El pago de los arroyos, arrollándote
Por Lucas Paulinovich
Gobernar es subordinar
“Cumpla con su deber, de lo contrario, voy a ir para allá y la cosa se va a poner picante”.
El recién asumido ministro de Seguridad de Santa Fe, Marcelo Saín, le advertía al jefe de la Unidad Regional II de Rosario, Marcelo Gómez, al conminarlo a reponer la custodia en los edificios públicos. Fue establecida tras los atentados del último año y medio con balaceras al Concejo Municipal, el Ministerio Público y el Centro de Justicia Penal. Tiradores noctámbulos también supieron atacar, con mayor o menor puntería, domicilios de jueces y funcionarios judiciales. En 2013, en uno de los picos de mayor recrudecimiento del conflicto, había sido baleada la casa del por entonces gobernador Antonio Bonfatti.
La metodología de intimidación adquirió ahora un nuevo rubro con la balacera en el Casino City Center que terminó con la muerte de Enrique Enciso, un cliente que recibió un tiro en la cabeza mientras fumaba en los balcones. La llegada de Saín al ministerio inició una reestructuración de la institución policial con el desplazamiento de jefaturas y reformas organizativas para quebrar los pactos de complicidad entre política, policía y crimen. Fue la promesa de “paz y orden” que le dio volumen a Omar Perotti como candidato del peronismo en unidad. El gobierno de Perotti tiene por delante dos problemas inaplazables: uno fiscal y uno policial.
En el plano policial, los socialistas tiran el conteo de “pasados a disponibilidad”: 1800 policías -aclaran- durante sus doce años de gestión. Quiere decir: no es gran cosa descabezar a las fuerzas, hacen falta resultados.
Saín les contesta exponiéndoles sus -malos- resultados. El acusado preferencial es Maximiliano Pullaro, exministro de Seguridad, actual diputado provincial. Radical, aliado al presidente de la Cámara, el exgobernador Miguel Lisfchitz, un ñandú veloz en la política pampeana de animales más bien lentos y pesados.Los diputados que responden al exgobernador frenaron la ley de Emergencia hace unas semanas.
La política de Seguridad es la prueba de alto riesgo que asume el gobierno de Perotti. Y es a dónde posan los ojos con ambición quienes confluyen en Lisfchitz, punto cero del frente nuclearmente antiperonista que se extiende hacia la derecha y hacia la izquierda.
Los que esperan el alba (del fracaso)
Entre Aquiles y la tortuga, el más rápido es Lisfchitz.
El exgobernador logró lo que quería: desarticular la consistencia interna de su partido y quedar como el único referente político de alcance provincial. Su principal escollo está en los “posradicales” rosarinos, encabezados por el intendente Pablo Javkin, que observa manso y tranquilo como el tema “seguridad” desgasta a peronistas y socialistas, mientras goza de un privilegio que cualquiera anhela en política: que el resto le abone a su poder creyendo estar construyendo un proyecto propio. Su radio de influencia local ensancha el alcance del flamante y heterogéneo espacio con un Programa de Un Solo Punto: que no gane el peronismo.
Los homicidios récords impactan sobre esa base de gobernabilidad herida desde el presupuesto aprobado antes del cambio de gobierno. Si Perotti deja que el vociferante ministro de Seguridad cobre protagonismo, puede tener un problema con los senadores díscolos que votaron la iniciativa del todavía gobernador Lisfchitz.
Es pan para Pullaro, que pertenece a NEO, el espacio radical que conduce la UCR y se posiciona como uno de los candidatos del futuro opositor. Cuanto más se complique el control de la seguridad, mejor podrá disimular su fracaso con el que lo continuó.
Y si el foco de gestión se pone en la cuestión fiscal y en el imperativo de cuentas equilibradas, puede tironearse con los sindicatos -estatales por reprogramación de pagos y “productivos” con la adhesión a la ley de ART-. Lisfchitz, que conserva una alta imagen positiva, podría avanzar casilleros hacia el sueño del regreso triunfal.
Entre las balas de enero se abren las grietas que atrapan el dilema: relección o gobernabilidad.
Que a la vuelta de la esquina te la dan
No es tanta la literatura que habla del trance entre esas dos ciudades que chocaron en los últimos 20 años. Está el libro que escribieron Germán de los Santos y Hernán Lascano -Los Monos- sobre el clan de los Cantero. Y recientemente Taxi, la novela de Pablo Bilsky que se publicó el año pasado.
