“Allá, arriba, la ciudad”, de Ramón Tarruella: a 22 años del diciembre trágico
El otro día veía un meme en twitter que decía lo siguiente: “en política hay dos cosas que no se pueden hacer: invadir Rusia en invierno y joder Argentina en diciembre”. Como un mecanismo de defensa, la creatividad argentina despliega un poco de humor frente a la realidad inadmisible, pero como en todo chiste hay una verdad agazapada.
Diciembre 2023, un presidente en el poder por vía democrática presenta un DNU con la intención de derogar 300 leyes, donde lo único de urgente que tiene es saquear los recursos nacionales en beneficio de la oligarquía.
Una vez más diciembre es escenario de una crisis social y como si no se hubiera aprendido nada, hoy vuelven a tocar los intereses de los que trabajan.
Allá, arriba, la ciudad, es una novela de Ramón Tarruella, editada por Los Lápices. El libro aborda la crisis del 2001 desde la mirada de tres empleados que pasan la jornada trágica de diciembre en el subsuelo del teatro donde trabajan.
La ciudad como tejido social se desmorona. El hilo de contención se deshace entre las calles, los gritos y la persecución. Un estruendo da lugar a un cambio de milenio que cae cual imperio para reinventarse. El sonido marca el ritmo de los sucesos que los tres personajes de la novela van reconstruyendo.
“La infinita ciudad se volvía mas amenazante que nunca, un abismo en forma de esquinas y avenidas, una ciudad vertiginosa a lo ancho y a lo largo, infinita siempre”.
Un subsuelo es el refugio mientras la ciudad se desordena. Una revuelta, un caos. Un dolor de parto necesario para renacer. Un subsuelo que es refugio pero que también es un teatro y fue una fábrica de galletitas, abrigo de trabajadores en épocas prósperas. Una fábrica de galletitas de dueños inmigrantes italianos que sostuvo doscientas familias de obreros devenida en un teatro con un dueño y tres empleados: Silvana, Julián y Roberto.
Allá, arriba, la ciudad es una mirada distinta a todo lo escrito sobre los hechos de diciembre del 2001. Ramón Tarruella con maestría relata un acontecimiento desde la percepción sonora. Silvana, Julián y Roberto trabajan en un teatro en el subsuelo de los hechos, allí escuchan la revuelta y en clave dramática representan obras, conjeturan, evocan momentos, se encuentran en sus diferencias y se unen en la incertidumbre.
Un impacto irrumpe en la rutina laboral y luego corridas, gritos, galopes invaden la atmósfera, alteran el orden de las cosas, las cambian de lugar, todo se mueve abajo por los estrépitos y arriba el estallido promueve una revolución.
La novela empieza así: “El primer estruendo, breve y seco, permanecía latente en el sótano, como un eco que persistía, resistiendo, se desplazaba de un rincón a otro, de una esquina a otra, para volver a rebotar y repetirse, deshilachándose recién en un infinito”.
La ciudad como tejido social se desmorona. El hilo de contención se deshace entre las calles, los gritos y la persecución.
Allá, arriba, la ciudad, es una metáfora de los giros históricos y sus transiciones. De las rupturas, de los vaivenes del sistema, los ciclos y procesos que marcan evolución pero que si o si emergen de una crisis.
También habla del trazado de las ciudades, los puntos exactos del ataque y la defensa. De repente Plaza de Mayo, escenario de insurrecciones, es la del 2001 pero también es la Plaza de la Victoria y así sucesivamente el marco central de discusión, de combate, de lucha de clases, de caballos haciendo la historia, de todo aquello que alberga el significado de Plaza Pública para la conformación de una ciudad.
Entre todos los tópicos que encuentro en la novela, destaco el arte como posibilidad y evasión. La ficción como fuerza creadora en momentos desafortunados.
“Tal vez en las proximidades de las tragedias uno recupera la memoria, más remota y quizás también agudiza la creatividad, dedujo Roberto, nuevamente en el presente, sin personaje de ficción, acosado de estruendos, debajo de otra ráfagas de caballos que atravesaban la ciudad”
Tununa Mercado en la presentación escribe: “A las vibraciones que acumuló la vieja fábrica se suman las del viejo teatro. Los trabajadores que construyen el nuevo son los mismos que hicieron el otro y reviven el antiguo esplendor, entre nostálgicos y esperanzados”.
La resignificación de los espacios, la idea de progreso, el crecimiento de la desigualdad, una realidad abrumadora allá arriba que mágicamente se fue representando abajo con retazos de tiempo, de reminiscencias, de escenografía descartada, de personajes de ficción. Y esta vez no por actores sino por los trabajadores identificados con escenas que forjan su cultura y que tanto tenían que ver con la vida real.
El ritual del mate como sinónimo de complicidad, de calma, de felicidad. Sumidos en intervalos de silencio: “Periféricos y unidos”. “Solitarios pero juntos. Aislados pero a salvo”.
En Allá, arriba, la ciudad cada situación es una página que se abre a nuestra historia, los detalles dialogan con una evocación, un pasado y una esperanza de porvenir; a veces oxidada y otras, oráculo y redención.
En el lenguaje que Ramón Tarruella utiliza para contar subyace una urgencia, una respiración por momentos acelerada, por otros tranquila o melancólica. Logra que los personajes dominen la escena y las palabras sigan el ritmo de su desconcierto, sorpresa, calma o desesperación.
Cuando leía pensaba en esa especie de remembranza personal que se hace ante un hecho trascendente: ¿Qué estaba haciendo cuando ocurrió tal cosa? ¿Dónde estaba ese día y a esa hora?
Este libro que compone, además, un trabajo de la memoria capta ese recuerdo en quien lo lee. Provoca, conmueve y fortalece la subjetivación de los procesos colectivos, desde donde cada individuo construye su historicidad.