El pozo de Quilmes: a la memoria hay que llenarla de sentidos
Por Fabiana Montenegro
“Llegué el 23 de septiembre de 1976. No sabía dónde estaba. Subí las escaleras caracol, con miedo, vendada, manos atadas, temblorosa, sin saber mi destino final, ni el inmediato.
Y los días pasaban. Aprendí a reconocer los sonidos, ruidos de algún policía un poco humanitario y a temer a las voces que me iban a hacer daños. Recorrí una y mil veces las paredes de las celdas, con miradas robadas a la venda corrida, rendijas entre barrotes, pasillo, baños con letrinas, ausencia de higiene. (…) Tuve frío, hambre, calor, miedo, me reí, me abracé, me despedí de compañeras que intuí que no las iba a ver más”. Así recordaba Emilce Moler, ex -detenida- desaparecida en la Noche de Los Lápices, su paso por el pozo de Quilmes.
El “Pozo de Quilmes”, ubicado en la intersección de Allison Bell y Garibaldi, cumplió una función específica dentro del circuito de centros clandestinos de la Provincia de Buenos Aires (conocido como “circuito Camps”), como eslabón de “depósito de prisioneros”, lugar de obtención de información, y uno de los pasos previos a la decisión sobre el destino de cada detenido-desaparecido: el traslado final (asesinato) o la “legalización”, para la cual pasaba por alguna comisaría y luego era destinado a algún penal. Allí estuvieron en cautiverio alrededor de 205 personas, 10 embarazadas, muchos menores de edad, entre ellos, los jóvenes de la Noche de los Lápices.
“La estrategia represiva que utilizó Camps fue que las víctimas recorrieran como mínimo tres centros clandestinos de detención” -cuenta Nilda, sobreviviente del CCD-. Ingresar al circuito Camps era como ir cayendo en pozos. La sensación que intentaban darte era esa. Perdías el nombre, la identidad, la conexión con el afuera, la relación con el calor, no sabías si era de día o de noche, o si habían pasado dos horas o veinticuatro. Por eso llamaban pozos a esos CCD. Quedabas en el limbo”.
El pasado 15 de mayo, luego de una intensa lucha para que este pozo del dolor -actualmente ocupado en parte por la Brigada Femenina de la Policía Provincial- sea convertido en lugar de Memoria, se formalizó con el traspaso del sector desafectado del ex CCD Pozo de Quilmes y se entregó la llave de acceso al sitio.
Laura Rosso, periodista e integrante del Colectivo Quilmes, Memoria, Verdad y Justicia, cuenta en una entrevista realizada por Agencia Paco Urondo, cómo fue el recorrido hasta llegar a este día histórico.
“Durante la gestión anterior hubo intentos de recuperación del pozo que no prosperaron, inclusive cuando el gobierno era del mismo signo político, con una política de Estado más comprometida con la Memoria, la Verdad y la Justicia, que el actual. Durante el gobierno del Barba Gutiérrez se señalizó el lugar como Ex CCD”.
En abril de 2016, se conformó el Colectivo Quilmes, Memoria, Verdad y Justicia, quienes –junto a organizaciones sociales, ex detenidos-desaparecidos, militantes sindicales y políticos- se encargaron de redactar el proyecto de ley, que luego fuera presentado por la diputada provincial Evangelina Ramírez, y aprobado por unanimidad en ambas cámaras hacia fin de año.
“Un recorrido donde se sumaron muchos actores con el objetivo de visibilizar, de decir tenemos una ley, queremos que este lugar deje de ser una dependencia de la policía y empiece a construirse una memoria que narre los hechos ahí ocurridos, que no siga persistiendo el silencio oficial.”
Laura Rosso recordó la desafortunada declaración del actual intendente de Quilmes, Martiniano Molina, cuando al ser consultado sobre el “Pozo de Quilmes”, respondió como si se tratara de un bache.“Ese hecho –reflexiona Laura- puso en escena nuevamente que ese lugar era un centro clandestino y que la memoria había que llenarla de sentidos, resignificar ese espacio para que las futuras generaciones, quienes caminan por ahí y no saben lo que ocurrió en la dictadura cívico-militar sepan lo que pasó. Es la única manera de que los jóvenes estén al tanto para continuar la lucha.”
O como expresó Alcides Chiesa en uno de los testimonios que Laura recopiló para su libro, que será editado por la Universidad Nacional de Quilmes, con prólogo de Pablo Llonto:
“Para la Navidad del ’77, algo diferente sucedió. La patota no estaba y pudieron hablarse entre los compañeros y compañeras de los tres pisos del Pozo de Quilmes. ‘Tenemos que aparecernos’, pensó Alcides. Y gritó su nombre y su dirección: ‘Había que dejar ese absurdo de llamarse por los nombres de guerra’. La idea era que si salían en libertad se informara a las familias. (…) Con nuestros nombres, fuimos seres humanos nuevamente’.”
“Tenemos que aparecernos, pensó Alcides”. En eso estamos, compañero. Que el edificio de Allison Bell y Garibaldi hoy se torne un lugar de vida, de defensa de la democracia y respeto a los Derechos Humanos, es un modo de empezar.