Carlos Bosch: recuerdos del presente
Por Daniel Mundo
La muerte de Carlos Bosch va a dejar un vacío en el universo argentino de la imagen. Un vacío que no alcanzarán a cubrir las miles de fotos que capturó Carlos. En esta nota no me referiré a los galardones que ganó, ni a las vicisitudes de su vida, con cada uno de los cuales se podría guionar una serie. Tampoco me referiré a sus simpatías políticas, tan importantes y a las que nunca renunció, y que "en estos días" se pueden leer en cualquier portal de noticias. Me interesa rescatar y subrayar la amalgama que Bosch consiguió entre todos los elementos heteróclitos que participan en el simple acto fotográfico.
La cámara de fotos de Bosch era una promesa de que esa realidad totalmente visible que nos rodea en la ciudad,que no se percibe por su carga dramática y desgarradora, la realidad de la pobreza, la marginalidad, la exclusión, iba a conseguir su testimonio.
¿Qué es una foto? ¿Qué función cumple una foto? Eternizar un presente, podríamos decir. Foto y memoria es un cruce obligado desde el mismo momento que se inventó la máquina fotográfica. El fotoperiodismo por un lado exacerba este cruce, y por otro, denuncia. Esto hizo Carlos Bosch. Cuando veo algunas de sus imágenes advierto que no sólo quieren lograr que eso captado con un clic, y que se vuelve pasado en y por ese mismísimo gesto y momento, permanezca en la memoria. Que responda a la función tradicional de la fotografía. Sus imágenes no son un recuerdo del pasado, son un recuerdo del presente, de este presente que vivimos, sufrimos y nos negamos a percibir. Sus imágenes, son el testimonio de un futuro posible y terrorífico que se va a concretar en la medida en que sigamos deseando lo que parece desear nuestra sociedad: vivir la vida como una fiesta permanente y brillosa, sin importar el costo humano o la devastación planetaria que llevemos a cabo.
Cada foto de Bosch merece una interpretación particular. Cada foto es una obra de arte. Están sus fotos espectaculares, las imágenes dignas del mundo del espectáculo, como la que capturó del rey de España haciendo morisquetas, la de Salvador Dalí postrado en la cama del hospital, o la famosísima de Cortázar, meses antes de morir. Es un mundo que Bosch conocía muy bien, ya que comenzó su carrera como paparazzi de la editorial Abril y reportero de moda. Precisamente porque Bosch conocía esa función de la fotografía, que más que mostrar, oculta, se propuso conseguir el “negativo” de esas capturas de la sociedad del espectáculo que festejan una realidad brillosa y falsa. Para él, la fotografía no es simplemente una imagen, un momento captado y perpetuado para la eternidad; es, antes, una inquisición, una interrogación, una reflexión que debe conducir tanto al fotógrafo como al espectador a revelar la duplicidad que las otras imágenes intentan tapar y ocultar. Bosch tiene el altísimo mérito de haberlo logrado.
Bosch consigue que la foto extraordinaria que capturaba y representaba la vida más cotidiana y común fuera tanto una imagen documental, estrictamente documental, como también artística. Es un cruce muy delicado ése. ¿Cómo se logra? Hay algo de genialidad, hay mucho de profesión, y en Bosch también de valentía. La sensibilidad singular del ojo y el dedo de Bosch crea un ente híbrido con el dispositivo mecánico (la cámara) que revela su compromiso político; su compromiso existencial, la imposibilidad de tolerar la desigualdad y la injusticia, aún a costa de su vida, a veces. Bosch no es un ideólogo, es un militante.
Las imágenes capturadas por Bosch siempre me impactaron. Más me gustaba el compromiso que se percibe detrás de ellas. Como pocos, consigue concretar en cada imagen la esencia del fotoperiodismo, o una de sus esencias, la más justa.En la foto debían encontrarse elementos heterogéneos, como la realidad desnuda que se captaba, el impacto que esa captura producía en el espectador y la intención consciente del que tomaba la foto, la búsqueda de denunciar la falsificación y duplicación de la realidad que la imagen fotográfica puede lograr. Esta fórmula compleja no puedo dejar de imaginarla como una traducción o una concreción de la filosofía existencial y la entrega política que lo impulsaban.
Sus fotos son como una especie de puesta entre paréntesis de la realidad natural, no para evadirse de ella sino para captarla, percibirla y mostrarla en su núcleo de verdad más duro, más cruel, más injusto. Tengo la esperanza que la escuela de fotoperiodismo que fundó cuando regresó a la Argentina en el 2007, “Taller continuo de imagen”, seguirá despellejando capas de realidad hasta alcanzar esa verdad que deseamos no ver e invisibilizar.