Indio, pajaritos "bravos" muchachitos y la providencia (primera parte)
Por Javier Tucci
La crónica de lo acontecido en Olavarría no es otra cosa que carne podrida puesta en el mostrador de un tipo que siempre supo autogestionar el arte, como así la seguridad del mismo. Los carneros fueron, son y serán los medios masivos de comunicación que, no hace falta ahondar tanto, responden a intereses políticos y de clase, que nunca se bancaron tener a tipos o tipas que marquen el pulso de las vidas de ciento de miles, aún más que un programa de TV o un líder político.
Cuando en la bajada decimos ‘ellos’ y no decimos quiénes, nos referimos a esa casta familiar que recubre gran parte de la sociedad Argentina, formada por destellos oligárquicos y burgueses que desde antaño han profesado la idea de buscar ese agente peligroso que atente contra sus intereses de clase. O sea, la idea del otro como diferente, que está relacionada tanto a un genocidio simbólico como al que genera víctimas con un cuenta ganado. Ese otro como diferente lo podemos caracterizar con diversos nombres en varias etapas de nuestra historia, sea primero el gaucho, luego el obrero inmigrante anarquista, comunista, socialista y luego peronista, para terminar con la idea del presente sobre la clase trabajadora y los sectores populares. Situemos al ricotero en este último hábitus-campus, el sujeto a analizar en las siguientes líneas.
A grandes rasgos, intentaremos desentrañar y caracterizar con la opinión de sociólogos, citas de periodistas de la cultura rock y recortes analíticos de este escriba, lo que significó y significa el fenómeno ricotero en un pedazo de tiempo que va desde el desembarco de Los Redondos en el Estadio Obras Sanitarias en 1989, hasta el mismísimo recital que diera el Indio Solari, exactamente hace un mes, el pasado 11 de marzo en Olavarría. También será necesario ahondar en el terreno abonado por la última dictadura cívico-militar-eclesiástica para la fractura social y económica de la República, luego retomada por la receta del consenso de Washinton y su alfil local-me tocó el izquierdo- Carlos S. Ménem.
De esta manera repasaremos nichos identitarios que sólo pertenecen a esos pibes- y no tanto- llamados ricoteros, artífices principales de uniones populares que a través del contagio movilizador supieron depositar sus vidas en un ambiente creado por ellos mismos en tiempos carentes de referentes políticos y culturales, hasta transformarse en un fenómeno colectivo único e irrepetible.
Pondremos el acento en revivir el tratamiento de los grandes medios de comunicación y su intención de estigmatizar a los sectores populares, como así también su factor macartista de eliminar a líderes como Carlos Alberto Solari, el tipo que desde hace tres décadas les significa un grano que supura y duele ahí, en su condición de clase.
Eso sí, leelo acá, porque los medios y los gurkas que defienden los valores de la gran familia argentina van a seguir pegándole a todo lo que huela a pueblo.
Indio, sos un fenómeno...
Si analizamos los tres tipos de públicos que siguieron a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota entre mediados de los setenta y el 2001, año de su separación, encontraremos una gran diferencia en audiencia, códigos y contexto: cincuenta bohemios en La Plata; mil quinientos porteños en el Paracultural, Palladium y Cemento; treinta mil personas iniciada la década del noventa y sesenta mil de todos los rincones del país en estadios de fútbol a principios del siglo XXI. Si bien en la actualidad el dato no sorprende -teniendo en cuenta que existen bandas que crecen cada vez más rápido o que el mismísimo Indio metió entre 200.000 y 250.000 en los recitales Tsunamis de Tandil y Olavarría -, los Redondos y, sobre todo su público, llegaron a ser el fenómeno colectivo artístico más rico a la hora de estudiar la unión de un pueblo que se encontraba totalmente estratificado, en que el joven -sin distinción de clases- se aunó en contraposición a un Estado inexistente y un sistema neoliberal que intentó vaciar y marginar las vidas de los argentinos.
“El fenómeno ricotero se crea desde la propia identificación de la gente, porque no es algo que los Redondos hayan favorecido ni alentado”, decía Claudio Kleiman al ser entrevistado en 2004 por este escriba.
