El bondi llegó a Finisterre
Por Cristian Secul Giusti
El disco Último bondi a Finisterre de Los Redondos se publicó en 1998 y cobró dimensiones grandilocuentes a partir de su presentación en el Estadio de Racing Club, durante los días 18 y 19 de diciembre de ese mismo año. Sin lugar a dudas, es el material que marcó un quiebre en la estética sonora de la banda y es una obra que no tiene hits de alta rotación —”Gualicho” suele ser el más renombrado— ni un consenso masivo entre los ricoteros, la crítica o la prensa especializada.
Desde ya, es una obra difícil de abordar que sobrepasa su contexto de producción y propone una esencia futurista. Por esta razón, sirve puntualizar en la vigencia que tiene el disco hoy porque echa por tierra los análisis apresurados que tuvo en su momento y permite pensarlo más allá de los rótulos de pretensión que le incluyeron.
Siguiendo esta línea, las líricas del Indio Solari y Skay Beilinson presentes en el trabajo no plantean sólo una ética de ciencia ficción o de narrativa fantasiosa, también diseñan un hilo para retomar y abordar en algún momento. De esta manera, si se considera que el futuro llegó hace rato, Último bondi a Finisterre establece un modo de comunicarse con nuestros días, pensándolo como un porvenir desvencijado, de continuidad performativa, simulada y neoliberal.
Dicho esto, y mirando en perspectiva, la motivación artística de Finisterre ha sido incomprendida desde el vamos. Por este motivo ha sufrido ninguneos y se lo ha tratado de incongruente, de dispar y hasta de incómodo para la escucha. Esta situación, de hecho, puede vincularse con dos rupturas elementales del rock argentino de los últimos 25 años: el llamado “constant concept” de Charly García durante la era Say No More y, vaya paradoja, la experiencia transitada por Soda Stereo en Dynamo —el disco que pateó el tablero sonoro y lírico del grupo en 1992—.
Pero más allá de esto, Finisterre no es un álbum poco interesante o irrelevante en la discografía redonda. Todo lo contrario: plantea universos y mapas conceptuales más que complejos y enriquecedores para la época de cierre menemista. Sin ir más lejos, muchos integrantes de la masa ricotera atesoran el álbum, tienen remeras con la portada del disco o llevan tatuadas algunas palabras o enunciados que provienen de las letras compuestas por la dupla Solari/Beilinson.
Desde este plano, el concepto de mutación que atraviesa la trama y la estética del disco es también el comodín que le permitió a Solari explicitar las intenciones de la obra en diferentes entrevistas gráficas.
Al respecto, Los Redondos encuentran en la ciencia ficción la posibilidad de destacar un lugar en el espacio (Finisterre) y también de anunciar un espectro enloquecido que postula una maquinaria inicial (“Las increíbles andanzas del capitán Buscapina”), diagramado por círculos en un terreno de expulsiones y rebeldías (“El árbol del gran bonete”), virtualidades (“Scaramanzia”) y pastiches de raíz apocalíptica (“Esto es to-to todo amigos”).
Asimismo, el multicombo estelar del llamado “Dios digital” (“Alien duce”), sumado a “los buitres en la tele que quieren matar” (“Estás frito angelito”), la “farandula de clones” (“Las increíbles andanzas del capitán Buscapina”) y “el factor argento desaparecedor” (“Drogocop”), permite encontrar ecos actuales en esas canciones. Continuando esta idea, el álbum puede escucharse hoy como un mapa tétrico y también interpelador que intercambia personajes, incorpora espejismos e integra paisajes fantasmales y ahora habituales, sexy, sexy, demás.
Por esto mismo, tanto desde el arte de tapa (en la que se ven a los músicos redondos, ubicados como protagonistas de un videojuego) hasta el empleo de repeticiones sonoras y “ruiditos”, el universo crítico del disco describe una idea de cierre estrepitoso (finis terrae: fin de la tierra), entre extraños mandarines, héroes farmacológicos y sujetos sueltos que se debaten entre tensiones modernas, posmodernas e hipermodernas.
En este escenario, la gramática de la posverdad se despliega a partir de un todo hecho nada y un ahora —vital y móvil— que no puede incluir un nunca desesperado. Como bien mencionó Solari alguna vez, la idea de “bondi” adhiere a una noción de visita a un ghetto del futuro, casi fronterizo y muy similar al presente que nos convoca. Por este motivo, los destellos y los riesgos planteados en el material se relacionan con la situación de los márgenes y la posibilidad inherente de sufrir las exclusiones de ese horizonte cibernético, tecnologizado e individual.
El hecho de recordar las articulaciones visibles en Último bondi a Finisterre no debe pensarse como una suerte de efeméride, sino como una narrativa que se sostiene a partir de una continuidad y un enlace de pensamiento con el contexto. No es ninguna novedad el análisis contenidista de los álbumes de Los Redondos y muchos menos de las líricas solarianas. Sin embargo, vale pensar el discurso del álbum como una huella hacia adelante o un recuerdo del futuro juntos, entre alarmas, pogos de contención y castigos sistémicos. La danza de nombres y caminos trazados por Finisterre obligan a pensarlo como una hoja de ruta que, en términos poéticos y paródicos, nos hablan de una escena actual, menos alucinada de lo que se supone y más cercana a un entramado político que permanece y se endurece en nuestra coyuntura.