Enrique Medina: La censura es miedo y soledad
Por Diego Kenis
Hace cuatro décadas, en medio de la violencia política que desembocaría en la última dictadura cívico militar, Enrique Medina publicaba el volumen de cuentos Las Hienas. La última historia del libro, la que da título, retrata la psiquis y la praxis de un arquetípico parapolicial de la época. Meses después, ya en el dictatorial 1976, Medina publicó El Duke, una novela que tiene como narrativa un ágil ejercicio de la escritura, el enhebrado de capítulos y los juegos de signos de puntuación, para contar la historia de un boxeador en decadencia que se convierte en mano de obra de la violencia estatal.
Ambos libros fueron prohibidos de inmediato. No volverían a editarse hasta recuperada la democracia, casi una década después. A cuarenta años de su censura original, en este 2016 Las Hienas y El Duke han tenido una nueva reedición. AGENCIA PACO URONDO aprovechó la novedad para conversar largo con Medina, en una entrevista que historia la génesis de sus libros, la censura y sus circunstancias, las opciones del escritor y las conclusiones y reflexiones que su trayectoria deja caer.
AGENCIA PACO URONDO: Las Hienas y El Duke han sido reeditados en este 2016 y, cuatro décadas atrás, compartieron el mismo destino inmediato: la censura. La respuesta es tan subjetiva que siempre hace original la repetida pregunta: ¿Qué siente un escritor ante la censura de su obra?
Enrique Medina: En estos tiempos de extrema libertad, para la gente que no padeció la censura, ésta puede parecer solamente una simple dificultad, una complicación inesperada como un piquete impidiendo el paso, o las puertas del banco cerrándose en nuestras narices por habernos retrasado, una comida que se nos enfrió por descuido o un vino agrio. Cosas solucionables. En cambio, en aquél entonces, la significación de la censura implicaba mucho más de lo aparente, de decirle a uno: “usted no puede publicar ese librito” y se acabó. No. Significaba una enorme pérdida de derechos elementales que muy poco se contabilizó. Por sobre todo significaba el miedo y la soledad que, a su vez, conllevan menoscabos cotidianos. El miedo obligó a cambios de vida básicos, como acostarse y levantarse obsesionado pensando “cómo salgo de ésta”, o no atender el teléfono por las amenazas, o ver que el censurado y su familia se enfermen, que los problemas económicos sean mucho más que un problema ya que empujan a que la sociedad se quiebre y se rompa.
La censura también pesa en lo cotidiano: uno no puede tomar un café en un bar en tranquilidad, uno piensa en desaparecer por un tiempo; que es lo que tuve que hacer cuando en 1975 el diario La Opinión destacó “Las Hienas” acentuando que la historia retrataba a un parapolicial oficial. Así que me fui al interior por unos meses para ganarme el olvido necesario. O sea que el miedo es incómodo. Y no viene solo, se le suma la soledad, que es fea. El censurado ya nunca más es reporteado ni mencionado en los medios gráficos, radiales o televisivos. El editor lo mira mal. Las librerías lo ignoran. Los amigos toman distancia con entendible prudencia. Yo fui a ver a unos periodistas amigos para que junto al recuadrito donde informaban de mi prohibición me dejaran esgrimir una defensa, aunque fuera intelectual, pero no estaban, o estaban ocupados, o en reunión. Solamente Ariel Delgado en radio Colonia me dio espacio. Inesperadamente el censurado se siente desnudo en medio del Sahara; cayendo en altamar sostenido de un paraguas agujereado.
