debe hacerse preguntas, entre ellas de qué sirve hacerlo, por lo menos de ese modo. Si Casandra y Lacoonte hubiesen actuado de la misma forma me atrevo a decir que, aunque sea en parte, se merecieron el final que tuvieron.
Por otra parte, a las cosas que se están haciendo bien, me surge la pregunta si no habría que sumarle otras. Sencillas, cercanas, por lo menos en el metro y medio obligado. Nos va quedando claro lo que no podemos hacer pero no tanto lo que si, en este panorama de miedo azuzado por la sobreinformación.
Si mi vecino tiene un impedimento, cómo lo puedo ayudar, qué puedo hacer por él y qué no. Y si está infectado pero con buenos síntomas o en cuarentena preventiva porque estuvo en contacto con alguien que si ¿no puedo ayudarlo de ningún modo?
Generar esa información y empezar a hacerla circular desactiva, por lo menos en el diletante, ese enano fascista que todos llevamos dentro. Y no olvidemos, como dice Roque Dalton, que el menos fascista entre los fascistas también es un fascista.
Soy divorciado. Mi hijo es hijo único, al igual que su madre y abuela. La madre es médica y está yendo a cumplir con su trabajo porque es la carrera que eligió y es lo que le pide la coyuntura. Pero eso no quita que tenga miedo, al igual que todos y todas las que están en la misma situación, de contagiarse y contagiar a su hijo o a su madre, que es de un grupo de riesgo y los 3 cierran el familiar.
Resido a casi 250 km de ellos y en estos días convivo con el temor de que eso se concrete y no pueda estar al lado de mi hijo y ayudarlo a sobrellevar tan difícil momento. No sé cuáles son esas posibilidades, los datos duros dicen que muy bajas pero el miedo no entiende de datos duros. Quizás, lo que estoy intentando con estas líneas es colectivizar mi miedo para que no me paralice, para que al apoyarnos en el otro sin tocarnos ninguno lo hagamos.
Quiero pensar como Maximiliano Enrique quien ve la oportunidad de un momento populista en el mismísimo lugar donde muchos ven el nuevo avance neoliberal con otra aplicación de una terapia de shock; quiero creer que ahí donde germina el pensamiento fascista lo podemos combatir para transformarlo en un pensamiento de comunidad. Organizada, para más datos.
Y recordar, como dice Aliverti que dice Forster citando un viejo adagio, que allí donde crece el peligro nace lo que lo salva.
Como quizás nos salve mantenernos aislados pero no suprimidos.