Apología de la ternura
Por Sofía Guggiari Ilustración: Gabriela Canteros
Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Antes que nada, quiero dejar en claro, aunque sea un intento, una misión difícil esto de aclarar; que la ternura de la quiero hacer apología no tiene nada que ver con una imagen pulcra, moral y común de la bondad.
Porque estas palabras las escribo desde la más profunda sensación de furia, pero como dice la filósofa Virginia Cano, desde una ternura furiosa, no menos monstruosa, que busca hacer lazo, desesperadamente, busca componer con otrxs para salir de la parálisis y del desamparo en las que nos tiene este mundo.
No es la ternura capturada por el patriarcado, ni por el neoliberalismo. No es la que se muestra en una publicidad, como imagen llevada hasta la repetición incansable para vendernos algún producto o alguna idea, o algún paraíso del éxito como promesa de felicidad. No es un concepto, ni lo que está atomizado en un modo de vinculación hegemónico. Es justamente lo contrario, es su contraofensiva.
La ternura que quiero pensar acá es peligrosa, insumisa, subversiva y violenta.
La ternura como una fuerza o potencia relacional. Dirección, intervención. A veces es un no, otras la habilitación de un sí. Una apuesta, una salida de la resistencia y por qué no, como disparo, como confrontación.
¿Violencia es crueldad?
Fernando Ulloa, psicoanalista argentino fallecido en el 2008, hace una distinción, para pensar el campo de la ternura y la salud, entre violencia y crueldad.
Esta separación intenta arrancarle, a mi parecer, arrancarle a este embrollo difuso, este griterío de respuestas que nos deja sin puntería, una línea de pensamiento y acción para reflexionar sobre nuestras prácticas en el campo de la salud.
Porque desmoraliza y distingue lo que es lo violentamente vivo y vitalmente violento, por un lado, de lo que implica el apoderamiento, el abuso, la colonización como encerrona, por otro. La captura de lo que late como lo vivo sin posibilidad de terceridad.
Me gusta pensar que esta distinción marca una línea fina y peligrosa, tanto como lo es la vida, entre la violencia propia de una existencia, incluso de una existencia que intenta revelarse, de la violencia que es detentada por el monopolio del poder como búsqueda de apoderamiento o del cafisheo de las fuerzas vitales.
Y acá un modo de definir, sabiendo que las definiciones no son lo mío, la salud como un modo de posibilitar: la inscripción de la ternura. No como un adjetivo o una cualidad. Si no como lazo estructurante, como plano de consistencia, ese lugar-territorio en donde lo vital se va a poder desplegar, con su violencia, claro, con su potencia a veces abrumadora, y otras con su filosidad. Una práctica de sensibilización de lo vivo.
Más que respuestas, reformular de nuevo las preguntas
¿Cuáles son nuestras contraofensivas éticas en nuestras prácticas frente a lo cruel, atomizante, desigual y agobiante del mundo en que vivimos? ¿Cómo pensamos las estrategias clínicas y micropolíticas de nuestras prácticas en salud mental? ¿Creemos que el psicoanálisis tiene algo que ver con todo esto? ¿Creemos que el psicoanálisis debe dejarse atravesar por estas preguntas y nada le debería interpelar la pregunta por si son posibles otras formas de vida? ¿No debemos inventar, multiplicar y reformular los saberes ya dichos, o las prácticas ejercidas, en otras que politicen y socialicen los malestares psíquicos? ¿Qué relación hay entre el campo de la salud mental y la ternura?
Creo, cada vez con más certeza, porque así son las causas, lo que nos causa a producir, pensar y hacer; que los feminismos vienen a componer con estas preguntas. Por más que a muchxs les pese esto, y se rajen las vestiduras para subestimar. Porque la ética feminista es una ética de la ternura, es pura política y es contestataria.
Esa ternura que vi en lxs compañerxs que militan la absolución para Higui, y la que la salvó a Higui de ese acto tan cruel, la violación correctiva, por ejemplo, esa fuerza que por tierna, no es menos subversiva, peligrosa.
Una ética que no deja las cosas como están. Y quiere hacer estallarlo todo, con su ternura.