No es ni El agua en los pulmones, de Juan Martini, publicada en 1974 con pleno empleo y contradicciones agudizadas, ni La deriva, de Osvaldo Aguirre, publicada en 1996, con el incipiente negocio de la cocaína a mayor escala a partir del salto a las cocinas en una sociedad rota, acabada, en descomposición.
En Taxi, en cambio, hay una voz: el alegato del asesino. Esa voz, en definitiva, es la homicida. Y es muchas voces, como la parla cotidiana, la retaliación continua del tachero que aprovecha el tráfico y el ámbito cerrado.
Son narraciones sobre narraciones que forman una lengua de hipótesis, leyendas, rumores y obsesiones. Una ciudad paranoide, prejuiciosa, sobreestimulada, repleta, donde las víctimas y los verdugos son exactamente intercambiables.
Esa Rosario tan encandilada con las luces de la costa que llegó a perder el idioma. Una ciudad de mudos donde se escucha un gran silencio. Lo sublime se escabulle indivisible detrás de los engendros que derraman cadáveres sobre la ciudad.
Esa es la Rosario de este enero de homicidios e incriminaciones. Reformas gubernamentales e internas policiales que saltan por el aire ante una sociedad que mira atónita y acalorada. Y no es literatura lo que aparece en los diarios y los portales de noticias.
Los medios muestran las escenas a lo Tarantino, pero por detrás se cuece una a lo Costa Gavras. Aún más intrigas que masacres. Hay ascenso social y redención individual a través del crimen. Ofertas para los pibes que no tienen otra y romantización infinita de la violencia desde los servidores sociales. Es una factura que se cobra más fácil cuando no tiene ni contexto ni historia y es puro exceso e intemperancia. La barbarie periférica. Tiratiros que actúan porque sí o enredados en las inconmensurables telarañas de los que “manejan todo”.
Tan grande y complejo es el negocio como obtusa la manera que hasta ahora se dispuso investigarlo. La impunidad se traba en el desconocimiento. Y se concede por anticipado a los que integran los escalones más altos e invisibles. Todas las sanciones reinciden en los perdedores: acribillados o capturados y encerrados. Y en medio de esa adrenalina, la pregunta es si el choque se podrá, alguna vez, evitar.
Los recalentados
Enero es un mes caliente. Rosario, en cada comienzo de año, vive un thriller mal guionado. Planificación del año. Los dos últimos dejaron sus episodios eminentes: en 2018, el affaire mortífero entre los Funes y los Ungaro contra los Camino; en 2019, los vericuetos investigativos del caso Alvarado, menos paseado por los medios nacionales, pero con mayores complicaciones que el caso Los Monos.
Saín asumió y anunció que se terminaba con el doble pacto entre el poder político y la policía, y entre la policía y las bandas criminales. La coordinación envilecida que va del laissez faire, laissez passer, al involucramiento directo en las redes delictivas.Enérgico y académico, expuso abundantemente que lo ocurrido en los primeros días del año no rompe con ninguna estadística y es una reacción previsible a las reformas en la estructura de mando. Se tocó seriamente -dice-, por primera vez, el statu quo consolidado durante los últimos años.
Fue un primero de enero -del 2012- cuando nació la década con el Triple Crimen de Villa Moreno. Una bisagra en la dinámica urbana. El inicio de “algo” que con el paso de los años se revelaría insoportable para las vidas cotidianas. La manía de vivir en una ciudad que “está en cualquiera”. Aunque ese pánico y locura tiene diversas dimensiones e intensidades. Se padece desde la periferia hacia el centro, que ocasionalmente recibe sus coletazos. Es cuando la histeria se hace colectiva.
Surgen las teorías mediáticas y los pedidos de espectacularidad en despliegues, adquisición de equipamiento y disciplina. ¿Hay algo diferente en este enero 2020? Hay una finalidad criminal que va más allá de las disputas entre facciones con el homicidio como instrumento.
El tiroteo al casino City Center con la muerte “casual” del fumador es el epítome de una serie de intimidaciones. Lo que Saín llamó “una suerte de ejercicio del terrorismo urbano”. Acciones que persiguen el alma de los ciudadanos. Manifestaciones de poder a cielo abierto que involucran a la comunidad como objeto pasivo.
¿Y entonces qué dejó la década en Santa Fe? Dejó el conflicto narco. Y miles de muertos. La costumbre de encontrarse todos los días con la noticia sangrienta en la tapa del diario. Y los barrios detonados como un lugar común que pesa sobre la existencia de sus habitantes.
