El cuento de la criada: “Si no querían un ejército, no nos hubieran dado uniformes”
Por Florencia Di Paolo
The Handmaid’s Tale es uno de los ejemplos perfectos para abordar la significatividad en la ficción y, por lo tanto, su carácter comunicacional. Entonces es pertinente citar a Marina Arias para decir que en la ficción se traman sentidos. No necesitamos reducir a la ficción a una crítica magistral e hipótesis inteligentes porque ésta no tiene por qué respondernos. No tiene por qué tener una función social. Dice Arias: "La literatura es una práctica social y política porque contribuye a alterar la relación simbólica de los sujetos con la realidad. Desde una mirada comunicacional esa alteración no es otra cosa que significatividad. Las ficciones escritas significativas 'ven la realidad' de un modo distinto a 'como se la veía antes'. Eso ocurre porque hay un 'inconsciente del texto'. Las ficciones escritas significativas 'meten el dedo en la llaga' de la trama social".
Si Atwood hubiera querido hacer una ficción feminista, T. H.T. no sería más que un panfleto. Lo que hizo no fue más que sacar de debajo de la alfombra un montón de realidades vedadas por las falsas buenas costumbres y darles un marco teológico que sostenga un sistema aún más estricto, ¿les suena? La Iglesia legislando. Una distopía no tan distópica después de todo. En ella podemos dilucidar diversos discursos que nos permiten leerla, por ejemplo, en claves feministas y realizar un paralelismo con la realidad latinoamericana. En estos tiempos el feminismo va ganando terreno y las mujeres y demás géneros disidentes al heteropatriarcado nos organizamos como minoría simbólica, pero mayoría física. No estamos dispuestas a resignar la soberanía sobre nuestros cuerpos ni a tolerar discursos del odio sin defendernos o fight back, como dice June. Queremos la legalidad del aborto y estamos dispuestas a llenar las calles hasta que lo logremos, porque tenemos el poder que nos da la organización, la sororidad y la inexplicable sensación de satisfacción que nos da confirmar todos los días que estamos del lado del bien.
La novela fue publicada en 1985 y todavía hay algo que permanece latente, como todo lo significativo escrito por mujeres. Lo que late es la opresión milenaria y la necesidad de narrarlo todo, ya sean anécdotas de la opresión o simplemente el acto revolucionario de escribir y publicar. Hoy retomamos a las criadas y a las Martas como una resistencia de pañuelo verde. También retomamos a las Tías y a las Serenas como perpetuadoras de la opresión envueltas en pañuelos celestes. No voy a respetar a las Tías ni a las Serenas de pañuelos celestes, nunca. Nadie en nuestra América que haya visto o leído T. H.T. puede estar en contra de la legalidad del aborto porque eso supondría ser un sorete sin sangre en las venas que no comprende la existencia de un sistema que necesita nuestros cuerpos a su merced para utilizarlos para perpetuarse infinitamente. El feminismo viene a romper con toda lógica que perpetúa al capitalismo tal y como lo conocemos. Las Martas no cocinan por amor. Las criadas no tienen sexo, son violadas. Las Serenas obligan a procrear para su deseo impuesto de ser madres. Las tías imponen una religión a cambio de esclavitud. Edén no murió por amor, murió porque se dio cuenta de que todo en lo que le hicieron creer era una mentira que al asumirse develaba la doble moral de la que tanto gusta la derecha: tenés que amar a tu marido, pero te caso con quien yo quiera. Tenés que tener sexo sólo con tu marido, pero él puede tenerlo con cualquiera. Hay que hacer la voluntad de dios, pero dios no es un señor barbudo que te mira desde el cielo, dios son los cinco tipos ricos que se sientan en el estrado para decidir el destino de la sociedad. Dios son los senadores, en su mayoría varones, que decidirán si van a seguir muriendo mujeres o personas de cuerpos con capacidad de gestar, en la clandestinidad.