Fueron años difíciles y muy duros en los que el censurado debió inventar nuevos modos de sobrevivencia para comer, ya que al no existir el libro no existía entrada de dinero. Coordinar talleres literarios me ayudó. Pero al año siguiente, 1976, publiqué El Duke, Strip-Tease y Pelusa Rumbo al Sol. Y fue volver a lo mismo pero mucho peor, porque la noche de la política se cernía eterna y sin posibilidades de salida. Pelusa rumbo al Sol es una obra de teatro infantil, que al prohibirse El Duke y Strip-Tease, fue devuelta de las librerías sin que se hubieran molestado los libreros en haber abierto los paquetes enviados. Cuando el editor les decía que era una obrita de teatro sin cuestiones políticas ni eróticas ni nada, los libreros respondían que no les importaba un pito, porque el que estaba prohibido era el escritor, sea autor de Las Tumbas o del arroz con leche. Fueron momentos muy duros. No se los deseo ni a mi peor enemigo, como se dice. A otros les fue peor. Cuando se reeditó Transparente, Antonio De Benedetto me escribió en el prólogo “Yo te leía en la cárcel”. Luego, pasados los años, cuando se terminó la pesadilla, uno volvió a respirar sin apuro y a ubicarse en el mundo, aunque con altísimo costo; como ahora que escribo esto recordando aquella época, de la que muchos falsarios usufructuaron sin rubor.
APU: Del cuento a la novela. ¿Cómo se redescubrió usted a sí mismo en el rol de novelista y cuentista, cuarenta años después?
EM: Me resulta muy difícil diferenciar al cuentista del novelista porque ambos coinciden en el narrador. Y no existe una cuestión de tiempo. Alguna vez le pregunté a Borges por qué nunca había escrito una novela y me sonrió bromeando “¿cómo no?” y me mencionó algunos de sus libros aclarándome que al fin y al cabo una novela no es sino cuentos enhebrados y me puso el ejemplo de Don Quijote y Las Mil y una Noches. De alguna manera pienso lo mismo y veo que mi literatura está plagada de mezclas de géneros y estilos. Puedo sintetizarla en relatos y novelas abiertas y cerradas. Cuentos que casi fueron novelas, como Las Hienas, y novelas que fueron cuentos extendidos como El Duke. Pienso que Strip-Tease es mi novela más cercana a aquello que Borges me dijo; porque los distintos capítulos son variaciones de un mismo tema, por eso en la misma novela se dice que está inspirada en el Bolero de Ravel, en su melodía obsesiva. Aunque Alejandra Tenaglia, que es la editora que cuida mis ediciones desde hace más de diez años y a quien nunca terminaré de agradecerle su obstinación para que las nuevas ediciones aparezcan bien corregidas y definitivas, cree que El Escritor, el Amor y la Muerte es la más acabada como modelo de lo que estamos hablando, allí el protagonista escribe cuentos. Estos cuentos podrían quitarse y la historia no cambiaría; pero yo quise que el lector, al mismo tiempo leyera una novela y un volumen de cuentos. Algo que en uno de mis últimos libros, La Yegua, llevo al extremo porque hay una novela que encierra relatos y ensayos que se combinan perfectamente, para mí. Quizás en esta novela y en El Jardín de Anías y Los Hámsteres, que son mis libros preferidos, sea donde yo me redescubro, más que como narrador como sugiere usted, como escritor.
Pero aceptando su idea puedo clasificar mis novelas como “cerradas y abiertas”. Es decir, por ejemplo, El Duke es una “novela cerrada” porque sólo se atiene a su propia historia sin distracciones. Lo mismo Las Tumbas, Perros de la Noche (NdR: obra llevada al cine por Teo Koffman, se reeditará el año próximo), y mis novelas de mujeres. Estas novelas, llamémosle “femeninas”, están escritas desde la voz del “sexo-débil” y sólo se miran el ombligo, como sus protagonistas; fueron pensadas por mí como un desafío literario, quise ver si podía internarme en el fascinante e intrigante mundo de la mujer que tanta importancia tiene en mis libros. “Novelas abiertas” son Las Muecas del Miedo, La Espera Infinita y las ya mencionadas, donde se mixtura muy diverso material extra-narrativo. De todas maneras siempre cuido la unidad conceptual para que el libro no se transforme en un híbrido.
APU: ¿En qué género se siente más cómodo?