“Los últimos diez años, los días ilegales que viven nuestra vida, están desafinados”, podría decir Coki Debernardi.
Es que algo no salió tan bien
Rosario es el epicentro de la “crisis” de comienzos de año y de gestión.
Algo no salió nada bien: la ciudad que se pensó abierta, pluralista y multicultural, dispuesta a cambiar el pasado portuario por un renovado perfil porteño, con barrios reconvertidos, espacios públicos recuperados y propuestas culturales globalistas, ganó visibilidad nacional a partir de las aventuras de Los Monos, la banda narco elegida como síntesis perfecta de un conflicto que abarca todos los niveles de la vida social, política y económica.
El nuevo concepto de ciudad que se proyectó recibiendo visitantes europeos y despertando la admiración entre los urbanistas del mundo, terminó con un informe en el programa de Lanata. Los homicidios se acumulan. Las soluciones estructurales son demasiado lentas. Nada es bueno cuando el miedo gobierna las calles.A la ciudad de las culturas emergentes, la Rosario del “rosarinismo” a la catalana que promueve el intendente que destrozó la hegemonía socialista, le emergió otra ciudad desde el fondo.
Mientras el progresismo céntrico se dilataba con sus gustos y saberes globalistas, el subsuelo se sublevaba con el registro macabro de las ilegalidades sobre las que se asentó la pujanza económica. El largo brazo empresarial que lava y canaliza bajo la forma de inversiones inmobiliarias o activos financieros.
“No se puede atribuir los homicidios a una gestión política, porque el que lo hace es un burro”, confirmó Saín.La investigación para hacer más efectiva la persecución y la elaboración de información fiable para comprender los fenómenos, son los elementos básicos para el diseño de la política de seguridad. Aunque la ejecución está mediada por la realidad. Donde hay oposición, medios y población.
El naufragio de los explicadores
En las últimas horas, el jefe de la Policía, Víctor Sarnaglia, permitió a los policías llevar una bala en la recámara del arma. Y reabrió el debate en torno a la “mano dura”. Las manifestaciones de rechazo surgieron, incluso, de la secretaria de Derechos Humanos, Lucila Puyol.
La necesidad de disminuir los niveles de violencia social y el sucesivo empoderamiento de las fuerzas de seguridad son dos ejes entrecruzados en una discusión que se conduce velozmente hacia el naufragio de la sobreideologización. Ante la avalancha de muertes y el espanto horizontal, progresistas y punitivistas quedaron encorsetados en sus propios paradigmas, incapaces de saltar por encima de sus prejuicios, negativos y positivos. Ilusionados con tener su solución mágica para enarbolar implacablemente en algún debate televisivo. O redactar convencidas columnas que rebalsan de buenos sentimientos y una prístina honestidad intelectual.
Para unos, todas las soluciones se reducen a la “inclusión social”, como si de esa forma se pudieran desmantelar las organizaciones del crimen complejo y se avanzara en la captura de los grandes actores; para los otros, la proliferación de los castigos y el endurecimiento de penas bastaría para recomponer la imagen de autoridad perdida por el Estado y desincentivar mágicamente a quienes participan de las redes delictivas.
El pedido apremiado de envío de fuerzas federales y la entrada en operaciones de la Gendarmería en los territorios, enerva aún más los ánimos descalificadores, engordando una lengua que le habla encima a la realidad sin dejar un mínimo resquicio a sus zonas vitales.No hay lugar para los débiles, tampoco en los discursos que se ufanan de ponerlos en el centro de su consideración.
La autocomplacencia ideológica y la victimización indiscriminada refuerza la inseguridad ambiente. Agujerea los ámbitos privados y desquicia todas las relaciones personales. Es el triunfo del desconcierto y la impotencia. Y cultivo de respuestas impulsivas y brutales.
En política no suele tratarse de tener buenas ideas y ser el más lúcido, sino de construir poder para llevar a cabo las líneas de acción pretendidas. Las reyertas políticas son el glaseado amargo de una realidad que se irrita y acentúa las contradicciones al seno del gobierno. La reacción criminal golpea donde más duele, y los resultados de la reestructuración de la seguridad pública no se verán enseguida.
El modo en que se administre la ansiedad social frente a un problema que conmueve la vida comunitaria, será crucial para el porvenir del gobierno de Perotti y, fundamentalmente, de la ambiciosa gestión de Saín. Será cada vez más larga la hilera de escépticos y deseosos a la espera del fatídico episodio que manifieste el fiasco.