Desde el 2005, año en que el Indio volvió a las pistas sin su pandilla, el ricotero resurgió, aunque en realidad siempre estuvo vivo en el furgón del Tren Sarmiento, en los códigos que reconfiguraron las nuevas militancias políticas jóvenes y, por supuesto, en los recitales del Indio y de Skay también. Se dieron nuevos puntos de encuentro para la celebración, ahora familiar; se reelaboraron las recetas entre los que fueron oprimidos y los que oprimieron, con la diferencia que durante 12 años (2003-2015) la sartén por el mango la tuvo el pueblo.
Patricio Rey frente al pesado culo de metal de la Dictadura 1976-1983
Frente a los cambios socio-económicos y culturales que desplegó el neoliberalismo, impuesto por la dictadura cívico militar y eclesiástica, la juventud argentina procuró nuevos espacios donde reunirse para expresar y compartir sus mismas frustraciones. Uno de los fenómenos que se manifestó en aquel escenario fue lo que muchos llaman ‘Movimiento del Rock Nacional’. En referencia al cambio social en la juventud de los primeros ochenta, el que puede enriquecer este apartado es el sociólogo Andrés Thompson al sostener que “los recitales simbolizaban para los jóvenes una isla de paz, un reducto en el que a lo largo de dos horas, la música podía adquirir cierta omnipotencia como para hacer olvidar los problemas externos, amalgamando al público en una ceremonia de mancomunión y solidaridad”.
Sobre los cambios que produjeron las políticas neoliberales en la sociedad argentina, fueron los jóvenes quienes tuvieron la urgencia de crear nuevos espacios por fuera del vaciamiento que produjeron las instituciones desde el plan económico diseñado por el ex ministro de economía de la dictadura Alfredo Martínez de Hoz, lo que permitió en los ’90 enarbolar la receta del consenso de Washington. Pero por suerte, entre tanto hermetismo e intento por eliminar la cultura popular, un plan de resistencia se había montado de la mano de Ricoteros que copaban ciudades al compás de una danza macabra y, por otra parte, los piqueteros y las ollas populares, la antesala al estallido del 2001.
Rememorando aquellos años de plomo, en los que Patricio Rey comulgaba fuertemente con el Arte como trinchera, el Indio Solari manifestaba en el número 12 de la revista Leyendas que “en los años oscuros, la tarea era crear un ámbito fuera de la pugna política, estrictamente que tuviera que ver con lo que uno era. Los grupos más politizados, en vez de ideales, hablaban de ideología y tenían una actitud política muy determinada. Para nosotros era importante presentar un show donde hubiera un montón de personajes que tuvieran que ver con distintas formas o géneros de expresión. Era necesario aplicar al máximo la posibilidad de proteger el estado de ánimo por encima de la muerte y la canallada".
Si bien los objetivos de la primera época se enfocaron en burlar a la dictadura mediante la puesta en escena y la parodia, fue a partir de 1980 que la estética performática llegó a su fin. Fue ahí que el Indio Solari, Skay Beilinson y La Negra Poli, decidieron apostarle sólo a la banda de rock, mudando su arte a la Capital Federal.
Entre finales de los ’70 y principios de los ’80, el arte performático de Patricio Rey mutó en underground porteño
Jorge Boimvaser, periodista que conoció a los Redondos en la Buenos Aires de 1983, comenta: “mucha gente iba a los recitales en busca de la identidad musical que había en los setenta. En los ochenta, mucha gente de mi edad -treinta años en ese momento- iba a Cemento o al Café Einstein en busca de alguna expresión musical en la cual pudiera descargar e identificar el inconformismo que uno seguía teniendo, y a la vez disfrutar del arte por el arte mismo, o sea, no buscar siempre las metáforas detrás de la música. El público de los comienzos de los ochenta veía y sentía algo diferente, incluso en la puesta en escena; tenía una cierta formación intelectual que se compenetraba en un círculo de libertad en lugares con música totalmente abierta”.
Asimismo, refiriéndose al naciente proceso de marginación procreado por lo que había dejado la dictadura y su modelo económico y cambio de matriz productiva, Jorge Boimvaser agregaba que: “en los primeros años del alfonsinismo hubo chicos que comenzaron a consumir información sobre la devastación que hicieron las fuerzas de seguridad. De esta manera uno empezaba a formar su inconsciente y conciente a partir de la información que estaba presente: el genocidio, la tortura, la desaparición. En el 84/85 recuerdo haber visto los primeros contingentes de pibes de la calle pidiendo guita que, de más grandes, empezaron a juntar bronca e información de lo que hacían los policías en sus barrios, y sumémosle que la falopa había ingresado a la villa”.