EM: No me siento más incómodo narrando un cuento que una novela. En realidad siento una mezcla de enorme felicidad al mismo tiempo mechada con “la maldita profesión de escritor” de la cual Ezra Pound habla en su poema “La Isla del Diablo”. También Truman Capote envidiaba a los escritores que declaraban estar en el parnaso celestial cuando escribían, ya que para él por el contrario significaba una inmensa tortura. Creo que todo es relativo y tiene que ver con el rigor con que cada escritor ejerza su trabajo. En mi caso debo decir que padezco de un exceso de pulcritud que pone en duda cada línea que escribo. Borges me contaba que cuando de joven escribía en cuadernos, dejaba varios renglones vacíos entre las líneas escritas. Esto le permitía facilidad en la corrección de la sintaxis, especialmente del sinónimo, que para él era muy importante por la precisión y el embellecimiento de la frase, etc. Hoy gracias a la computadora, la facilidad de escribir es maravillosa porque el escritor tiene toda la asistencia a mano y escribir no es tan dramático. Me refiero no a la calidad espiritual de la página como logro artístico sino al padecimiento del tiempo pasado donde se sufría la pesada y odiosa tarea de volver a pasar a máquina la página ya corregida, una, dos, y hasta muchas veces conforme la exigencia de cada escritor. Veo que me he escapado de la pregunta, pero creo que vale.
APU: Además de la censura oficial, ¿Qué repercusiones despertaron los libros en aquellos 1975 y ’76? ¿Qué dijo la crítica de Las Hienas y El Duke?
EM: Fueron muy bien recibidos por el público y la crítica de entonces. Las Hienas tuvo mucha repercusión porque anteriormente yo había publicado una novela fuera del tono fuerte de mis dos primeros libros: Transparente, una novela muy ortodoxa, muy tranquila, nada estridente, y sin ninguna palabra fuera de lugar como sí tenían en abundancia las anteriores, que para esos años era muy importante. Las Tumbas, en su lenguaje rompió la escritura tradicional contenida. Fue un punto y aparte en la literatura argentina. No lo digo yo, lo dijeron los diarios de esos años. Pero mayor repercusión tuvo porque el tema tratado tenía una muy directa relación con la complicada realidad política que se vivía. Eran los prolegómenos del gobierno militar que ya se nos venía encima. De Las Hienas, el diario La Prensa consideró casi perfectos los cuentos. Y quizás haya algo de razón porque hace poco vi que en You Tube, Blas Matamoro, consideró a “Las Hienas” como uno de los diez mejores cuentos argentinos de todos los tiempos, junto a Borges y demás. Por supuesto se me cayeron los calzoncillos. También lo elogió Clarín y montones de revistas en sus páginas de críticas de libros. Diez años después, tuve el honor de que mi admirado Isidoro Blaisten me hiciera el prólogo para la reedición del libro y expresó aprobaciones parecidas. Sobre El Duke, el diario La Nación y algún otro lo destacaron pero con cuidado porque ya el horno no estaba para bollos. Incluso sí, La Nación, hizo una muy favorable crítica de Strip-Tease, cosa que a mí me desconcertó, para bien, claro; porque yo pensaba que todo el mundo la destruiría a esa novela tan delirante y escatológica. También diez años después, el gran escritor Geno Díaz escribió un maravilloso texto sobre El Duke, ubicándolo literariamente y resaltándolo por su coyuntura política. Y hoy, acabado de reeditar nuevamente, los hermanos Carlos y José María Marcos han hecho un prólogo que en su línea final dice: “para componer este gran libro, concebido con la brutalidad, el desconcierto y la misma belleza con que somos arrojados a la vida”, frase que destacándola yo me sitúa como “pedante-engreído”, algo que a mis años me resbala sin necesidad de “fueros”. Pero, aparte de eso, me parece una línea que, además de bella, sintetiza la idea que tuve al escribir el libro.
APU: Sus últimas obras han incursionado en la poesía. Cómo nace la vocación poética en un artista y qué diferencias hay en la estética respecto de la narrativa?
