Chile: a un año del despertar de la fuerza popular
Por Carlos Fuentealba
“Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para,
como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados.
Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse,
como quienes van a pelear juntos”
José Martí.
El 18 de octubre de 2019 será recordado como el día en que Chile despertó. Tras una explosiva escalada de conflictividad, el pueblo perdió la paciencia y se alzó contra el gobierno neoliberal de Sebastián Piñera, que llevaba dos años recortando libertades y restringiendo derechos con frivolidad y prepotencia. Esa noche y las que le siguieron, ardieron 21 estaciones de Metro, varios centros comerciales, iglesias y la torre de Enel (compañía italiana de energía eléctrica), casi como un arquetipo del cambio de orden.
El presidente declaró una guerra incomprensible, desautorizada días más tarde por el encargado para el Jefe de la Defensa Nacional para la región Metropolitana, Javier Iturriaga: “Yo no estoy en guerra con nadie”. La Primera Dama expresó en una frase el sentir de una oligarquía en pánico, que no lograba convencerse del resurgimiento del actor colectivo popular: “Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena”.
Las protestas que en algunas localidades habían comenzado días antes, se multiplicaron por todo el país y alcanzaron su punto de máxima tensión durante la madrugada del viernes 15 de diciembre en que los partidos de oposición- con la notable exclusión del Partido Comunista- sellaron un Acuerdo por la Paz con el gobierno que buscó darle un cauce institucional al conflicto. Tras bambalinas, la prensa habló de un ultimátum del poder militar a Piñera: o gobernaba o sería gobernado.
Esa noche la política ganó una década y el pueblo chileno abrió un camino. El acuerdo consistió en la celebración de un plebiscito nacional para decidir si reemplazar la actual constitución- diseñada por el ideólogo ultraderechista Jaime Guzmán durante la dictadura de Pinochet- y dirimir el mecanismo mediante el cual se escribiría la nueva Carta Magna.
La situación social, sin embargo, ya venía exudando la putrefacción de una iconoclastia generalizada, como resultado principal del régimen neoliberal. Desde la dictadura, la técnica de gobernanza consistió en el vaciamiento de significados que trascendieran al proyecto de la elite mercantilista. No era de extrañar, por tanto, que la movilización asumiera desde el comienzo una consciente anomia, que rechazaba a la política y a la representación.
A un año de este fenómeno, la pandemia ha terminado de remecer al pueblo en su necesidad de una nueva organización. El Covid-19 retrató de manera cruel al modelo de Estado contra el que se había alzado el pueblo, uno que no hacía sino administrar la muerte para alejarla de los ricos. El gobierno aprovechó la prohibición de reuniones y la confusión generalizada que trajo la pandemia para suspender el plebiscito hasta octubre e insuflar nuevamente el delirio de excelencia neoliberal. El gobierno informa de más de 13 mil muertes, pero ya nadie cree en las cifras de un ministerio cruzado por múltiples denuncias de falseamiento, cuya investigación fue detenida por el propio Piñera que presionó a la Corte Suprema en nombre de la “Seguridad Nacional”.
Pero el pueblo no se quedó en ningún momento: aún en los momentos más duros de la pandemia, la movilización no cejó y las asambleas que habían asomado en la primavera, en invierno se hicieron indispensables para hacer frente a la escasez y hambre. Y entre tanta despedida, partió también el sacerdote Mariano Puga, conocido como el “Cura Obrero”, que se ganara la lealtad del pueblo peleando contra la dictadura y que, a propósito del actual proceso social pidiera a la juventud: “Cántennos, grítennos, enséñennos a soñar, sin ustedes no somos capaces, sin los otros y otras de este mundo, no somos capaces. ¡El despertar no tiene que morir nunca más! hasta que volvamos a ser seres humanos, yo te voy a sacar de tus sepulcros, pueblo mío, y te voy a llevar a la tierra”
Frente a tanta necesidad, el gobierno respondió con militarización y toque de queda. Frente al hambre demostró su ineptitud asistencialista, repartiendo poco y mal, hasta que vino su peor derrota política. Pese a la desaforada campaña del terror en contra, el proyecto que permitió a los trabajadores retirar el 10% de sus fondos de pensiones administrados por las AFP (privadas), vino a demostrar que no sólo había otro camino, sino que estaba mucho más al alcance de lo que se creía.
De ahí en más, el país derivó en un escándalo de violencia. Piñera nombró como Ministro de Interior a Víctor Pérez- un ex alcalde designado por la dictadura en Linares, la comuna rural donde operó el enclave nazi y centro de tortura “Colonia Dignidad”- y los resultados se hicieron notar de inmediato, con un pogromo a las comunidades mapuches de Curacautín.
Pero el principal foco de preocupación ha estado puesto en Carabineros, una policía de modelo castrense completamente corrupta y atrincherada de forma gremial contra la sociedad, que ha sido señalada por múltiples informes internacionales sobre Derechos Humanos (de la ONU, CIDH y Amnistía Internacional, entre otras) como brutal y lesiva a la humanidad. El gobierno, sin embargo, no ha hecho sino blindar y validar estas prácticas, de las que actualmente se está sosteniendo.
Así llegamos de regreso a octubre, con el pueblo en las calles una y otra vez, pujando a la historia por el nacimiento de un nuevo país, en el que recobra vigor la profecía escrita en 1815 por Simón Bolívar: “El reino de Chile está llamado por la naturaleza de su situación, por las costumbres inocentes y virtuosas de sus moradores, por el ejemplo de sus vecinos, los fieros republicanos del Arauco, a gozar de las bendiciones que derraman las justas y dulces leyes de una república. Si alguna permanece largo tiempo en América, me inclino a pensar que será la chilena. Jamás se ha extinguido allí el espíritu de libertad; los vicios de la Europa y del Asia llegarán tarde o nunca a corromper las costumbres de aquel extremo del universo. Su territorio es limitado; estará siempre fuera del contacto inficionado del resto de los hombres; no alterará sus leyes, usos y prácticas; preservará su uniformidad en opiniones políticas y religiosas; en una palabra, Chile puede ser libre."