Erotismo, política y salud mental
Por Sofía Guggiari | Ilustración:Nora Patrich
Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Hace poco, en una conversación, surgió la pregunta de por qué tengo un interés particular en escribir sobre erótica. Creo que, aun no siendo algo que tuvo que ver tanto con una elección, dar cuenta posteriormente de las cosas que a una la sorprenden, puede resultar muy multiplicador.
Más, cuando para contestar la pregunta no tengo que buscar ningún capítulo de ningún libro, porque es cuestión de hacer hablar al cuerpo, aunque no es cosa fácil.
El cuerpo que soy, en tanto género, clase y tiempo social. Reflexionar sobre las prácticas que me afectan y cómo afecto el mundo con eso. Reflexionar, como acto transgresor, porque es en todo caso sobre la transgresión de lo que me importa hablar acá.
¿Puede ser la experiencia erótica un recorrido de insumisión, de ensayo de una desobediencia? Lo que intento decir, a modo de apuesta, es pensar lo erótico como un territorio de fuga, una producción posible: la posibilidad de un modo del placer, como práctica, separada de la reproducción de una vida tal, y no desde el punto de vista individualista, sino como un derecho común de vida. El placer como fuerza, no como ideal institucionalizado, ni como el opuesto del dolor, o su ausencia.
Desde este punto me interesa lo erótico como estallido, grito en el abismo, experiencia de desintegración de las formas, de desaparición de las morales. A veces destrucción. Instante de revuelta. Pura prueba y error. Acaso una subversión.
Ahora, ¿qué relación hay entre la experiencia erótica de un cuerpo y el armado de una vida en comunión? ¿Qué relación hay entre el erotismo y la política? ¿Y con los modos de sufrimiento y malestares actuales propios de estos tiempos?
La OMS declaró a la depresión como la principal causa de sufrimiento psíquico de nuestros tiempos. Y los tips para ponerse las pilas no tardan en desplegarse: una batería de mandatos New Age sobre el placer a modo obligado para la productividad y no como territorio de exploración, prometiendo plenitud y felicidad individual para contrarrestar a la situación de vida que se presenta como una encerrona.
¿Y lo erótico?
No quiero dejar esa fuerza suscrita a la escena privada. Quiero tomarla para pensar nuestro mundo, la arquitectura de nuestros malestares y bienestares. Entonces creo, no hay una división en este punto entre lo político, lo personal y la experiencia de lo erótico. Por qué no hay una división entre la posibilidad de erotizarnos con el mundo, la depresión por la precarización, la idea de imposibilidad, o la posibilidad de erotizar una revuelta. Y para nada quiero pregonar una vida sin el terror y el temblor que implica vivirla. Intento, sí es posible preguntar ahí donde la pregunta se está volviendo indispensable:
¿Cómo erotizar una vida si pareciera que ya no nos pertenece? ¿Cómo erotizar nuestra revuelta popular y hacer una erótica de ella?
Eros como fuerza y caos necesario para la irrupción de algo pide advenir al mundo. La potencia de incomodar, arrebatar, hacer temblar, subvertir, provocar, transgredir, incitar, violentar.
¿Cómo erotizar una vida con otrxs para volverla vivible?
Finalmente, quizás, de eso se trata, de la oportunidad de imaginar una vida más múltiple, más justa, con tipos en enlazamientos amorosos, alianzas, amistades, prácticas y discursos corridos un poco del guión heteronormado; y corridos de los modos de existencia arrasantes del neocapitalismo. La erotización de la vida como contraofensiva ética y política a la deserotización de la existencia, síntoma por excelencia del mundo que nos toca vivir.