El extranjero
Por Santiago Gómez
El mundo visto desde los hogares del otro lado de la avenida Santa Fe. Esa podría ser una forma de presentar el primer libro de Santiago Asorey. Ese es el fondo sobre el que transcurren catorce historias narradas por quien no se siente parte del lugar en el que transcurre su historia. Historias que muestran el cotidiano de los ricos de nuestro país. Manuales de felicidad muestra a los adolescentes ricos padeciendo la falta de reconocimiento de sus padres, la búsqueda de placer en el consumo, adolescentes que vacían la bodega de papá, que está con mamá en el country. Los ricos no dicen mi mamá, mi papá, dan por supuesto que todo el mundo sabe lo que les pertenece.
Cuentos que hablan de escapadas al exterior buscando dejar un dolor que se lleva a todas partes, del temor de confrontar con los propios, aquellos con los que crecimos, con quienes nos referencian, que muestran personajes que con su silencio son cómplice del verdugeo a los más débiles. Una foto guardada en la pieza de papá, en la que se lo ve sonriente con un genocida. Historias que parecen contadas por un mismo narrador, pero que a medida que nos vamos acercando al final, podemos observar los cambios de posición que van sucediendo a medida que la escritura avanza.
“En la calle todo parecía lejano. Pensó en la conexión imposible entre él y el mundo que lo rodeaba. Era claro que el negrito que se le había sentado al lado, a él, justo a él, poco tenía que ver con lo que significaba ser humano”.
“Hay lugares de los cuales uno nunca vuelve”, escribió Santiago en “El jardín más silencioso de la tierra”, y al llegar al final del libro la sensación que queda es el sabor a verdad de esas palabras. A medida que el libro avanza se va metiendo en zonas cada vez más oscuras de la supuesta luminosidad de las familias adineradas.
“Cuando ella lloraba yo no sabía qué hacer. Su hermana tenía un tumor y hacía un mes que la habían internado. Era como hacer el amor con la muerte en nuestra espalda”.
Al leer el libro se experimenta la sensación de vacío que siente tras de sí el personaje que narra. Las historias avanzan con la velocidad de quien no tiene un respaldo donde reposar. En los diferentes cuentos se muestran personajes sin contención. Aparece la necesidad de un padre que sostenga, a veces a un narrador que de a momentos parece que va a desarmarse. Los padres aparecen como ausentes o arreglando las cosas con dinero.
Santiago muestra las miserias, la falta de humanidad que caracteriza a quienes viven del esfuerzo ajeno. Pero muestra también que la historia condiciona, pero no condena, y el ser humano elige. “Al final de la noche” y “Sin donde parar”, son cuentos en los que los personajes son testigos de un asesinato, pero mientras uno opta por el silencio cómplice, el otro busca a su padre para que lo acompañe a hacer la denuncia.
En el prólogo Pablo Ramos afirma que los cuentos pertenecen a distintos momentos de la escritura de Santiago, textos que comenzaron a los dieciséis años. El orden en el que los cuentos se encuentran, que desconozco si siguen un orden cronológico, evidencian un mayor dominio de la escritura, un avance en la profundidad que consiguen, que va acompañada de un acercamiento a temas cada vez más sensibles. Dolorosos.
“Uso tapado James Smart, corbata Hermes, camisa Lacoste. No son nombres propios, son los nuevos adjetivos de mi vida.”
Me une a Santiago una gran amistad. Lo conocí cuando ya se había convertido en escritor, cuando ya había emprendido la retirada de un mundo al que nunca perteneció. El destino que esperaban para Santiago era otro. Él se desarmó escribiendo para hacerse uno propio. Cada uno de estos cuentos muestra la imposibilidad de soportar el silencio, de la indiferencia de unos pocos con el mundo. Esta obra parece hecha de la fuerza del dolor de quien se siente extranjero, pero que escribiendo, consigue dejar de sentirse exiliado de uno mismo y construirse un destino.