Apuntes sobre bebidas espirituosas y tradiciones familiares

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    El triunfo de Baco de Velazquez
    Foto: "El triunfo de Baco", de Velázquez
ENSAYOS

Apuntes sobre bebidas espirituosas y tradiciones familiares

19 Enero 2025

Toda mi vida estuvo marcada por la influencia del agua de vida o aguardiente.

En la casa de mi infancia mi mamá, mi papá y yo convivíamos con la nona Regina. Al lado vivía una especie de tía abuela a la que todos llamábamos La Nona Yusta. Yusta y Regina se consideraban yugoslavas, pues habían nacido en los alrededores de Trieste inmediatamente después de la Primera Guerra —hablaban ambos idiomas, italiano y yugoslavo, aunque era en este en el que se sentían más cómodas. Murieron antes de que yo cumpliera los 10 años, pero recuerdo con claridad que todos los años alrededor del otoño se pasaban varios días trabajando con las uvas que sacaban del parral que teníamos en el patio, producían vino patero y grapa (o lo que ellas llamaban grapa), y lo regalaban en botellas marrones a los amigos y vecinos.

El libro de Andrés Repar: Manual de destilación artesanal. Aguardientes de fruta (editorial Dunken), me catapultó a esas horas que pasaba con estas nonas, sentado en el suelo, mirándolas elegir uva por uva —mis nonas para mí tenían algo de hadas madrinas, aunque tranquilamente en el barrio podían considerarlas brujas, pues no solo producían estas bebidas espirituosas (Andrés en el libro explica por qué se llaman así, espirituosas), sino que también curaban el empacho y deshacían el mal de ojo, entre otras cosas.

No fue el libro de Andrés el que me hizo dar cuenta de que la característica más sobresaliente de mi familia fue su afición, que un doctor seguramente denominaría adicción, por el alcoholismo, pero el libro de Andrés me ayudó a entender porqué nos pasaba eso: estas bebidas que se encuentran en muchísimos pueblos, a los que se le dan significados singulares, encarnaban costumbres que se transmitían de generación en generación —Andrés arriesga la hipótesis de que los destiladores de alcohol, al final de la Edad Media, formaron un gremio incluso antes que los médicos. Estas costumbres fueron arruinadas por la industrialización de la producción de alcohol, lo que para Andrés provocó que la embriaguez dionisíaca, comunal, ritual, fuera transformada en ingesta individual y “ebriedad narcotizante”. Mis nonas, sin duda sin saberlo, estaban preservando una tradición popular que se fue con ellas a la tumba.

A Andrés lo conocí de casualidad (es el padre del novio de mi amiga Shila Vilker), lo que no me impidió que una noche de fiesta terminara en su casa charlando de la vida —el tema por antonomasia que les gusta a los alcohólicos— y bebiéndome todo el aguardiente que él mismo había producido (Andrés también explica por qué se llama así, aguardiente —aqua ardens). En el arrebato al que nos llevó el alcohol, le arranqué de sus manos este libro que él había escrito hacía unos años, y del cual solo le quedaba un ejemplar —aprendí a desconfiar de los bebedores que juran decir la verdad.

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Manual de destilacion artesanal

En el libro de Andrés no solo vamos a encontrar maneras para elaborar estas bebidas pues cada fruta obliga a una cocción particular, encontramos también la historia en la que estos elixires dionisíacos se domesticaronun factor importante en esta domesticación fue la privatización de su consumo, el control y la prohibición de la producción casera, tanto como la desaparición de las prácticas que suponía la ingesta de estas bebidas, y que hacía que los bebedores terminaran bailando literalmente arriba de las mesas —por esto Andrés recomienda tener mesas bien robustas. Andrés asegura que hasta la aparición del café en Europa, estas bebidas “blancas” que tienen el poder de triturar la consciencia y hacerte perder el sentido de la realidad (si es que la realidad tiene algún sentido), se consumían en cualquier hora del día (y de la noche también), y hasta servían de alimento. Confirmado: mi mamá tomaba su primera copita con el desayuno.

Si bien hay varios motivos más por los que me gustó este libro inconseguible, voy a detenerme en uno que a cualquier lector promedio podría irritarle: la casi desaparición de los signos de puntuación en el texto. Como profesor universitario y maestro de escuela primaria no puedo más que indicar este atentado a la gramática, pero como ex filósofo advierto que este estilo libre sin signos de puntuación (salvo el punto y aparte) tiene más futuro que la narrativa regulada por la academia de las letras españolas. No solo los párrafos se parecen a los que circulan por las redes virtuales, sino que obligan al lector a volver a leer para terminar de darle significado a la frase. ¡Nadie será libre mientras viva atado a la coma y al tilde!

Salú Andrés, por una Yugoslavia soberana.