Cartas al mar
Por Daniel Mundo
Hace unos días, escuchando a Ernesto Tenembaum, me enteré de que el conjunto de intelectuales que se habían organizado en Carta Abierta se desarmaba. Era lógico que ocurriera esto en el contexto del nuevo gobierno de Alberto Fernández, pues si este proyecto, el proyecto de Alberto, se logra cumplir, tendría como tarea dejar atrás lógicas de identificación que para bien y para mal estaban presentes en el ideario del pasado, que Carta Abierta, como fondo intelectual, alentaba. Tenemos que inventar una nueva forma de hacer política que consigna incluir a los indecisos sin fragmentar y excluir a los aliados.
Hay lógicas de denuncia y de elaboración crítica que son muy dañinas para comprender los fenómenos políticos, lógicas que absuelven al que denuncia y responsabiliza de todo al otro, el denunciado. Con este método podemos absolvernos a nosotros mismos en nuestro grupo de amigos, pero no podremos acabar con la famosa grieta, que no sólo nos ha hecho mucho daño social, sino que también nos impidió y nos impide todavía comprender la realidad en su densidad y sus complejidades. Tenembaum está exactamente en la misma posición que aquellos de los que se reía.
El contexto radial en el que se informaba que Carta Abierta se desintegraba era casi de burla por parte de todo el equipo del programa de Tenembaum, especialmente de Jairo Straccia, que leyó algunas oraciones de esta carta de despedida. Lo que les resultaba gracioso era la sintaxis de este texto, ya que era imposible de leer en voz alta (y tal vez también en voz baja). Una oración de varios renglones casi sin signos de puntuación da cuenta de una literatura y una manera de informar que han sido abolidas por los "nuevos" medios de conexión de masas y sus nuevas prácticas de lectura. Pero el problema de Carta Abierta no se reduce a un cambio tecnológico. El proyecto que representaba Carta Abierta, para bien y para mal y más allá de sus logros, fracasó. Tenembaum y sus colegas “imparciales”, objetivos y neutros festejan este fracaso, y hacen leña del árbol caído. No hay nada para festejar acá.
En este caso singular no es que Tenembaum tenga o no tenga razón (de hecho, aprendió a repetir el versito que no se trata de tener razón siempre). Tampoco basta con decir que Tenembaum y sus amigos sean “gorilas” o radicales; lo que es preciso comprender es que su ecuanimidad está infectada de moralismo. Hay acciones buenas y acciones malas, y él siempre elige las buenas, las más justas, las que colaborarían en la construcción de un mundo mejor. Temo que el espíritu de Carta Abierta respeta el mismo principio, aunque sus intereses sean casi los contrarios que los que alientan a Tenembaum. En el espíritu democrático que Alberto desearía fundar me parece que los estilos iluministas y preclaros que no convencen ni a los ya convencidos deben ser sometidos a revisión. No es fácil esta purga. Si Carta Abierta es el testimonio de las dificultades que tenemos los intelectuales para hacernos entender, y también de las dificultades que tenemos para entender la realidad más allá de nuestros marcos conceptuales, el grueso del periodismo argentino, de un lado y del otro de la grieta, prefiere simplificar la realidad hasta lo burdo antes de enfrentarla en toda su densidad y complejidad irreductibles. A ver si aparece algo que no entienden.
Obviamente que Tenembaum y su equipo no sabía que algo así como Carta Abierta seguía existiendo, y se preguntaban, risueños, cómo podía ser que fuera así. Yo tampoco lo sabía. No es que los intelectuales y los periodistas no deban inmiscuirse en política, es que el estilo de reflexión llevado a cabo por los "intelectuales críticos" se había vuelto ilegible, como si en cada vuelta de la lengua se impusiera por sobre el proyecto político defendido el narcisismo individualista de los analistas. Se ve que nos cuesta deshacernos de ese tosco núcleo de errores que llamamos Yo. No basta con plantear la neutralidad ideológica para neutralizar los poderes ideológicos del progresismo.
Escribo estas líneas no sólo porque Carta Abierta se deshizo, sino porque escribió una carta abierta anunciando su desintegración. ¿Qué significa esto? Por un lado, ratifica gestos que habían acompañado durante toda su existencia a este colectivo: imaginaban que cada texto era un documento histórico valiosísimo, adelantándose de este modo a la historia, que es al fin y al cabo la que decide qué documentos quedan en el olvido y cuáles permanecen en la memoria. Por otro lado, está la tentación de suponer que este grupo de intelectuales muy valiosos haya cumplido algún tipo de resistencia durante esta larga noche de cuatro años. De nuevo, narcisismo. Pero hay otra razón por la que escribo este texto. Me interesa indicar que la burla de Tenembaum no es constructiva y mucho menos razonable, aunque no le falte razón a su argumento.
Decir que Carta Abierta fracasó no me causa gracia, más bien me entristece, pues de un modo u otro siento que formamos parte de un espacio común. ¿Estoy diciendo que Tenembaum y sus aliados progresistas salieron vencedores? En parte sí, y no sólo porque los actores pasan y los espectadores permanecen (los espectadores siempre se guardan la última palabra para no quedar en falta), sino porque su sentido común antigrieta se terminó imponiendo. ¡Enhorabuena! Ahora tal vez llegó la hora de apropiarnos de este sentido común y formarlo para que lo que prime ya no sea el éxito individual, la razón propia o el otro abstracto, postergado y bueno, sino el espíritu de solidaridad, como lo adelantó Alberto en sus discursos del martes. Ojalá podamos hacerlo.
Muchos de los integrantes de Carta Abierta son amigos personales, y a otros los admiro por su producción. Si escribo esta reflexión no es para culpar de algún error o algo por el estilo a este grupo de intelectuales que pretendió estar a la altura de las circuanstancias, sino porque, al escribir esta carta de despedida, estaban demandando una respuesta. Y no puedo tolerar que esa respuesta provenga tan sólo de espectadores políticos como Tenembaum. No hay imparcialidad en estas lides.
Es sano y necesario elaborar una mínima reflexión para que realmente aprendamos por fin de nuestros errores, y dejemos de convertirnos en el hazmerreír de personajes tan pobres como Ernesto. Ojalá podamos y sepamos acompañar, sostener y alentar el nuevo proyecto político que se está poniendo en marcha. Lo que saldrá fortalecida es nuestra democracia. Seamos capaces de pensar más allá de nosotros.
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