¡Cómo duele Buenos Aires!
Por Javier Tucci
Ya no hace falta adentrarse al suburbio, a los límites de esta ciudad monstruosa, para quedar cara a cara con los desterrados, con los marginados por esta política de globos y su asquerosa alegría. ¡El neoliberalismo lo hizo de nuevo!
Si vas a andar por la ciudad, no podés perderte lo que la city tiene para vos: cientos de saltimbanquis sin rostro que lejos están de hacer reír a tus hijos en un teatrito de calle Corrientes, pero sí muy cerca de descubrir la "mierda circundante" de manera gratuita o por el módico gesto caritativo de una moneda al pasar. Ellos se encargarán de cachetearte para que voltees y mires su espantosa realidad cobijada en colchones que crecen día a día en los cien barrios porteños, sea en plazas, en la puerta de tu casa, en cajeros automáticos o en estaciones del subte.
La ciudad vuelve a doler, se siente en el cierre de comercios, en la persecución policial y cultural, en los piberíos que se amuchan y buscan desesperadamente un zodape de morfi para llenar la panza y hacerse de quimeras que los devuelvan a ese estado que alguna vez significó la dignidad. Porque hacia donde te muevas y por más que intentes evadir tu mirada, sus aullidos estarán vibrando para demostrarte su desangrado humano y la inercia que los zarandea para no morir de frío y que también los junta al fuego improvisado de la misma hoguera que encendió la revolución de la alegría para limpiarlos del mapa.
A la “Gente” no le gusta toparse con los wachos que marchan alucinados por esa bombilla mágica que muy pronto los puede hacer desaparecer ¿Cuántos realmente se preguntarán el motivo por el cual cada vez más asoman esas figuras cuasi zombis que huelen a muerte? ¿Sentirán culpa alguna por cómo vienen eligiendo sus representantes políticos, a esa runfla de empresarios que en dos años y medio ha generado casi dos millones de pobres y ha ajustado el bolsillo de la clase media en todas sus variables, a valores que nos retrotraen 17 años en el almanaque?
Duele caminar todos los días para combinar la línea C con la A y encontrarte a esa madre con su bebé en brazos sosteniendo un cartel que reza “Me ayudás”; duelen las patas moradas de los wachines que merodean por la nave nodriza y vos abrigadito hasta el ojete; duele la vidriera de la plaza de los dos congresos abarrotada de parcelas improvisadas para levantar una cucha con plásticos o cartones, en la que juegan una manito de cartas, toman mate con un kilo de azúcar para engañar el estómago o donde quizá, encuentren la muerte.
Narrar el encuentro de decenas de bollitos humanos por las calles de Buenos Aires, afilados y empotrados en colchones con frazadas y cartones llenos de mierda, no resulta nada fácil, es más, todavía respiro sus dolores. Porque comés su dolor o no, concomés frente al desencanto o no. A veces, lo único que te queda es ir subsumido en el intento de salvarte, pero no te sale, porque inmediatamente como un rayo que cae a tus pies, desde el auricular irrumpe con toda fuerza "Horses latitudes", esa canción de The Doors que te llega a lo más profundo de las tripas, donde Morrison te escupe y te grita que “La verdadera tripulación ha muerto”… que “estamos frente a un instante violento”. Heme ahí, en un hiato, en medio de una sensación de colapso visual, donde los edificios de Av. de Mayo comienzan a derretirse y los rostros sin cara acompañan como coro espectral a la sinfonía dirigida por los hijos de yuta.
Por suerte la playlist tiene Marley and The Wailers y ahora la sinfonía es avivada por la utopía, porque esas caras descartables ahora corean que “Ninguna bala puede pararlos, ni rogarles, ni someterlos NUNCA MÁS”, y que algún día estarán en el baile bailando "Jammin".
Ahora sí…"Discúlpenme mientras enciendo mi porro / Oh Dios, tengo que elevarme / de la realidad que no puedo atravesar / Por eso voy a quedarme con este riff".
Después no te quejes por la creciente in-seguridad, que no es otra cosa que insensibilidad, porque cuando le das la espalda al pueblo, las vidas que pudieron ser ya no serán y querrán salvarse como puedan ¿Qué podés hacer por aquellos que viajan en una nave muy diferente a la tuya? Sólo míralos a los ojos, sentí su dolor, dales una mano como sea, aunque sea ínfima. Escúchalos, dalos por vivos, ¡jamás los entierres…DESPIERTA!