“El tic tac del Little Boy”: nuevo poemario de Araceli Lacore
Por Norman Petrich
“En este nuevo libro de Araceli Lacore, un estallido de tazas entre películas de la tarde, presagia la tormenta. Sincroniza un estallido en Hiroshima con la enfermedad del padre. Porque somos pequeñas magias con accidentes. Y la sola idea de la muerte como destino común debería bastar para amarnos”, afirma Javier Galarza en el prólogo de El tic tac del Little Boy (Ediciones en Danza, fines de 2021) para intentar indicarnos cuál será el derrotero que recorrerá el poemario.
Y si bien esas señales nos hablan sobre la relación con un padre que va perdiendo su forma conocida (con toda la imperfección que nos permite asir lo tangible) para convertirse en otra inacabable, redimida por el perdón, el peso que sostiene la potencia del libro no es el qué, sino el cómo.
Lacore juega todo el tiempo con los sentidos de las imágenes, que más de una vez se van a contradecir o complementar. Empezando por la bomba cuyo solo nombre trae la muerte, ya sea en el país de oriente o en un hospital de provincia en donde un padre delira y ya no reconoce a su hija. Sin embargo, también está presente en las reacciones coléricas del niño que es la continuidad, la primavera que se asoma. Es que en El tic tac del Little Boy, el sexo y la muerte se prestan las armas
Quieren ponerle un tubo y lo tajean
jadea como un cerdo
sostiene con firmeza la baranda de la cama
los ojos dan vueltas
como astros descontrolados
lo observo desde un rincón
y quiero que reviente
el sonido de la muerte
es igual al sexo
que acabe por dios
que acabe
Y el agua como nexo en este diálogo que va cruzando la línea de sombras al mismo tiempo que refuerza un lazo eterno. Desbordando por todas partes, en el barro, piedra sobre piedra formando ese río que recorre vital el sexo. En otras ocasiones se asemeja al que navega Caronte, sea el Estigia o el Aqueronte. Por sobre esas aguas cruzan puentes donde el que habita “un pedazo de mí/ donde ningún hombre se acerca” vive vacío como vino.
Allí es inútil “el balance entre las caras/ de una misma moneda/ ha muerto quien dio vida”, pero es algo que entra en discusión cada vez que “desde el suelo/ hacia el cielo… se busca a un padre”.
Un lugar especial ocupa la mujer, la compañera del padre, la madre de la voz que lleva el poemario y que deja entrever que también es madre, en un diálogo que las enfrenta y las coloca en el mismo lugar sin distinción de dolores, desnudando las contradicciones de la vida misma que se presenta en el centro exacto de la muerte
Así se lleva a un hijo:
como a un ángel recién despierto
de los brazos
a la vida
ASÍ SE LLEVA A UN PADRE:
Hay que sostener el cajón con fuerza
dejarlo descender sobre la lluvia
dirimir sin apurarse
los detalles de la madera
baja mi padre al suelo:
tierra de gusanos
minerales
gente muerta
Araceli Lacore (Azul, Buenos Aires, 1985) logra en este libro profundizar ese camino lleno de sustancia poética que ya había comenzado a mostrar en Congreso 12 AM (2017, Peces de Ciudad). Esta profesora de inglés y traductora literaria (que también publicó en 2016 El viaje) trabaja de tal forma esa tensión con la muerte que (sabemos) saldrá triunfadora, que la acción del desentierro se transforma en un rezo al cual, el lector, siente ansias de sumarse, de ser parte de la redención. La voz de esta poeta es profunda, consolidada, y no queda más que saborear la sequedad entre labios húmedos tras tanta lucha y tanta agua, donde lo vital no es blanco o negro, tampoco una mezcla en el gris, sino todo y nada de eso junto, y más.