Camarada Favio

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Camarada Favio

06 Septiembre 2012

Al gringo Sardetti “le iba a pedir lo mío, pero de a buenas”, le explica Juan Moreira al teniente alcalde Don Francisco para después agregar: “como el gringo niega la paga y yo lo había apalabrao…” Acto seguido, luego de una serena espera del gaucho afligido en las bancas del destacamento policial, tras cigarros armados y mascar bronca, Don Francisco lo llama nuevamente y le extiende un recibo falso con el que el gringo Sardetti sostiene, en tramoya legalista, haber saldado su deuda con Moreira. En la novela de Eduardo Gutiérrez, la más famosa de las versiones escritas de las aventuras del antihéroe “bárbaro” Moreira, la escena remata con un juramento del gaucho, que es analfabeto y no sabe estampar firma alguna, razón por la que sólo cree en la palabra empeñada.

Leonardo Favio, autor de la perfecta e indestructible versión cinematográfica de esta escena, la hace más gráfica y elimina el juramento, enviando directamente al cepo a Moreira. En la escena inmediata, ya castigado y libre, el menesteroso ingresa lento y resuelto a la pulpería de Sardetti, avanza al mostrador y retiene al pulpero tembloroso por el pañuelo serenero. Le dice: “El teniente alcalde me ha dicho que yo sabía firmar. Cosa e’brujo, porque hasta ahora mis manos sólo sirvieron pa’arrear ganado ajeno, pa’trabajar la tierra de otro y pa’no aguantar el manoseo de ningún hijueputa”. Dicho esto, Moreira hundió una sola vez su daga en el cuerpo de quien había pretendido deshonrarlo.

El juramento que precedió al crimen no lo escribió Gutiérrez en su valiosa obra; lo plantó Leonardo Favio en su filme en colores rojos sangre para que quedara vivo en la memoria audiovisual de los argentinos. Ya no era por Gutiérrez, hombre de escritorios y familia burguesa, que articulaba Moreira; era por Favio, nacido en un pueblo del desierto mendocino, hijo de padre abandónico y ladrón infantil internado en varios reformatorios, que Moreira expresaba justicia brutal y elemental con sus palabras. Era por Favio que Juan Moreira se volvía llanamente espíritu de clase. Para siempre espíritu de clase.

En una película de Leonardo Favio mucho más reciente e injustamente maltratada por la crítica, Gatica, el Mono, el protagonista es un boxeador allegado al éxito con velocidad de cross y derrotado con efectos de knock out. Versa, con tanta fidelidad histórica como vuelo libre del director, sobre la vida del célebre José María Gatica, quien como el propio Favio había sido un niño cuyano maltratado por la furia urbana y redimido por las promesas del primer peronismo, con toda la épica del hombre que cae y se levanta antes que el árbitro pronuncie el final de la cuenta. Habla de un hombre que, como Gatica, fuerza todas las puertas que se le cierran y a la fuerza ingresa al éxito, tanto que llega a tomar las manos de Perón para decirle, sin falso recato, aquello de que “dos potencias se saludan”.

En el filme (como en la triste realidad) coincide la caída del régimen con la caída del púgil, quien cuando los uniformados de la Fusiladora interrumpen una pelea suya con la terrible y emblemática frase “nos va a tener que acompañar”, escucha el grito popular de los espectadores expresando otra cosa que boxeo, un nuevo descontento, una fiebre nueva: “y pegue, y pegue, y pegue, Mono, pegue”.

Revelado, rebelde, el Mono entonces grita (como si gritara un pueblo): “no, señor, a mí se me respeta. ¡Viva Perón, carajo!” Favio, peronista consecuente, hizo allí gritar también a una clase violentada; a su clase, a la que esperaban momentos aún más terribles. Finalmente, pobre y olvidado, Gatica halla el amor en una mujer de su suburbio, en el alcohol y el manso placer urbano de contar sus historias en un bar.
No hay un protagonista en la cinematografía de Favio que no sea un proletario consciente de serlo. No hay nadie en esa obra imperecedera al que no se le revele el amor, la pasión, la enfermedad, la muerte y la política sino es en modo violento y triste, que es como se dan esas revelaciones a los olvidados.

Una cineasta ilustró a Favio así: “puede hacer, como pocos, que lo terriblemente triste sea terriblemente bello, hasta explotar; se da cuenta que la soledad es lo cotidiano, que la pobreza es inevitable, que el amor final nunca llega y, sin embargo, es dulce todo eso en su obra”. Hasta Aniceto y Francisca, amantes en la infidelidad y la miseria, nos dan esa lección de amor. Así también los niños desvalidos, sufrientes, maleducados y desnudos como no lo son los hollywoodenses, que se vislumbran en la Crónica de un niño solo.

Hoy, este gran cineasta argentino está aquejado por la enfermedad y la vejez. Fue merecidamente homenajeado por el Congreso Nacional, exaltado por la estrella peronista que lo alumbra. Pero como su genio habló a y desde la clase proletaria, como también su visión ilustró otras luchas, hay también quien le dice: “gracias, camarada, también estás en las banderas rojas”.

El autor es redactor del semanario Nuestra Propuesta, órgano de prensa oficial del Partido Comunista.