¿Por qué es importante que Atwood se haya proclamado a favor de la Ley de Interrupción voluntaria del embarazo? Porque el feminismo extranjero nos encanta, lo aplaudimos, lo veneramos, lo adoptamos. Decimos: Mirá qué bien habló Oprah, mirá qué valiente Asia Argento. Pero cuando vemos a una mujer con un pañuelo verde, cuando una actriz manifiesta haber sido maltratada, cuando los discursos dejan de ser una brisa fresca por la mañana y es un puño cerrado directo a nuestras narices, dejamos que el sentido común machista haga su trabajo. ¿Por qué el discurso de Oprah tuvo tanta repercusión? Porque el lugar de mayor resonancia en Estados Unidos es Hollywood. Si eso nos interpela más que una mujer muriendo en la puerta de al lado, entonces habría que preguntarse por el colonialismo cultural. En nuestro país, nuestro mayor capital de lucha se encuentra en la toma de las calles. Es ahí donde se dan las batallas que supimos ganar. Es ahí donde nos encontramos con el otre y reafirmamos nuestra lucha.
Ahora bien, retomando T. H.T, algo que me resultó interesante y con lo que lloré y reí y morí y volví a nacer, fueron con los diálogos naif que los personajes tienen en el medio de la opresión. Esos en los que fantasean un pasado presente. Ir a la playa, al shopping, a comer a algún lado, leer, escribir. Si se prescindieran de las escenas que presentan regresiones en el tiempo, éstos serían iguales de efectivos para mostrar la tensión. La cualidad de naif desaparece en el contexto, es anulada automáticamente. Si hay algo que está latente de forma constante, a diferencia de lo que quizás sucede en la realidad, es que los personajes que vivieron el pasado, saben que sus cuerpos están siendo manipulados y cooptados por otro sistema aún más opresor que hace que sus vidas sean lo que queda después de la tensión constante de saber que nada, ni siquiera la oportunidad de desear, les pertenece.
También son interesantes las contradicciones que algunos personajes manifiestan. Por ejemplo cuando una de las criadas le dice a June que se deje de joder, que por lo menos ella en el presente puede comer todos los días. Es violada todos los meses, pero come todos los días, la novela devela cómo se cambió la desigualdad por aún más desigualdad. La doble moral de la familia ideal y el casino-prostíbulo al que los creadores del sistema y perpetuadores de esa lógica concurren. Los mismos tipos que en el asiento trasero de un auto decidieron que el acto de violación será camuflado por un ritual religioso al que sus esposas asistan. Los privilegios de ser hombre no tienen fin. Entonces June tiene que agachar la cabeza para entrar a ese lugar y tener sexo con un hombre que hace lo que quiere y decide que ella quiere tener sexo con él de forma consentida, obligándola implícitamente a hacerlo, a actuar para que parezca que ella lo desea y June lo hace simplemente porque no quiere morir.
Los hombres cis, heterosexuales y ricos van y vienen a su antojo desde los márgenes más recónditos de la moral hasta las profundidades más pecaminosas mientras las mujeres que deben creer en ellos, lo hacen y las que no, traman resistencia, pero a ellos no les importa la entrega de una criada, porque todos los sistemas de coerción están de su lado. Ahora veremos qué pasa, la contrahegemonía en acción, porque la fe de las Serenas está comenzando a flaquear y las Martas están organizadas. Las criadas saben que no son un útero porque tienen un pasado en común y un futuro de lucha. Las Éden que naturalizan la opresión son capaces de morir en los más terribles castigos por lo que les hicieron creer, esa pantalla que cubre la farsa, porque cuando sepan la farsa, se unirán a la lucha. De algo hay que estar segures: June no va a poder volver al cuarto de servicios a esperar por la ceremonia y a nosotras no nos queda más que mirar hacia adelante y no dar ni un paso atrás. Que sea ley.