EM: Fue muy curioso. Muy lejos de una intención personal. Alejandra Tenaglia me pidió que le enviara para su periódico El Observador de Chabás, unos archivos viejos donde estaban las primeras versiones de mis libros. Ella quería cotejarlos con últimas versiones mías y otras sugerencias. Y yo le mandé varios. Así que una semana después me dice que entre unos textos sin clasificar había encontrado varias poesías. Le respondí que eran los haiku que Alfredo Vento me había enviado desde Italia para que yo los incorporara en la novela El Tango de Loo Santy, donde yo remataría a este personaje que muchos lectores, especialmente Vento, consideraban como el alter ego del autor. Y ella me dice que esos poemas más que haiku parecían las cataratas del Iguazú por lo largo y desbordados. Los ordenó y me los devolvió. Retoqué algunos, otros deseché, y descubrí que la lectura que yo tenía hecha de los grandes poetas argentinos y universales de alguna manera me restauraba con ansias para meterme de lleno en el tema. Y los fui acondicionando, robusteciéndoles, acortándolos, en fin tratando de mejorarlos y ver si me consideraba apto para firmar un libro con ellos. Ya metido en el tono poético escribí nuevos poemas y preparé el primer volumen, Ocre Urbano. Se los envié a Tenaglia y Vento y ellos dieron la aprobación. Luego, cuando combiné los poemas con fotos, ellos me entusiasmaron aún más. Tuve suerte. El libro anduvo bien y por eso le siguieron Gnomos y Blasfemias y Áspero Cielo. En estos libros pude encontrarme, metido hasta el caracú, con el drama de mi país; no sólo en su indeclinable decadencia sino en la fatalidad de “no saber más quién soy”, como dice el tango. Quiero estos tres libros. Me representan hoy. Lo mismo que Los Hámsteres, La yegua y El Jardín de Anías.
APU: ¿Por qué en las últimas reediciones de su obra, usted coloca en portadillas su poema “Advertencia”, y en páginas finales el monumento al general Belgrano y cita y recorta la palabra “Argentina” del diccionario de la Real Academia Española de 1919?
EM: Por lo que simplemente, de modo ineludible, se evidencia. “Advertencia” es exactamente eso: una advertencia al lector para que sepa tolerar y sea condescendiente con el autor, tanto en lo que podríamos denominar artístico y creativo, como en lo pedestre y escritural. Lo que dice Céline en “Advertencia” me toca directamente. No soy Céline, por supuesto, pero el drama es parecido. Todo tiene que ver con lo que uno hace creyéndose un pavo real, siendo apenas un pollito aún inservible para lucir en plato de festín. También la advertencia tiene que ver con los años que enseñan lo que uno desconocía en su engreída juventud. Por suerte aún hay tiempo, y se lo agradezco al Sumo Hacedor, para ponerme la mano en el pecho. La foto del monumento a Belgrano frente a la Casa de Gobierno tiene una historia importante para mí: la describo en “Áspero Cielo” y se refiere a la caída de Perón en el año 1955. Pero además de eso, de Belgrano siempre me dolió su extraordinaria vida, su pasión por el país. Y yo combino su monumento con la línea que se canta en “Nabucco” de Verdi y Solera, que dice “¡Hay patria mía, tan bella y perdida!”. Frase que a su vez me engancha con el poema que Borges le dedica a Mujica Láinez y que yo puse de acápite en la segunda parte de la última edición de Las Tumbas: “Manuel Mujica Láinez, alguna vez tuvimos/ una patria -¿recuerdas?- y los dos la perdimos”. En cuanto al recorte del diccionario lo pongo para que nos miremos en el espejo del pasado en el que antes se habían mirado nuestros ancestros y para que nosotros, hoy, saquemos las conclusiones correspondientes. Es como ver a un padre alcohólico tirado en medio de la calle, o a un hijo que nunca podrá liberarse de la droga del nuevo orden mundial.